Histomagia

Centinelas

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Guanajuato es una ciudad enigmática. Tal vez quienes vivimos aquí no nos hemos dado cuenta de la proyección energética que tiene esta ciudad a través del tiempo dimensional que toca estos lugares antiguos, como la misma energía que se transforma cuando las personas mueren. Es curioso cómo la gente de aquí me comparte sus historias que hablan de las almas en pena que conviven con nosotros sin darnos cuenta.

Juan es un buen amigo mío. Él tiene el don de ver cosas únicas de las que pareciera imposible percatarse. Esta ciudad ha sido devastada por inundaciones, por guerras independencistas y cristeras, ha sido la tumba de innumerables personas que han muerto en la tragedia de no trascender sus almas al cielo prometido y se quedan eternamente aquí. Me cuenta Juan que una vez él iba caminando por la madrugada por la Plaza de la Paz. Ensimismado, iba cabizbajo, viendo su propio andar y cómo el adoquín embellece la capital. Se enfocó en el tipo de piedra que recubre la calle principal y se extrañó de cómo, ante sus ojos, poco a poco el piso fue quedando sólo en piedras de río, en piedras “bola” que evoca tiempos pasados, antiguos. Asustado, volteó a su alrededor y ya no reconoció el lugar; Guanajuato era como en sus inicios, las casas tenían la cantera recién puesta, no había negocios, todas eras casas. Volteó hacia la calle y  miró un mar de personas que iban como en peregrinación hacia la Basílica; de inmediato se escondió en un recoveco de la misma calle para observarlas. Entonces fue que vio cómo sus rostros estaban diferentes, algunos los traían ajados como de polvo, como secos, sus ojos reflejaban una soledad y tristeza infinita…su caminar, ese caminar era tan lento, tan sufrido que parecía dolerles todo “su cuerpo” que en verdad no eran cuerpos sino despojos, restos que se articulaban para poder seguir en lo que parecía un castigo eterno. Otros eran totalmente transparentes, sin piel, sólo el destello de su alma sufriendo, eran espíritus.

Juan no daba crédito a lo que veía,  hace un momento estaba paseando y ahora estaba esa caravana de almas muertas que no iba sola. Todos ellos eran vigilados para que no salieran del arroyo de la calle, para que siguieran su travesía sin desviarse, para asegurarse de que fueran ya sea caminando o arrastrándose como vio a uno que pasó a centímetros de él. Sus vigías eran cuatro seres gigantes, centinelas que los miraban con desprecio y que los obligaban a caminar sin descanso. Juan, atento, no perdía detalle alguno. De repente, uno de esos guardas lo vio. Juan aterrado no atina a hacer nada y sólo escucha en su mente una pregunta: ¿qué estás haciendo aquí? Juan quiere correr pero no puede, las piernas no le responden, ve cómo el arroyo de espectros fantasmales sigue sin parar. El sufrimiento es lo que hace que sigan expiando sus culpas. En un instante, Juan mira cómo ese vigía descomunal se acerca hacia él, quien sólo atina volver a ver el piso, quiere romper el hechizo y esperando la llegada de ese ser, el impacto es inminente. Juan desesperado cierra los ojos negando su realidad, pero a la vez espera un golpe inmenso. Y nada. No pasó nada. Mi amigo abre sus ojos y ve cómo todo ha desaparecido, él sigue caminando por la Plaza de la Paz, dirigiéndose a la Basílica, exacto, como todos esos seres que ahora Juan sabe, buscan el perdón.

La desazón de que vuelva a suceder y presenciar el macabro espectáculo, ha hecho que Juan tema volver a pasar por ahí sin compañía, piensa que los centinelas esperan por él y tal vez ya no corra con la suerte de volver aquí. ¿Quieres conocer ese lugar? Ven, lee y anda Guanajuato.