Entre caminantes te veas

EL CAMINANTE INVISIBLE

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Pero era un caminante invisible, un soñador, alguien insignificante, y las mujeres no se fijan en quien no destaca

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Era simplemente un caminante invisible. Nadie lo veía, aunque pudieran hacerlo. Nadie lo escuchaba aunque cantara, gritara o vociferara. A nadie le importaba simplemente porque era diferente.  Su piel negra le permitía agazaparse en la oscuridad sin ser notado, aprovechaba para andar por los callejones y plazas observando a las parejas que caminan de la mano y se besan en las penumbras.

Él quería tener una mujer, alguien que le hablara al oído, que lo acompañara en su camino, que sostuviera su mano tanto en las buenas como en las malas. Una mujer que oliera a primavera y esparciera su perfume por toda la casa, que en las noches lo cubriera con sus brazos y entibiara su corazón.

Pero era un caminante invisible, un soñador, alguien insignificante, y las mujeres no se fijan en quien no destaca. Sin embargo, cada noche él volvía  a las calles y observaba, miraba a la luna con resentimiento, regresaba a casa sintiéndose más solo que nunca. Comprendía, no obstante, que era como era y nada podía hacer para cambiarlo. Podía pretender ser distinto, pero en el fondo seguiría siendo él. El chico de piel oscura que escribía poemas y era feliz sintiendo el viento en su cara y la lluvia en su cuerpo.

Así que una noche decidió no salir más. Se quedó en su habitación alquilada dibujando paisajes, escribiendo novelas, imaginando el amor y poniéndole mil nombres distintos a esas musas que solamente habitaban en sus pensamientos. A fuerza de hacerlo, comenzó a entenderse a sí mismo, a quererse, a valorar su talento y sus aptitudes. Un día se dio cuenta de que lo escribía y dibujaba movía sentimientos en los demás y comenzó a mostrar lo que hacía y a mostrarse a sí mismo sin saberlo.

De pronto, ya no era tan invisible, la gente en la calle comenzaba a saludarlo al verlo pasar. Y sin saber cómo ni en qué momento, empezó a concentrarse en sí mismo y en aquellos que caminaban solitarios como él por las calles, se dio cuenta de que eran muchos los aparentemente “invisibles”. Hasta que una tarde, la descubrió a ella…

Sentada en el escalón frente a una puerta entre las muchas que había en su calle, hizo memoria y se dio cuenta de que aquella chica siempre estaba ahí cuando él volvía, pero nunca había reparado en su presencia, la había hecho tan invisible como alguna vez lo fue él para los demás. Comenzó a caminar más despacio para poderla observar mejor, era como si la luna hubiera dejado en ella su resplandor, así de blanca tenía su piel. No era una chica delgada, sus ojos se encontraron con los de ella, profundos y definitivos. Tan definitivos que a partir de ese momento su mundo se transformó.

La parte del día más importante era aquella en la que regresaba a casa para verla sentada frente a aquella puerta, fue así como descubrió su sonrisa –la de ambos- y supo cómo era el sonido de su voz al saludar, así como también aprendió a amar la forma en que su cabello trataba de huir con el viento cuando éste soplaba. La escribió, la delineó y le puso colores. Una noche se despertó sudoroso y frío. Había tenido un mal sueño. De pronto le vino aquel pensamiento: ¿y si un día ella no aparecía más en aquella puerta? ¿y si la perdía? Tanto tiempo esperando encontrarla para venir a quedarse sin ella otra vez. No, eso no podría pasar, no debía pasar.

Al día siguiente el chico de piel oscura invitaba a salir a la chica de piel de luna. Cuando ella tomó su mano al caminar ambos supieron que se habían encontrado y que nunca más volverían a estar solos.

El caminante invisible era al fin visible porque, además de que ahora se amaba y valoraba a sí mismo,  su corazón latía al ritmo de otro corazón.