Ecos de Mi Onda

¡Alabada Senectud!

Compartir

Sobre la vejez, esa etapa delicada de la vida en la que los seres humanos que la viven se ven desplazados y faltos de atención. Todos caminamos inexorablemente hacia ese punto y es entonces por ello que es hora de obrar de manera noble e inteligente para preparar el terreno en el que se construya una vida digna, sana y productiva en el umbral de la parte final de la existencia.

Compartir

¡Envejece conmigo! Lo mejor está aún por llegar.

Robert Browning, poeta inglés (1812-1889)

Los diccionarios nos definen vejez como la cualidad de viejo, una persona de edad avanzada, o un objeto antiguo, que ya no es nuevo. Con respecto a los seres humano se hace referencia al último período de la vida y los sinónimos relacionados con el concepto son senectud, ancianidad, senilidad, longevidad. La edad a la que una persona puede considerarse anciana es variable y tanto la apariencia como la actitud ante la vida, puede sumar o restar edad, es decir, podemos reparar en una persona relativamente joven que puede juzgarse como vieja, y a la inversa, una persona de edad avanzada que muestra animosidad y vigor nos da una impresión que lo aleja del estereotipo de la senilidad. Sin embargo, es factible considerar que cuando alguien ronda la edad de setenta años ya se ajusta a la vejez.

Tanto senectud como senil derivan del latín, haciendo referencia a la vejez, y la raíz de ambas, senex (hombre mayor) origina la palabra senatus (consejo de ancianos), que hoy utilizamos para el senado del poder legislativo, lo que da la idea de una especie de cónclave de hombres sabios que cavilan sobre las soluciones para brindar felicidad al pueblo. Pero generalmente cuando se habla de vejez, acudimos con frecuencia a la imagen del período de la vida en la que el organismo se debilita y va decayendo gradualmente e imaginamos hombres y mujeres que rondan los sesenta años, en quienes observamos signos de cierto deterioro físico, algunos visibles, como el cabello canoso o tal vez calvicie, arrugas en la cara y otras zonas corporales, uso de dispositivos debido a la reducción en la agudeza visual o del oído, problemas de desplazamiento por debilitamiento muscular. Otros deterioros son internos, como el endurecimiento de las arterias o las deficiencias en el sistema hormonal.

En las clases de Biología se aprendía que el ciclo básico de los seres vivos comprendía las etapas de nacer, crecer, reproducirse y morir. Así entonces, cuando se avanza en la vejez, el deterioro físico acerca al ser humano a la última fase, a la muerte, y se llega entonces inexorablemente a un estado de decrepitud previo al desenlace fatal, que puede ser muy corto en duración, o extenso y agotador para quien lo sufre y para la familia que lo rodea.

Lo que no es claro es el término tercera edad, de uso reciente y que se empezó a aplicar al grupo humano correspondiente a los jubilados, que por añadidura ya son abuelos, y, de acuerdo a las instituciones que usan el término, a aquellos que forman parte de conjunto poblacional que ya no es económicamente activo, lo que de repente puede sonar, si bien no de manera intencional,  un tanto cuanto discriminatorio. Pero ¿Por qué tercera edad? No se ajusta a la idea tradicional sobre las edades que de forma general abarcaban desde la infancia, la adolescencia, la juventud, y hasta la edad adulta, que también designan como mayor, en la que se van presentando los signos de la ancianidad.

En México se tiene establecido el Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores, INAPAM, que se autodefine como el organismo público encargado de dirigir la política nacional para las personas adultas mayores, con objeto de establecer las estrategias y programas tendientes a brindarles las condiciones adecuadas de trabajo, retribuciones y oportunidades para que puedan vivir con bienestar y una adecuada y justa calidad de vida. Hay un lineamiento que suena de manera extraordinaria, pero que está muy lejos de ser una deseable realidad y que se refiere al objetivo de que los adultos mayores desarrollen sus capacidades e iniciativas en un entorno social incluyente, muy cierto, ya que probablemente el anhelo noble y natural de la mayor parte de los ancianos es precisamente seguir sintiéndose útiles.

