El Laberinto

Quemado, trabado

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El Síndrome Burnout (quemado, fundido) es un tipo de estrés laboral, un estado de agotamiento físico, emocional o mental que tiene consecuencias en la autoestima…

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Si alguna vez han padecido el micro drama de quedarse súbitamente sin luz y corroborar que los vecinos siguen con la música a todo volumen, seguramente han visto o han tenido en sus manos un fusible quemado, que ya no transmite electricidad y aunque está ahí ya no sirve para nada y está muerto por dentro (suena dramático pero lleva un alma de metal que normalmente truena en estas circunstancias) igualmente le sucede a la pirotecnia y a los cartuchos, que una vez que revientan ya no responden a los estímulos.

A las personas nos sucede algo similar, trabajemos o no, cuando las tareas nos rebasan y ya no podemos con ellas, estamos, pero no significamos, nos acercan la chispa y quedamos inertes y entonces no es raro que el síndrome al que me refiero se le conozca como “burn out” o para los que creemos que el español es más que suficiente, simplemente “del quemado”.

He de confesar que el termino en cualquier idioma no me parece apropiado, porque lo quemado no se puede “desquemar” es decir es irreversible y torna al objeto en inservible, salvo en algunas excepciones, en las que de todos modos queda transformado para siempre, lo cual mete el segundo problema que tengo con él, las personas, por más que nos insista el jefe cuando nos pesca distraídos, no solo existimos para servir y no somos desechables cuando dejamos de hacerlo.

Ya tiramos a la basura, por lo menos para este laberinto, el término y acabamos de cerrarle la puerta a todas las metáforas que tanto me gusta usar, ahora necesitamos echar mano de otra que, si bien tampoco me satisface del todo, por lo menos cumple con ser reversible y además brinda una excelente explicación al síndrome, digamos que las personas no se queman como leña, si no que se traban como computadoras o como licuadoras.

Ya sé que no somos máquinas, válganme por esta vez el mecanicismo, pero al igual que ellas una de las causas por las que dejamos de operar en el trabajo, en la calle y hasta para dormir es porque nos dan o nos adjudicamos más de lo que podemos procesar, como cuando abres cien ventanas en el navegador o atascas la licuadora de comida hasta que ya no gira.

Entonces si es demasiada información, responsabilidad, tareas o  emociones se arma el maldito nudo y como no tenemos un botón de “reset” ni utensilios para forzar a nuestro motorcito a seguir jalando, así nos quedamos todos pasmados, incluso mucho tiempo después de que se diera ese momento de saturación y nuestra pantalla está congelada, fuera de lugar, atorada en un momento en el que ya el resto de nuestro equipo no está y por eso seguimos pensando en nuestros pendientes en vez de disfrutar de un rico helado o de abrazar a los parientes.

También se da el caso de que ni siquiera pensamos ya en los que nos trabó y más bien nuestro cerebro nos la juega de otra manera y nos da la mala pasada de mantenernos dormidos, enfermos, distraídos o compulsivos con algo, que es su manera de obligarnos a frenar o a voltear para otro lado, aunque como esto no es controlado rara vez es saludable o agradable. Pero no deja de ser indispensable así que es mejor hacerlo voluntariamente.

Normalmente conocemos el borde hasta que lo pisamos y cuesta mucho trabajo ser lo suficientemente cautos para no abrir esa ventana de más o ponerle esa otra verdura a la licuadora, lo que suele ser efectivo es poner límites para no saturarse y válvulas si ya lo hicimos. No hay que esperar hasta ser un fusible desalmado en la mano de alguien.