Histomagia

La calle está sola

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La soledad que las calles de Guanajuato viste cada madrugada, tiene cierto encanto que hace que hasta el más valiente pueda, sin querer, sentir temor ante los sucesos que súbitamente aparecen ante sus ojos. No puedo pensar en lo que realmente sintió el abuelo de mi amigo Hugo, hace más de 70 años, cuando pasando por ahí, por la Presa de la Olla, en una madrugada fría y solitaria, le sucedió una extraña pero muy extraña experiencia. Me cuenta mi amigo que esta historia se la contó su abuela, porque su abuelo, de acuerdo a esos tiempos y su educación, no contaba nada de lo que le ocurría a nadie, sólo a su compañera de vida que fielmente lo esperaba cada noche en su casa, para darle de cenar, como lo venía haciendo ya muchos años desde que su ancestro trabajaba en la Mina.

Relata Hugo, que una madrugada, su abuelo venía bajando del cerro de allá por la Presa de la Olla para poder llegar a su casa que estaba en donde hoy es la Casa de la Cultura, ahí, en esos tiempos, era una vecindad. Cuenta que era una noche apacible y solitaria, de esas que sabes que el silencio sólo puede perturbarlo un tarareo de cualquier canción para poder sentirte acompañado; el caso es que el abuelo venía bajando por un lado de la Presa, ahí por donde actualmente es Finanzas, en la Casa de los Leones, y, a lo lejos, entre las sombras vio estupefacto como una mujer ataviada con un vestido vaporoso de encaje negro y velo en la cara, dejaba en el suelo un bulto arropado con una cobija. Sin dar crédito a lo que acontece ante él, y pensando rápido en qué es lo que pudo haber abandonado esa joven, ve cómo esa mujer camina hacia el Atalaya, ve cómo se aleja sin prisas, como entre sueños y vientos etéreos que hacen revolotear su largo y ampón vestido en cuanto se desplaza por toda la compuerta de la presa, atravesándola sin mirar atrás y para no regresar nunca. Él no despega su mirada de esa visión y aún embelesado por ella, decide apresurar su paso, tomar ese bulto que se movía y daba trazas de ser un bebé arropado abundantemente con cobijitas que daban cuenta de un nivel económico alto, dado el frío que hacía esa madrugada. Ya profundamente disgustado y pensando lo peor de la dama, llega a él, lo recoge y maldice entre dientes a esa mala mujer que abandonó así a su hijito. Con ternura lo abraza, le habla diciéndole que no está solo, que está seguro entre sus brazos, a la vez que poco a poco le va descubriendo su carita y, en ese instante, ve con horror cómo es que la cabeza de ese “bebé” es la de un anciano que le repite sin cesar, con una voz verdaderamente ronca y con una risilla burlona: “la calle está sola, la calle está sola, la calle está sola, la calle está sola…”no hay palabras para describir lo grotesto que fue el ver a ese ser maligno entre sus brazos y escuchar esa voz de ultratumba que lo hizo sentir que le ardían las manos por tan solo cargarlo, desesperado, con el dolor impronunciable en sus manos  y en el horror extremo, el abuelo arroja a ese monstruo a las aguas de la presa y corre como desesperado, sin parar, y con profundo horror se da cuenta que lo que le dijo el bebé es cierto: la calle está sola, no hay ni un alma, nadie que lo auxilie, en esa carrera interminable y de angustia, desde la presa hasta llegar a su casa, como si el tiempo y la distancia se hubieran alentado y acortado, pues en minutos ya estaba en el centro de la ciudad, eso sí,  la experiencia de espanto que vivió nunca se la deseó a nadie.

Mi amigo Hugo me cuenta que esta ciudad es en verdad mágica, yo le digo que sí, que muchas de las veces lo que la gente ve, escucha y vive, es la manera en que nuestros ancestros se hacen presentes para que los recordemos; el asunto es que los seres extraños, esos seres que no son de luz, también quieren que no olvidemos que están aquí, y se aparecen para recordarnos nuestra mortalidad y que, igual y después, nosotros si tenemos tanto apego a este mundo, seremos esos aparecidos, como una forma de no ser olvidados jamás. ¿Quieres ver dónde sucedió esta historia?  Yo te lo muestro. Ven, lee y anda Guanajuato.