Ecos de Mi Onda

Crimen, evaluación y castigo

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Lo que no se define no se puede medir. Lo que no se mide, no se puede mejorar. Lo que no se mejora, se degrada siempre.

Lord Kelvin, físico escocés.

En ciertos momentos de la vida, todos nos vemos en la necesidad de abrir un paréntesis con el fin de revisar el estado de nuestras condiciones generales. En el aspecto de salud física, vamos a consulta con un médico, quien para tener un panorama completo y basar un diagnóstico, nos enviará al laboratorio para que se nos realice una serie de análisis clínicos y a partir de los resultados dictaminará nuestro estado de salud y extenderá un tratamiento en caso de que observe alguna anomalía. Nos estamos sometiendo pues a una evaluación de salud y a la determinación de una calificación consecuente, que en el caso de ser positiva nos permitirá continuar confiados en nuestro sistema de vida, realizando las actividades cotidianas de nuestra incumbencia.

Si los resultados señalan el padecimiento de una enfermedad, entonces deberemos necesariamente cumplir un régimen que incluirá posiblemente la ingestión de medicamentos y tal vez algunas modificaciones en la dieta, ejercicio físico, liberación de presiones laborales, o incluso hasta la necesidad de una intervención quirúrgica para corregir determinadas irregularidades detectadas. Por supuesto que la atención personal oportuna a las señales de alerta que nos envía el organismo, es fundamental para facilitar que los procesos de recuperación de la salud, sean más rápidos y eficientes. Sin embargo, lo ideal sería que todo mundo tuviera acceso a programas de prevención mediante el monitoreo periódico del estado de salud, lo cual redundaría en mayor seguridad sobre la constancia de un estado saludable. Programas que contemplados en las políticas públicas, extendería el beneficio a todos los sectores de la sociedad.

Esto se considera también tratándose de problemas de salud mental, donde los padecimientos serán analizados, diagnosticados y tratados de forma específica, así como en los dilemas de orden espiritual, en lo que pudiéramos llamar los cargos de conciencia, siendo estos muy laxos para algunas personas y escrupulosamente severos para otras, pero que muchas veces tienen efectos directos en la conducta de los individuos y en sus relaciones sociales.

En este sentido es muy interesante el tema de la novela Crimen y Castigo de Fiódor Dostoievski, en la que los lectores se sumergen en los enredos criminales del estudiante Radión Raskólnikov, el sugestivo personaje central que maquina no sólo el asalto a la anciana usurera Aliona Ivánovna, a quien por necesidad le empeña ciertos artículos de valor, sino también su asesinato, al considerarla un parásito despreciable que es necesario eliminar para bien de la humanidad. Dentro de la casa de la usurera el plan trazado va marchando bien, hasta que lo sorprende Lizaveta, hermana de Aliona, a quien se ve forzado también a matar por ser testigo inocente de los hechos. En Rodión su conciencia divaga entre la autojustificación con el callado heroísmo de un deber cumplido y los remordimientos de la culpa, siendo notable el manejo del acoso de Porfirio Petróvich, investigador del crimen, que casi lo orilla a confesar, pero sin contar con las pruebas suficientes para demostrar lo que para Radión va significando un crimen perfecto. Pero en las entrañas mentales se encuentra sin la fuerza psicológica necesaria para soportar los efectos de la culpa y finalmente se entrega, encontrando en la confesión de los atroces crímenes un alivio vital. Se trata pues de la lucha interna de un ser humano atormentado, que sufre al evaluar el alcance de sus acciones y en la búsqueda de la verdad de las causas y los efectos producidos bajo su exclusiva responsabilidad.

En lo anterior he tratado de que esté implícito el concepto de evaluación, es decir del método incluido en un sistema para relacionar su funcionamiento con respecto a los parámetros establecidos, entre los que debe mantenerse ese sistema, para valorar un óptimo estado funcional. El programa de monitoreo aplicado informará de forma oportuna cualquier desviación de los valores óptimos y por consiguiente facilitará la inmediata toma de decisiones sobre las acciones correctivas a considerar para que el sistema reanude el funcionamiento normal.

Cuando se plantea un proyecto, de la naturaleza que sea, la metodología indica poner atención en varios pasos secuenciales, a fin de que la elaboración resulte adecuada. Desde el inicio se debe integrar el equipo de trabajo, señalando al director del proyecto y a los colaboradores con los cuales se deberá definir y comprender perfectamente el objetivo propuesto, para que quede claro que se comparte la idea principal y por tanto que no existirán problemas referentes al compromiso de responsabilidad de cada uno de los integrantes del equipo en la función que le corresponda. Con el objetivo en mente, el punto siguiente será integrar la información sobre los antecedentes en los que se basó el planteamiento del objetivo y la actualización de los datos requeridos alrededor del mismo, para definir con precisión la metodología que seguirá el equipo de trabajo.

