Ecos de Mi Onda

Migración y refugio, las fronteras del cambio

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¿Qué pasaría si de pronto dejamos de ser patriotas para ser humanos?

Mario Benedetti

Hoy vemos las fronteras de los países en los mapas, rayitas que definen los límites territoriales establecidos mediante acuerdos internacionales, naciones que diseñan banderas y componen himnos de honor a la patria querida, idearios que resaltan el recio carácter de los connacionales, la peculiaridad de los paisajes, la riqueza de las tradiciones, la defensa de la patria soberana contra cualquier enemigo extraño. Sin embargo, desde que se utilizan los mapas, las fronteras han cambiado con notable frecuencia: ¡Adelante! Gritó el general desde la retaguardia y todos los de la fila delantera murieron y entonces el general se desplomó en su silla y las líneas en el mapa se movieron de lado a lado (Up and Down, Pink Floyd)

La ambición humana ha sido patente en el transcurso de la historia. Fue natural que desde el principio, las pequeñas comunidades nómadas buscaran territorios apropiados para descansar, abastecerse de agua, recolectar frutos, cazar animales, es decir, para satisfacer las necesidades básicas del clan. Probablemente pasaban largos períodos en los cuales no avistaban otras comunidades, con las que acaso al eventualmente encontrarse se lanzaban miradas mostrando sobresalto, tal vez había gruñidos de amenaza para azuzarlos a marcharse, actitudes de violenta agresividad defensiva y ofensiva. Es curioso que al imaginar el escenario ancestral, difícilmente pensemos en un encuentro de convivencia pacífica entre dos comunidades extrañas, sin ninguna relación de conocimiento previo (¿Homo homini lupus?).

En algún momento, determinados grupos que apreciaron las problemáticas propias del crecimiento poblacional, que tenían además ya algunos conocimientos rudimentarios sobre la agricultura y domesticación de animales, consideraron las ventajas que podría ofrecer el asentamiento comunitario, buscando territorios convenientes que cumplieran determinadas condiciones geográficas y climáticas, dando entonces origen a una nueva forma de vida, abandonando las prácticas nómadas.

Así fueron naciendo los pueblos y luego los imperios impresionantes que han dejado honda huella en la historia mundial, todos los cuales, sin excepción, pelearon por ampliar sus territorios como forma de predominio absolutista, extendiendo los límites al máximo durante el apogeo y reduciéndose, incluso desapareciendo algunos de ellos, en la decadencia. Hoy esta situación prevalece sin que la humanidad haya logrado aplicar en los hechos, lo que la sabiduría, don que se considera humano, ha señalado como principios esenciales para una convivencia humana, en la que se desea auténticamente compartir paz, bienestar, felicidad, respeto, justicia, equidad, igualdad, libertad, responsabilidad.

Esto nos ha conducido a frases absurdas, como la pronunciada por Woodrow Wilson, presidente intervencionista de Estados Unidos entre 1913 y 1921: Ya que el comercio ignora las fronteras nacionales y la industria insiste en tener el mundo como mercado, la bandera de su nación los debe seguir, y las puertas de las naciones cerradas deben ser derribadas. Las concesiones obtenidas por los financieros deben ser salvaguardadas por ministros de estado, aun cuando en el proceso las naciones poco dispuestas a ello vean ofendida su soberanía. Se deben obtener o implantar colonias para que ninguna esquina del mundo quede apartada o sin uso.

Es decir, los intereses comerciales e industriales internacionales, encabezados por unos cuantos líderes, por sobre los auténticos intereses de las sociedades, incluso contando con el apoyo (muchas veces) incondicional del conjunto de los gobiernos nacionales del mundo para mantener lo que desde su perspectiva consideran el orden. Pero por desgracia el problema no se centra sólo en el ámbito de los sistemas financieros internacionales, pues lógicamente permea hacia todas las capas sociales, afectando el desarrollo integral de pueblos, ciudades y países en forma negativa, ante nuestros propios ojos miopes por el grado de enajenación, que el mismo sistema económico imperante trata de enraizar a toda costa en la cultura, como algo normal y cotidiano.

Por eso no nos asombra que en una población, un determinado consorcio empresarial analice las tendencias de crecimiento urbano y decida, aplicando las artes de la especulación, es decir, amarrando lazos de compadrazgo para plantear las estrategias a los gobiernos en turno, señalar las zonas en las que se incrustarán sus negocios, iniciando con los de bienes raíces, para la futura construcción de fraccionamientos, centros comerciales, conjuntos de edificios departamentales, oficinas administrativas, clúster industriales y todo tipo de complejos urbanos y suburbanos, para lo cual contarán, dado el acercamiento asociativo de negociación con las autoridades, además de las facilidades para realizar los proyectos, también con las concesiones para la construcción de vías de acceso, fuentes de abastecimiento de agua potable, energía eléctrica, drenaje, comunicación alámbrica e inalámbrica. Pero (muchas veces) hay un lado oscuro en todos estos procedimientos: la gente que vive en los terrenos adquiridos será atropellada en sus derechos esenciales.

