Ecos de Mi Onda

La Realidad es un Sueño

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El que no se siente de verdad perdido se pierde inexorablemente;

es decir, no se encuentra jamás, no topa nunca con la propia realidad.

José Ortega y Gasset (1883-1955) Filósofo y ensayista español.

A través de la historia, en el mundo siempre han ocurrido calamidades, tanto de orden global como personales. Basta citar el perfil psicológico de un personaje como Adolf Hitler, el que, si bien ha sido diagnosticado a partir de información indirecta, presume una serie de psicopatologías que dieron marco a un comportamiento egocéntrico y manipulador, que fue, nada más, causa del desencadenamiento de la terrible Segunda Guerra Mundial a mediados del siglo XX, evento que afectó al mundo entero con sus violentas resonancias características.

En la vida, cada uno de nosotros va construyendo su propio mapa conceptual con base en las experiencias que confrontamos, asimilamos e interpretamos, pero también basado en la carga informativa que heredamos tanto genéticamente en los repliegues del ADN, como culturalmente, y que ciertas fracciones de información emergen de forma natural y otras suben y bajan desde la subconsciencia y la inconsciencia, configurándonos entonces un carácter y una personalidad, que constituirá la huella de nuestra imagen ante los acompañantes permanentes y transitorios de nuestra vida, pero una huella que puede ser remoldeable en mayor o menor medida, frente a las influencias externas, las cuales siempre estarán presentes en el proceso continuo de nuestra propia formación.

En este proceso y gracias a una ardua lucha por lograrlo, contamos en la actualidad con una institución como la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en cuyo seno se han perfilado los derechos fundamentales a los que aspira la humanidad, escritos con gran relieve en la Declaración de los Derechos Humanos (París, 10 de diciembre de 1948) y que dieron origen a diversos pactos o tratados internacionales, firmados por la mayor parte de las naciones del mundo, obligándose a cumplirlos ética y moralmente, en beneficio del desarrollo equitativo y pacífico de la sociedad.

Así pues, de acuerdo a los tratados, que sin ninguna presión de por medio fueron signadas globalmente, la formación del individuo está obligada a encaminarse en el marco de estos derechos humanos básicos, que incluyen el derecho al respeto a la vida, a la verdad, igualdad, integridad, seguridad, trabajo; a la libertad de expresión, conciencia, tránsito y residencia, asociación, religión y culto, sexualidad; derecho a la educación, a la salud, a labrarse un estado de bienestar personal y familiar, acceso a información, a la migración, a la reparación de violaciones a estos derechos consagrados y a la reinserción social. Es decir, a transitar por la vida, en un estado de plenitud, en paz y libertad.

Ante esto, dentro del marco social, en particular en el medio educativo y laboral, se promueve la idea de que vivimos en un ambiente de libertad, en el cual los seres humanos podemos optar por el modo de vida que mejor nos acomode, inicialmente de acuerdo a las condiciones socioeconómicas de origen, pero sosteniendo con optimismo, que tenemos la capacidad de trascender niveles y ubicarnos en posiciones de cada vez mayores privilegios, con base en el esfuerzo, dedicación y empeño que apliquemos en nuestra formación individual, con mayores garantías si consideramos dentro del proceso formativo, la importancia de fomentar las relaciones humanas, que finalmente se pueden constituir en la palanca que allane el camino hacia la  consolidación de una posición exitosa. 

Sin embargo, la realidad actual nos indica desviaciones importantes a las premisas anteriores, con causas tanto de orden interno, como de orden externo, lo que ha provocado la reducción de plazas de trabajo bajo contratos permanentes, desplazadas por trabajos eventuales de contratos temporales, que liberan a los contratistas de sufragar el pago de seguro médico, aguinaldos y prestaciones adicionales, incluso de viáticos por servicios foráneos. Todo esto genera incertidumbre en los jóvenes trabajadores que, al tratar de visualizar el futuro, se ven en la penosa situación de no avanzar en estabilidad laboral y sin una base firme para prevenir un fondo solvente de retiro.

La situación se agrava en el contexto de un modelo económico y social en el que priva de forma absoluta el consumismo feroz, establecido radicalmente por los sectores financieros y empresariales, en tanto lo juzgan como soporte fundamental para mantener la maquinaria de producción de capital y trabajo, haciendo para ello toda una serie de piruetas mercadotécnicas que subyugan a una sociedad que vive el sueño de su libertad de elección. La cartera de necesidades básicas se multiplica con millones de ofertas de productos y servicios hasta hace apenas unos cuantos años inimaginables, las cuales aparecen con frecuencia descomunal en los medios masivos de comunicación, que inducen a adquirir todo lo que se presente como artículo de última generación, acortándose cada vez más el período de uso de este artículo, que debe ser pronto sustituido a la vez, por el siguiente de supuestas mejores características funcionales.