Puesto que el objetivo normalmente es de orden cualitativo, es importante realizar el ejercicio de dimensionarlo en metas específicas, susceptibles de valorar mediante el establecimiento de mediciones, lo que facilitará establecer las estrategias y procedimientos, gestionar los recursos humanos y materiales requeridos, así como determinar el plazo estimado para lograr las metas deseadas, lo cual entonces necesita esencialmente incluir un programa de evaluación, para medir los avances y corregir oportunamente las desviaciones en tiempo y forma.

Una vez que el proyecto se convierte en un proceso operativo, el procedimiento de evaluación coadyuva al mantenimiento de la calidad en el proceso completo y en cada una de las secciones que comprenda, así como de las actividades de mejora continua y de las necesidades de capacitación para el personal involucrado, desde la dirección hasta el personal técnico y administrativo.

En México, por lo general y por desgracia, si bien existen honrosas excepciones, la evaluación se viene observando como una especie de castigo, presuponiendo que se trabaja mal (crimen) y que las calificaciones, al resultar bajas, se utilizarán como factor punitivo. Pienso que esto es consecuencia de otro mal que persiste en nuestro país, la indolencia para plantear proyectos estructurados y coherentes, puesto que tampoco somos muy proclives a trabajar en equipo, socializar los objetivos y distribuir las responsabilidades atendiendo a los perfiles adecuados para asegurar un buen funcionamiento.  De esta forma, las “evaluaciones” se convierten en una tediosa carga burocrática que incluso invade, en muchas ocasiones, los terrenos del tiempo operativo. Esto es tan grave, que permea desde la carencia, hasta la fecha, de un auténtico proyecto de nación, de no tener una visión clara sobre el rumbo hacia donde debe caminar México, ni en lo político, ni en lo social, ni en lo teórico, ni en lo pragmático, con un impacto desafortunado de manera particular, en el desarrollo específico y justa operación, de nuestros modelos educativos.

Al parecer en nuestro país nos conformamos con el discurso y nos apoyamos en la falsa postura de la proverbial tendencia nacional, de ser excelentes improvisadores. Ciertamente en todo proceso en algunas ocasiones surgen problemas no previstos, ante los cuales es necesario aplicar medidas inmediatas, con base en el cúmulo de experiencias de los operadores, pero es imposibles establecer un proceso eficiente, basado en improvisaciones, caso frecuente en nuestro medio, en el cual se trata de resolver el problema en cuanto se presenta, sin haber armado los debidos procedimientos de prevención.

Es incluso significativo que en la esfera criminal se hable de delincuencia organizada, a diferencia de la falta de recursos y estrategias inteligentes para combatirla por parte de las fuerzas del orden institucional, que vienen siendo infaustamente rebasadas, en perjuicio de una sociedad amenazada por la violencia acelerada que le roba la paz y le limita las condiciones apropiadas para el desarrollo de sus actividades y una sana convivencia social.

Raskólnikov planeó y cometió un crimen, y en la profundidad de sus cavilaciones se debatía entre la justificación de sus acciones, tratando fatalmente de considerarse incluso como un héroe justiciero, y los remordimientos de la evaluación de sus culpas. Finalmente reconoce que obró mal y se sublimó con el castigo. La evaluación cumpliendo, nunca es tarde, la función correctiva de la conciencia.

En México existe la vieja política avara y corrupta, que le cierra el paso al desarrollo económico y social equitativo y justo, acomodada como personaje de una novela de Dostoievski, con el Raskólnikov en turno, que se presenta ante la audiencia en su papel del héroe justiciero que combatirá la corrupción eliminando a la vieja política rapaz, sólo que hasta hoy el argumento soslayado corresponde a una comedia improvisada y el Raskólnikov se debate entre el dilema de efectivamente ejecutarla, o de respetar la prioridad de sus afanes de poder, para los que es capaz hasta de aliarse con la anciana rapaz. Así pues, nuestro personaje novelesco está ocupado en improvisar, de acuerdo a los acontecimientos que se vayan presentando. Es mejor postergar, disolver el dilema, en la farsa existe el crimen social, pero no su evaluación y castigo.

Mientras tanto, también se pospone, como expresó Herbert Spencer, el objeto de la educación, y la evaluación del proceso integral educativo de formar seres aptos para gobernarse a sí mismos y no para ser gobernados por los demás.