Algo va mal con el viaje del peregrino, el camino ha sido mucho más largo que el de sus padres, lo sabe por qué a su edad ellos ya habían llegado y lo recordaban como una jornada sin mayores problemas que un poco de sed y de calor, le habían dicho que el sendero era casi plano, que las señales eran claras y que su papel estaba bien definido, solo lo que le tocaba en destino y que el poder lo protegería de todo mal.
En teoría encontraría también a una compañera que se le uniría, sabiendo también ella que hacer para ayudarlo, nada podía salir mal, así había sido por siglos, con sus variantes pero con la culminación idéntica, y sin embargo ahí esta él, junto con muchos otros similares, perdido en un sitio lleno de piedras al que le faltan tramos, donde las señales se contradicen y lo hacen caminar en círculos, angustiado por no encontrar lo que le dijeron, furioso de que sus antecesores hubiesen destruido la ruta de todos y que aun así lo enviasen a recorrerla. Ya no sabe cuál es su lugar, ni siquiera si desea llegar, invoca al poder pero no obtiene respuesta.
Este apocalíptico y abstracto escenario, no es por desgracia producto de mi imaginación ansiosa, si no que es en realidad lo que nos hemos encontrado los jóvenes, con sus pequeñas lagunas de tranquilidad, desde finales de los años treinta hasta la actualidad: un desierto de promesas rotas, donde lo único que tenemos seguro es que lo que tuvieron nuestros antecesores, que nos educaron para desearlo, ya no existe, lo cual además nos mantiene en un constante estado de confrontación con ellos y de insatisfacción con nosotros mismos. En cada época se ha reaccionado diferente, pero siempre tratando de resolver las incógnitas sobre la identidad, el futuro que nos espera y el lugar que ocupamos en el mundo.
Mis respuestas favoritas se encuentran cada una en tres campos distintos, que tal vez podemos ocupar para poder formarnos una brújula entre tanto caos, sobre la identidad tenemos la música que va a contracorriente y que nos da voz y nos permite, desde un bastión seguro, y bajo los códigos que nacen de la época que vivimos, desfogar el enojo que nace de la decepción para movernos antes de que nuestro futuro, del que nos advierte en sus peores formas la ciencia ficción nos alcance y nos aniquile. La posición en el mundo es tal vez la parte más esperanzadora de todo esto, pues como notaron los existencialistas justo cuando todo comenzó a desmoronarse, la falta de un destino claro, de un rol o de un propósito deja al peregrino del inicio con un enorme tesoro en las manos: la libertad, somos lo que hacemos de nosotros mismos y caminamos hacia donde queremos, siempre y cuando no caigamos en las falsas promesas de un sistema que lleva casi un siglo caducando.