Pero hay una banda inmensa de población que vislumbra opciones reducidas de solución para no verse fuera de la cultura contemporánea, que comprende la compra de reproducciones ilegales de marca, normalmente de mucho menor precio, pero asimismo de mucha menor calidad, o por desgracia en México y otras partes del mundo, enrolarse en la delincuencia para aspirar a superar las barreras de la inercia. Los casos de ciudadanos que se abren camino desde niveles de bajos recursos, con base en su talento y esfuerzo son, también por desgracia, muy pocos, y resultan además reiteradamente afectados por la proliferación de actos delictivos de los que son víctimas, ante la impotencia, o complicidad en algunos casos, de las autoridades. Así pues, grandes sectores de la población se mueven en atmósferas de violencia, injusticia e inequidad.

La justicia es imprescindible para fincar la paz anhelada por la sociedad y a su vez, no se puede aspirar a vivir en plena libertad sin tener paz y acceso a la verdad, sin referirse con esto a la verdad absoluta inalcanzable, sino a la posibilidad de contar con explicaciones al menos con un mínimo de credibilidad. Pero parece que los seres humanos nos adentramos en el mito de la caverna de Platón, y alienados nos encadenamos en la cueva, mirando las sombras que proyectan en la pared los movimientos realizados tras la hoguera y que nos sugieren verdades ficción, convencidos cada vez más de concederles certeza.

En México experimentamos un ambiente de violencia, como nunca antes se había experimentado, con un número impresionante de crímenes y desaparecidos, sin que las autoridades puedan hacer algo eficaz por resolverlo y por el contrario, desatándose a su vez una guerra verbal por desembarazarse de la responsabilidad de los acontecimientos de violencia, en lugar de abonar efectivamente a su solución con estrategias establecidas bajo un ejercicio formal de planificación, al que parece que los gobiernos municipales, estatales y federales le tienen repulsa, optando por la verborrea y la aplicación de acciones improvisadas, contra un enemigo al que llaman crimen organizado y efectivamente, parece que la planificación que le falta a las autoridades la desarrolla con éxito la delincuencia, que se mueve como corporaciones estructuradas orgánicamente, con objetivos, metas y fuentes de recursos para su accionar. Mientras tanto los políticos de la nación parlotean, envolviendo y dividiendo a los ciudadanos con su insufrible y ya putrefacta retórica.

El ciudadano común está optando por aislarse y conectarse a los medios electrónicos de información, para adherirse o disociarse de las millones de opiniones vertidas en las redes sociales, de acuerdo no a una serie de argumentos reposados y razonados, sino vistiendo la camiseta de la filiación emocional de ideas que nos logran, circunstancial y transitoriamente, conmover. El personaje preferido da hoy una opinión y se defiendo a ultranza, mañana la expresa exactamente igual el personaje detestado y resulta denigrante.

Las sombras en la caverna impulsan a banalizar los acontecimientos y los razonamientos, se vive en medio de la violencia criminal y los periódicos informan diariamente sobre los muertos y desaparecidos, y la situación se va reduciendo a cuestiones cotidianas. Asaltos en autobuses, violaciones en taxis, secuestros de infantes, feminicidios, hostigamientos, extorciones, balas perdidas, daños colaterales, delincuencia cibernética, pornografía infantil, consumo de alcohol y drogas duras, acoso laboral, difamaciones, neurosis en los embotellamientos de tráfico, robos de identidades, entre muchos más actos delictivos que se padecen día con día, ante el cinismo de las camarillas políticas, que han hecho de la corrupción un modus vivendi refractario, muy bien protegido por la maquinaria del poder judicial, que extiende la cobija protectora de la impunidad.

La realidad entonces parece un sueño con tintes de pesadilla, pero es fundamental salir de la caverna y ver la luz con ojos de objetividad, aunque duela, aunque nos pese, porque es la única forma de pisar fondo y tener la posibilidad de impulsarnos fuera de esta terrible realidad, pues como lo expresó Ortega y Gasset: El que no se siente de verdad perdido se pierde inexorablemente; es decir, no se encuentra jamás, no topa nunca con la propia realidad.