El Laberinto

Unas escuelas y una adivinanza

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Saber de dónde se viene, hermanarnos con nuestros análogos sin importar que camiseta porten, apoyar a los demás aunque no estén en el mismo lugar que nosotros

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Ante lo que ha estado sucediendo desde hace algunos días primero con la UNAM y ahora con la mayoría de las universidades y preparatorias públicas de la ciudad, me es imposible escribir sobre otro tema, pero ante la amplia oferta e ideologización, probemos hacerlo por lo menos de manera distinta. El juego será así, describiré las situaciones en la que falta “eso” y hasta el final diré que es lo que en realidad me conmueve del movimiento, aunque haya dejado las aulas hace muchos años. A ver si adivinan.

Todos tenemos, sin elegirlo por cierto, un punto de partida en la vida, una manera en la que nuestros adultos responsables se ganan lo mucho o poco que generosamente comparten con nosotros hasta que somos lo suficientemente mayores para poder procurarlo por medios propios. A este modo de tener el sustento lo acompañan una serie de prácticas culturales relacionadas como la manera en que comemos, vestimos y nos relacionamos, esto es pertenecemos a un grupo y tenemos una identidad, que normalmente se busca enfrentar con otras con las que existe mucho más en común que en contra (ambos somos pobres pero debemos odiarnos entre chivas y americanistas, por ejemplo).

Esta posición inicial, aunque las cifras demuestran que es más bien raro, puede variar a nuestro favor (porque en contra nadie quiere) a lo largo de nuestra existencia dependiendo del mérito individual, ya sea por la vía indecorosa  que es aplastando al resto (como robar o explotar) o de manera decente que tiene dos vías: el trabajo muy duro y la educación, normalmente el trabajo muy duro le toca a los padres para poder conseguir que sus hijos tengan estudios.

Pensado así la escuela, más a niveles superiores, es vista como esa gran bomba de vacío que puede sacarnos del fondo y llevarnos hasta la superficie, entonces todo depende del empeño y dedicación personal por lo que pensar en los demás está mal visto si damos por hecho que se merecen el lugar que tienen por flojos o negligentes. Desde el otro punto de vista los que no tuvieron acceso a la escuela perciben a los estudiantes como aquellos que no necesitaron pasar por el engrane de la explotación o en términos más coloquiales: como niños consentidos y mantenidos.

Si se logra de verdad el cambio de posición o si por lo menos se cree que se logró, pues muchas veces sucede que algunos por servir a grupos o personas más privilegiados o por recibir las migajas de sus ventajas o fortuna llegan a creer que ya cambiaron de lugar, aunque sigan teniendo los calzones agujereados, entonces procede tratar de ocultar su “negro” origen y defender sus nuevas prerrogativas.

Para este punto y si alguien ya pudo, se da por hecho que todos pueden sin tomar en cuenta las aptitudes personales, el punto de partida, las circunstancias e incluso la suerte del resto. Así es como uno se vuelve conservador, si me funcionó a mí no tiene por qué cambiar, si me dolió a mí, que les duela a los otros.

Saber de dónde se viene, hermanarnos con nuestros análogos sin importar que camiseta porten, apoyar a los demás aunque no estén en el mismo lugar que nosotros o aunque no se necesite nada en ese momento como los egresados, tener idea de que los derechos se consiguen y que se pueden perder si nos adormilamos y ver a la gente que pelea por todo esto como héroes y no como revoltosos, eso es lo que me conmueve del movimiento estudiantil actual y lo bautizaría pero alguien ya le puso nombre hace mucho: se llama conciencia de clase y está creciendo.