El Laberinto

¿Habla?

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Existen minorías, definiendo esto último no como una cuestión numérica si no de representación al momento de decidir…

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Para Mafer

Llegaron una madre y su bebé  a un consultorio pediátrico ubicado en el lado elegante de la ciudad, dentro de una torre de especialidades y lleno de juguetes de calidad, en resumen, el consultorio de un pediatra renombrado que los recibió con una sonrisa y una bata blanca planchada. Una vez sentadas frente al médico este preguntó a la madre ¿La niña habla? Y desde su lugar, secundario aunque la consulta era para ella, la pequeña respondió: si doctor, si hablo.

Resulta que esta historia, coquetona e inocente,  ilustra de modo formidable una realidad que no tiene estos atributos y es que no importa nuestra preparación, buenos modos e incluso buenas intenciones, tendemos, desde algunas posiciones, a negarle su voz a los otros al momento de tratar  asuntos que los involucran y afectan de modo directo.

Los antropólogos más clásicos y muchos de nosotros modernillos, que no les voy a mentir, suelen describir a los otros y  explicarles lo que ellos llevan haciendo de toda la vida,  y muchas veces a pesar de haberlos escuchado, transmiten el mensaje filtrado y con juicios de valor, aquí ya no es solo negar la voz, si no invalidar directamente lo que los demás tienen que decir.

Pasa mucho con los reporteros y las personas que creen ignorantes o culpables, con las parejas que no se respetan, de padres a hijos aunque los segundos tengan veinte años y de hijos a padres si consideran que ya están chocheando. El factor en común con todos es que existe una relación de poder en donde la parte beneficiada considera que tiene la autoridad para saber mejor que el otro lo que desea, siente y piensa o que lo percibe débil o incapaz de decidir.

Muchas veces este tipo de conductas se hacen creyendo que es lo mejor para el otro pero se les niega la información para que ellos lo consideren así y entonces lucen como una imposición, sin olvidar que además el concepto de bienestar no siempre es el mismo para todos y que podemos atropellar de paso cuestiones que escapan a nuestra vista y que para el otro son vitales, como su sentido de dignidad, de independencia o el respeto de sus pares.

En el fondo de esta “preocupación por el otro” hay una egoísta preocupación por uno mismo, que busca la tranquilidad a través del control de las situaciones y las personas, para que no exhiban nuestros privilegios, ni nos contradigan, para que no se dañen ni nos hagan daño, en fin, para que no nos compliquen los planes con su existencia

Existen minorías, definiendo esto último no como una cuestión numérica si no de representación al momento de decidir, como los que viven en pobreza extrema, los pueblos originarios, las mujeres en entornos machistas, las personas con discapacidad física o intelectual de todas las edades y condiciones sociales y los niños y niñas, que tienen que ver como todo el tiempo se habla de ellos y por ellos pero sin ellos. ¿Hablan? ¡Sí! y hay que aprender a escucharlos.