La información precisa sobre esos planes de desarrollo para el crecimiento urbano son privilegio de unos cuantos empresarios, que una vez encaminadas las tendencias antes especulativas, aprovechándose (muchas veces) de la ignorancia (de los planes) y de las frágiles condiciones económicas de los dueños y pobladores de las áreas de interés, adquieren en centavos lo que les rendirá millones. Puede ser, además, que si la sutileza de las persuasiones en la compraventa no funcione, se alegue la enajenación de los terrenos en aras del desarrollo de la comunidad, y si es preciso con el uso de la fuerza institucional.

Esta situación es entonces factor de polarización social, generando una población desplazada de su origen, que por lo tanto buscará refugiarse en otro lugar, lo que en estos casos normalmente producirá zonas de marginación, con fronteras urbanas perceptibles tras las cuales se cultiva el resentimiento social, ante la indiferencia de las autoridades y de los ciudadanos que habitan el otro lado. A través de una, dos, tres, o más generaciones, los habitantes de los asentamientos marginados van perdiendo cada vez más la esperanza de integrarse socialmente y de hacer uso debido del derecho a los servicios de educación, salud y trabajo formal. La drogadicción ha sido un factor adicional que se ha incrementado notablemente en las últimas décadas, y que se promueve de manera perversa en estas zonas, no sólo como hábito de consumo que amortigua el desaliento ante la falta de oportunidades, sino como enganche para el trabajo informal en el negocio del narcotráfico, que a su vez ha diversificado sus tentáculos hacia diversas formas de actos delictivos, provocando actualmente áreas de violencia extrema que ensombrece a las sociedades del entorno, y que cada vez son más difíciles de controlar por parte de las autoridades institucionales.

A través de situaciones de esta índole, en muchos lugares del mundo, incluyendo México y Centroamérica, muchos ciudadanos se ven impulsados a convertirse en migrantes, abandonando barrios, regiones o países, ya sea por un estado de guerra desatada por causas diversas, por falta del trabajo que brinde a las familias el sustento diario, por miedo a la violencia desatada que los amenaza severamente, por ambientes climáticos extremos, o debido a la persecución política por la expresión de sus opiniones, buscando refugiarse en regiones que les permitan vivir en condiciones al menos un poco más favorables.

En medio de esta situación compleja, la ONU reporta alrededor de 69 millones de personas que hoy mismo buscan acomodarse en algún lugar del mundo, tras huir de sus países por diversas razones, generalmente de raíces injustas, existiendo más de 25 millones en condición de refugiados, siendo la mayoría jóvenes menores de 18 años. Es notable asimismo el despunte de migración de menores de edad, que de alguna forma buscan el encuentro con los familiares desplazados. Todas estas personas, al salir de sus lugares de origen se convierten en ilegales, con menoscabo de sus derechos humanos esenciales y el repudio de facciones xenófobas.

Soy de los que consideran que el sistema económico actual, basado en las altas tasas de producción e infatigable consumo está en crisis, acompañado del fenómeno de calentamiento global y cambios de clima, que nos presentan cuadros de tendencias dramáticas para el futuro, si no se actúa con prudencia y rápidamente se toman las decisiones acertadas para revertirlos, y que por estos motivos los movimientos migratorios serán cada vez más intensos, llegando posiblemente a ejercer altas presiones sociales que pueden convertirse en actos de violencia, es decir, flujos de migrantes buscando refugio, que si no tienen nada material más que perder, avanzarán para derribar barreras y mover fronteras, a costa de la vida misma.

Al considerar la posibilidad de que ciertos líderes aprovechen esta situación para fines políticos nefastos, instigando la migración para simular amenazas fronterizas a sus naciones, entonces la situación por desgracia se empeora. La migración inducida y la asistencia maquillada a los refugiados no debe, ni puede, ser utilizada como botín político.

En pequeño y para quienes localmente piensen que es exagerado estimar la existencia de presiones de naturaleza diversa para provocar desplazamientos humanos, como algo importante que genera inestabilidad y focos de vicio y violencia, basta con ubicarse en el centro de la ciudad de Guanajuato y analizar someramente como algunos empresarios sin escrúpulos, tal vez en asociación delictuosa con ciertos bandos de las autoridades, presionan a los residentes con escándalos y violencia creciente para que abandonen la zona y dejar a su merced la promoción de un tipo de turismo vicioso y trasnochado, que a la larga afectará negativamente a esta gran ciudad Patrimonio Cultural de la Humanidad.