Distrito Capital

1918

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Amigas y amigos, las pandemias. Esas enfermedades que se originan en una región del mundo, exportándose hacia múltiples continentes, causando estragos y como música de reggaetón de Bad Bunny interpretada por Pablito Mix, ya no se importa, sino que se genera en nuestro país, por transmisión comunitaria.

No podemos perder de vista que luego de una pandemia, además de la salud de los ciudadanos, las economías de las naciones son las que se verán mayormente afectadas —así, en ese orden. Hoy, nos encontramos con un escenario donde la economía se congela, donde los —necesarios— meses de distanciamiento social interrumpirán la formación de capital (que se da cuando podemos ahorrar en lugar de consumir, y posteriormente invertimos), así como la participación laboral y el crecimiento de la productividad. Los riesgos se pueden percibir de dos maneras: en primer lugar, el número de quiebras de la economía real (de producción, industrias, comercio, consumo, entre otros, a mediano y largo plazo), lo que dificulta la gestión del sistema financiero, y una crisis financiera que parte de la economía financiera (acciones, bonos, créditos, en el corto plazo), que de no ser atendida, mataría de hambre a la economía real.

¿Es lo anterior lo que llevó a Trump, López y Bolsonaro a pasar de una negación constante a una crisis escalofriante de “últimas llamadas” y “estados de emergencia”? ¿Por eso se suicidó ayer el Primer Ministro de Finanzas de Alemania, Thomas Schäfer? ¿Ya valimos?

Ante la percepción, querido lector, la ciencia. Y para la ciencia, ante el inminente y amenazante riesgo, los hechos:

Analicemos la situación que vivimos en México con la gripe española que era francesa y que llegaba, luego de su propagación por la Primera Guerra Mundial, desde Cuba a principios del Siglo XX, infectando particularmente a adultos jóvenes.

El Gobierno post porfirista de don Venustiano Carranza se puso las pilas y no aceptó el vapor “Alfonso XII”, que venía de La Habana y de donde ya habían desembarcado, en Veracruz, barcos infectados (desembarcado barcos, ¡bravo!). Se suspendió el tráfico ferrocarrilero, se cerró la Aduana de Laredo, se clausuraron templos, escuelas, teatros.” El setenta por ciento de la población, se encuentra atacado por el terrible mal…”, publicaba El Universal en octubre de 1918.

Con la contracción económica de la Primera Guerra Mundial y la gripe española como factores, no es de sorprendernos ahora la Gran Recesión de 1929, una década después. No existía un sistema financiero claro, los estudios económicos ante la precaria globalización eran inciertos, y Keynes criticaba en Cambridge las teorías liberales de Marshall, sentando las bases para el neoliberalismo, que tanto nos recuerda nuestro experto comandante, economista, epidemiólogo y científico supremo NoTeMerecemosCabecitaDeAlgodón, todas las mañanas.

Sin embargo, no es necesario que esto ocurra nuevamente. Hoy, los países tienen experiencias considerablemente diferentes por dos razones: la resistencia de las economías con políticas públicas preventivas (algo así como para lo que sirve el PIB que decreció y los Fondos de Emergencia, que en esta tierra de Pedro Infante nos gastamos el año pasado) que les permitan absorber tales choques, y la capacidad de los investigadores y los encargados de formular políticas para responder a este desafío sin precedentes, a través de la innovación.

Me explico: luego de Donald negado y no preventivo, el Donald innovador en Estados Unidos, promovió un paquete de estímulo de $2 billones de dólares (algo así como 111 veces lo que perdió PEMEX el año pasado) para suavizar el golpe de la crisis del coronavirus.

¿Cómo funciona este estímulo? Harvard Business Review explica que a través de las «ventanas de descuento”, que proporcionan un financiamiento ilimitado a corto plazo (economía financiera) para garantizar que los problemas de liquidez no rompan el sistema bancario. A lo anterior, se incorpora una «ventana de descuento de la economía real”, que pueda ofrecer liquidez ilimitada a hogares y empresas sanas.

Recomiendan que deben utilizarse «préstamos puente” sin intereses a hogares y empresas por la duración de la crisis y un período de reembolso generoso; una moratoria en los pagos de hipotecas para prestatarios residenciales y comerciales; o usar los reguladores bancarios para apoyarse en los bancos para proporcionar financiamiento y modificar los términos de los préstamos existentes. ¿Un respiro, verdad?

Sin embargo en México, ni sumando los 131 mil millones de pesos (alrededor de 5,700 millones de dólares) para Dos Bocas, el Tren Maya y el Aeropuerto de Santa Lucía, con el fondo extra anunciado por 400 mil millones de pesos “por combate a la corrupción y buena recaudación” anunciado por el Presidente (alrededor de 17 mil millones de dólares), nos alcanza. Y si no nos alcanza, por más que nos diga la máxima Autoridad del Palacio Nacional que no quiere endeudarse, o es lo anterior o es ordenarle al Banco Central, con resultados previsibles de una hiperinflación que, ahí sí, terminaría de hundir lo que nos queda de país.

Con todo lo anterior, deberemos exigir aún más a quienes viven del erario. Un medio de comunicación me compartió la declaración patrimonial de un Ciudadano Anticorrupción que en el año 2018 reportó $26,358.00 de ingresos mensuales por clases en Universidades, y un promedio de $19,843.67 para el año 2019 al mes, en la misma función. Suponiendo una cuota hora promedio de $150.00, impartiría cátedra de 33 a 43 horas por semana. A eso —le puntualizaba—, deberá sumar el sueldo mensual que recibe por las actividades que realice como Integrante, y que pagamos de nuestros impuestos… en lo que le sobra de tiempo.

Quizá, después del Padre Pío, este señor también tenga el don de la bilocación.

Por cierto, ¿listos para sus declaraciones anuales?