El Laberinto

Al desnudo

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Es parte del cortejo habitual, libre y sano el factor sorpresa y la verdad es que sería un mundo mucho más tímido y aburrido (aunque tal vez menos sobre poblado) si todos nos pidiéramos verbalmente consentimiento para dar un beso, tocar una rodilla o tomar una mano.

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Dentro de mi costumbre de irme por senderos retorcidos para decir las cosas, buscando que al hablar de camotes las naranjas se den por aludidas o quizá hasta las fresas que ni siquiera tenía contempladas, no he encontrado desde ayer alguna alegoría que ayude a mi cabeza a expresar en lo que había estado pensando así que por esta ocasión probaremos al desnudo.

Últimamente ha habido muchos escándalos sobre el acoso sexual al que muchas estrellas de Hollywood y figuras públicas se han enfrentado en diversas épocas y circunstancias, que ahora han decidido hacer de conocimiento público.

Considero que no hay acciones que en si puedan considerarse como acoso, sino que más bien tiene una única variable que genera distinción en cualquiera de sus momentos, la voluntad del receptor es la que hace la diferencia entre acoso y cortejo.

Si existe una relación de poder entre los implicados, puede ser que se dé una concesión de la parte sometida de un modo tácito, es decir que aunque no exista una amenaza formulada se puede aceptar por miedo a las consecuencias. Peor aún es si en realidad la parte poderosa aprovecha su situación para sacar favores del otro ya sea a través del premio o el castigo.

Por otro lado se da el caso de que alguien, tal vez malinterpretando las señales o jugando al intrépido hace un avance sobre el otro y éste lo rechaza, hasta este punto no me parece acoso, pues nadie podría ofenderse por que le ofrezcan una galleta cuando no le apetecía, solo dice que no y se acabó el problema. La frontera en este caso se cruza cuando ese alguien pretende que el otro acepte, forzando su voluntad, haciendo que se coma o vea o toque la galleta (miren sobre la marcha encontré una metáfora) sin quererlo.

Este punto es especialmente delicado, pues es parte del cortejo habitual, libre y sano el factor sorpresa y la verdad es que sería un mundo mucho más tímido y aburrido (aunque tal vez menos sobre poblado) si todos nos pidiéramos verbalmente consentimiento para dar un beso, tocar una rodilla o tomar una mano. Creo que hacerlo en falso nos puede suceder  a todos y que no se está vejando a nadie al intentarlo.

Porque justo viene el otro matiz, que en el momento alguna de las partes no haya podido decir que no (ojo estando en posesión de sus facultades completas y sin vinculo de poder de por medio) o que estuviese convencida y después se arrepintiese no responsabiliza al otro por lo sucedido y levantarle a alguien una acusación de esa naturaleza, es una cuestión grave que puede tener consecuencias terribles para quien la enfrenta.

Creo que habría que revisar caso por caso, pero queda como conclusión provisional que así como es incorrecto imponerles acciones a los demás, es cruel condenarlos a la inacción si no están lastimando a nadie.