En la República, obra en la cual Platón presenta los diálogos filosóficos de Sócrates con algunos personajes de la época, Céfalo, importante comerciante y padre del famoso orador Lisias conversa sobre la vejez, aludiendo a esa etapa que todos habremos de recorrer, a menos de que se muera joven, y le pregunta a Sócrates si considera que la situación propia del umbral de la vejez es la más cruel de la vida, a lo que responde que es el carácter de la misma persona quien permite que esa etapa sea de quejas y lamentos por la dicha y las capacidades perdidas, o, si como  afirmaba el poeta Sófocles, que la vejez debe ser un estado de reposo y libertad respecto de los sentidos, pues cuando la violencia de las pasiones se ha relajado y se ha amortiguado su fuego, se ve uno libre de una multitud de furiosos tiranos, y añade: Con costumbres suaves y convenientes, la vejez es soportable; pero con un carácter opuesto, lo mismo la vejez que la juventud son desgraciadas. En esos diálogos aparece el tema sobre la necesidad de los bienes materiales para tener cierto alivio a través de las dificultades propias de la ancianidad, pero asimismo, que tanto en la  abundancia como en la carencia de medios, la sabiduría es el elemento primordial para endulzarla.

Son interesantes las ideas del filósofo Epicuro de Samos (siglo IV aC), quien expresaba que el viejo que ha vivido una vida hermosa tiene más posibilidades de ser dichoso. Se aventuró a aseverar que el fin de la vida es el de procurarse placer y evitar en lo más posible el dolor, pero enfatizando que esto tenía que realizarse de forma racional, sin caer nunca en los excesos que finalmente conducen al mismo sufrimiento que se desea evitar. Es célebre su concepto según el cual el conocimiento no nos sirve de nada si éste no se utiliza para buscar y encontrar la felicidad, la ataraxia, ese estado de placer tranquilo y equilibrado del cuerpo y del espíritu.

Pero la vida es como subir una cuesta y en el proceso se pronto se advierte que las fuerzas disminuyen en tanto vamos escalando hacia la cumbre, en tanto transcurre el tiempo, en tanto se envejece, y luego desde el fondo del alma recurrimos a Dios cantando con los Salmos: No me rechaces en el tiempo de la vejez, no me desampares cuando me falten las fuerzas (71:9), y es entonces que ocurre, como lo llegó a expresar el director de cine Ingmar Bergman, que al volver la mirada desde el punto hasta donde se ha escalado, nos encontramos con los increíbles y hermosos panoramas que pueden observarse desde lo alto, con una mirada más libre, más amplia, más serena.

En el libro Elogio a la Vejez, el escritor alemán Hermann Hesse, incluye el poema Una Hoja Marchita, en el que de manera sublime expresa cómo todo lo creado contiene desde su principio el atisbo del fin, ese proceso natural que debe dejarse fluir en su completa transitoriedad:

 Cada brote quiere su fruto

y cada mañana su crepúsculo.

No hay nada eterno sobre la tierra,

excepto el cambio y la huida.

Hasta el verano más hermoso

presiente el otoño y la decadencia.

Detente, hoja, paciente y tranquila,

cuando el viento quiere arrebatarte.

Juega tu juego no te defiendas,

deja tranquila que las cosas pasen,

deja que el viento que te arranca

sople y te lleve a casa.

Sin embargo, aún en Japón, donde tradicionalmente se hablaba del respeto y veneración por los ancianos y la riqueza potencial confucionista de la experiencia de los hombres viejos y sabios, los estudios realizados, que bien se pueden aplicar para todo el mundo, dado el incremento progresivo de la población de adultos mayores y las mayores expectativas de esperanza de vida, se plantean problemas serios con respecto a la disposición de recursos suficientes para ofrecer pensiones justas y bien distribuidas; a la vida en soledad cuando los hijos se independizan buscando su realización personal; a la falta de consideración hacia los ancianos desvalidos como rasgo distintivo del consumismo individualista y la ruptura entre las brechas generacionales, que hacen que el anciano tenga miedo de su futuro inmediato; a la limitada existencia de hospitales dedicados a la atención de enfermedades geriátricas y de centros para mantener bajo cuidados por períodos largos de tiempo a los ancianos con enfermedades crónicas. Existe razón cuando las personas se hacen un cuadro mental de la vejez como un estado de abandono y desmoralización, en el que como un objeto viejo, todo mundo pretende deshacerse de éste.

Parece inconcebible que precisamente en Japón, cierta fracción de ancianos con recursos económicos elevados vivan en tales condiciones de soledad, que haya empresas dedicadas a proporcionarles un cuadro de actores que les escenifiquen por algunas horas a la semana, una convivencia familiar.

La alabada senectud es un idealismo que puede convertirse como por arte de magia en realidad, en cuanto los seres humanos no sólo comprendamos, sino que nos pongamos oportunamente en movimiento para obrar de manera solidaria para preparar de forma organizada las condiciones que nos brinden a todos, puesto que así lo marca el destino, una vida digna, sana y productiva en la vejez, con el orgullo y la satisfacción de lograrlo mediante un esfuerzo conjunto, enfocado con nobleza y sabiduría al bien común.