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Nivel de doctorado y la transformación nacional

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El aspecto más triste de la vida en este preciso momento, es que la ciencia reúne el conocimiento más rápido de lo que la sociedad reúne la sabiduría.

Isaac Asimov

Para fomentar el desarrollo de la ciencia y la tecnología y lograr que este desarrollo llegue a la cotidianidad social en forma de bienes y servicios concretos, que impulsen la economía y sustenten mejores condiciones de calidad de vida, es necesario establecer una relación armónica entre el sector académico y los sectores empresariales, en la cual el gobierno debe instaurar un marco de políticas claramente definidas en un proyecto de nación, para efectivamente transitar en un proceso firme de transformación. Proceso que se ha venido observando en los países con desarrollo sostenido y economía sólida, sin olvidar que sólo se trata de modelos referenciales disponibles, pues cada país vive sus propias circunstancias y experiencias, y en realidad no existen recetas predeterminadas.

Con gran frecuencia se señala que contar con recursos humanos especializados en ciencia y tecnología resulta fundamental para incluirse en las economías altamente basadas en el conocimiento. Así, más del 30% del empleo total en los Estados Unidos y la Unión Europea se asigna precisamente a profesionistas de alto nivel y especialización, lo cual les representa el reto de generar y mantener más de cien millones de plazas estables de trabajo.

El interés real de un gobierno por la formación de recursos humanos altamente capacitados, dedicados a laborar en los diferentes campos de la investigación y desarrollo tecnológico, se puede apreciar a través de la de inversión global aplicada para la consolidación de posgrados de calidad internacional y de un sector empresarial comprometido con la formación de recursos humanos, la investigación tecnológica y la comprensión del aspecto humanista inherente al desarrollo tecnológico con impacto social.

Según datos del 2016 del Instituto de Estadística de la UNESCO, México destinó el 0.49% de su Producto Interno Bruto (PIB), en comparación con países europeos, como Alemania, Francia y Suecia que invirtieron en ese mismo año el 2.94, 2.25 y 3.25% respectivamente; en Asia, Japón, China y la República de Corea invirtieron el 3.14, 4.23 y 2.11%. Por su parte Estados Unidos aplicó el 2.74%. En América Latina, Brasil invierte el 1.27% de su PIB y Chile y Argentina el 0.36 y el 0.53%.

Es importante señalar que del porcentaje asignado para investigación y desarrollo tecnológico, en México el estado financia más del 75% y el sector empresarial menos del 15% del total, situación que prácticamente es a la inversa en los países desarrollados, además de que este sector es una fuente de recursos muy importante para sostener los programas de doctorado en esos países. En México el aporte empresarial a la educación superior es insignificante.

El Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT) advierte sobre el número reducido de graduados de doctorado en el país, contabilizándose con datos de 2014, alrededor de un total de 127 mil doctorados en todos los campos, con edades entre 25 y 64 años; es decir, apenas el 0.1% de la población. Para fines comparativos, en Estados Unidos se graduaron más de 67 mil doctorados, sólo en el año 2014. Con estos números y de acuerdo a los criterios internacionales, el desarrollo científico y tecnológico de México tiene pocas expectativas; sin embargo, existen otros factores de importancia que deprimen el crecimiento y que a la vez son también una barrera que resulta difícil de superar, como para pensar en una verdadera transformación nacional a corto y mediano plazo, por lo que es imprescindible un proyecto de nación con un diagnóstico preciso, así como con un escenario deseable con objetivos y metas ajustadas a campos definidos de acción, con la integración programada de los recursos humanos y de inversión en infraestructura.

De acuerdo a cifras de ANUIES Estadísticas de la Educación, sólo uno de cuatro jóvenes en edad universitaria ocupa un lugar en el nivel de educación superior en el país. En términos relativos, la cobertura de Educación Superior (ES) en México es baja en comparación con otros países latinoamericanos, incluso con un producto interno bruto per cápita semejante o inferior, como Costa Rica, Uruguay, Chile y Panamá.

Es evidente que existe un rezago importante con respecto a los índices de cobertura con equidad y calidad en la educación superior, lo cual no es un asunto aislado, si estimamos además el estado actual del contexto social, con una educación desvinculada de la función de investigación y con una investigación académica desligada de la atención a las necesidades del entorno en todas las áreas del conocimiento, lo que es demostrado por el bajo nivel de impacto que tiene el producto global de la investigación en México, que vive actualmente en la realidad una fuerte dependencia tecnológica, altos índices de desempleo, violencia, explotación, migración, pobreza, agotamiento de suelo fértil, obsolescencia en los sistemas de riego agrícola, alto desaprovechamiento de sus recursos naturales, explotación abusiva de recursos forestales, sistemas retrasados de producción de materiales, sistemas de producción contaminantes de suelo, aire y agua, y mostrando aún una dependencia absurda del petróleo con un mínimo asomo a fuentes alternas de energía, proteccionismo arbitrario e incapacidad innovadora, entre otros graves problemas por atender.

