El Laberinto

No lo vendas

Compartir

No está mal no saber o no querer hacer algo, tampoco tiene absolutamente nada de malo probar o aprender cosas nuevas, lo que causa el conflicto es guardarnos información que podría ayudar a los demás a decidir si entonces se quedan a tu lado.

Compartir

Alguna vez, pasando por un mercado del centro, una señora nos convenció de probar sus “suculentos chilaquiles” y lo que nos entregó fue un ofensivo y baboso mazacote sin sabor coronado por un espantoso huevo quemado de yema ponchada  y tiesa; mientras los miraba con rencor pensando en todo lo que pudieron ser mis escasos, en ese entonces, veinte pesos se acercó y con ignorante sonrisa me preguntó si me habían gustado. Sólo diré que agradezco mucho que en ese preciso momento no hubiese cámaras cerca y que mi respuesta solamente quedara guardada en los recuerdos traumáticos de mí querido amigo Frasko.

Apenas ayer fui víctima de nuevo de las vendedoras de comida sin escrúpulos, pero con francos deseos de engañar a los clientes, cuando pasé a comer a una fonda elegante para oficinistas donde primero me pidieron ver el pizarrón para saber el menú y cuando me encontraba a la mitad de la sopa, fría por desgracia, me anunciaron que ya se habían terminado los guisados más atractivos para traerme al final lo que si había con una excelente vista y un decepcionante sabor.

Estos dos pequeños dramas gastronómicos, de esos que te arruinan el día pero que no te matan (aunque también puede suceder) sirven para ilustrar perfectamente el punto que ando persiguiendo como buitre el día de hoy: si no puedes, no lo vendas o poniéndonos más universales y menos mercantiles: se debe ser lo suficientemente honesto en este mundo para reconocer de lo que somos capaces y no experimentar irresponsablemente con los deseos y necesidades de los otros.

Como se ilustra en el primer ejemplo, no basta toda la buena voluntad del mundo, los chilaquiles de la señora eran una profanación a los sentidos y su sonrisa no los iba a componer, menos aun pensando que el hambre, el tiempo y los recursos de las personas son limitados y no siempre tienen la posibilidad de experimentar.

El segundo caso, es todavía más grave pues en un ansia de acaparar y de  convencer se le oculta información, se engancha a los demás sin su pleno consentimiento para acabar dando lo que tienes, que no siempre coincide con lo que deseaban, y que es pura forma sin sazón ni gracia alguna. Porque si lo que estas ofreciendo es comida no te puedes conformar con tener una bella fachada o unas mesas bonitas que a fin de cuentas no van de acuerdo con lo que contiene el plato

Lo mismo aplica para las personas, en la vida privada, en el trabajo, en la política y en los servicios que con frecuencia ofrecen cosas que no son capaces de cumplir y viene el descontento, el rompimiento relámpago, el fracaso, las quejas con el gerente o los huevos lanzados con odio a las fachadas como desquite. No está mal no saber o no querer hacer algo, tampoco tiene absolutamente nada de malo probar o aprender cosas nuevas, lo que causa el conflicto es guardarnos información que podría ayudar a los demás a decidir si entonces se quedan a tu lado, prueban tus chilaquiles o te contratan sin que después vengan las sorpresas.

No estaría demás apostarle de vez en cuando a la receta sencilla, con pocos ingredientes de calidad, que se prepara al instante para entregarse en un platito sin ningún adorno  y que se come sin cubiertos a pie de banqueta, frente al anafre con un refresco sin popote… por aquello de que matan a las tortugas. Aunque seguro saldrá alguno que se queje porque a ello no le puede tomar fotos para sus redes sociales, para esas personas que prefieren la forma a la verdad, les puedo pasar el teléfono de la fonda, les va a encantar.