Es indiscutible que la educación es la clave para inducir los cambios necesarios y atender con éxito los graves problemas de la sociedad, y para ello es necesario integrar con inteligencia los esfuerzos, aún por pequeños que parezcan, en una estrategia global encaminada al incremento de cobertura educativa con equidad, calidad y pertinencia. Sin embargo, la pertinencia no debe significar atender exclusivamente las necesidades de formación de recursos humanos para las empresas internacionales que se instalan e invierten sus capitales en el país, pues en realidad estas sólo requieren de trabajadores de calidad a bajo costo, altamente capacitados para funciones mecánicas específicas, desligados casi totalmente de una deseable participación en el desarrollo científico y tecnológico, el cual se realiza en los países de origen de los inversionistas, desviando la atención a los campos prioritarios nacionales, que deberían ser igualmente atendidos para impulsar un desarrollo equilibrado con visión futurista.

Cabe mencionar entre los factores limitantes el estado situacional de la industria nacional, con un número abrumador de pequeñas y medianas industrias, sin recursos económicos para invertir en innovación, con una considerable dependencia tecnológica y necesidades apremiantes que les empaña una visión a mediano y largo plazo. Esta situación marca un círculo vicioso en el que la ciencia y la tecnología se relegan a un segundo plano, ante los índices de desempleo, la competencia feroz del libre mercado y el avance acelerado de los países ricos en la innovación permanente basada en la generación de conocimiento.

Hasta el sexenio pasado, dentro de las políticas de innovación y desarrollo tecnológico, la lista de sectores estratégicos por atender de manera prioritaria fueron la industria electrónica, software, automotriz, maquila, siderúrgica, cuero–calzado, agroalimentaria, y la industria química. Entonces es oportuno atender la necesidad de encauzar políticas formales de apoyo a los posgrados, para la formación de los recursos humanos de alto nivel que esto significa, así como concretar los apoyos requeridos para impulsar la ciencia y tecnología en los sectores definidos como estratégicos, pero considerando como factor fundamental la participación del sector industrial en el proceso, pero no sólo pensando en los capitales que pudiera invertir en ciencia y tecnología, sino también estimando las estrategias para el aprovechamiento real de los recursos humanos formados, generándoles espacios de trabajo.

Otra situación crítica la representan los parámetros de medición para ingreso al Sistema Nacional de Investigación (SNI), que privilegia la elaboración de artículos (papers) sobre otros indicadores de impacto en los proyectos de investigación, como la generación de patentes y actividades de vinculación con los sectores productivos. De esta forma, se tiene a la élite de recursos humanos dedicados a escribir artículos, con proyectos de corta duración y bajo impacto, la mayoría de los cuales no trasciende más allá de sostener al investigador en el SNI.

Esto trae retos estructurales para la educación superior y para la sociedad en su conjunto, sobre cómo encauzar una dinámica diferente con respecto a equidad de cobertura educativa con calidad para el mercado global, con pertinencia y estrategias de generación de empleo. Con respecto al doctorado es vital pensar en el empleo ¿De qué sirve impulsar el incremento de egresados si estos van a engrosar las filas del desempleo? La creación de plazas de trabajo para graduados de posgrado rompería la tendencia dramática relacionada con las becas CONACYT, que para muchos jóvenes significa, más que la oportunidad de formarse en una disciplina científica, un paliativo temporal para mantenerse durante el período del programa, lo que no abona positivamente para el desarrollo de competencias específicas en actitudes y valores.

En las primeras décadas del siglo XX, la función de los posgrados fue fortalecer una educación con calidad orientada hacia la formación científica. A partir de los años 80 se contempló el fortalecimiento de las IES con académicos posgraduados, considerándolos tanto como agentes de cambio para el impulso del desarrollo científico y tecnológico del país, así como indicadores de calidad educativa. Sin embargo, el desarrollo de sus funciones en el nicho académico y bajo los lineamientos del CONACYT han aislado a los profesores–investigadores de las realidades del entorno con respecto al desarrollo de las funciones disciplinares que les competen, refugiándose en la complacencia de los papers, bajo la despreocupación de las directivas institucionales.

Desarrollar profesionistas con altos estándares de educación no radica en lograr un título, sino también en establecer las condiciones para crear los espacios laborales necesarios para que estos recursos humanos puedan demostrar sus capacidades. Aquí está el reto para impulsar una verdadera transformación en México.