El Laberinto

Cambio de tema o del papel y los humanos

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Estoy francamente saturada con el coronavirus, desde memes, noticias, historias, llegando al punto que hasta el horóscopo está involucrado con entradas como “los signos más susceptibles a enfermarse” es agotador mentalmente pasarse la vida pensando en la espada de Damocles, más cuando al viajar en el metro una dama con guantes quirúrgicos y una mascarilla filtradora en forma de concha se frotaba intensamente con un antibacterial que extraía de una botella gigante.

Me rehúso a darle abono a la semilla del pánico así que solo diré dos cosas al respecto y nos vamos a lo que sigue: primero todo mata y miles de cosas son más letales que el virus chino así que si quieren vivir mucho cuídense en lo cotidiano con buenos hábitos cómo se cuidan en la contingencia y segundo: sentirnos tan frágiles, no solo en la salud si no en el plano social, económico y emocional nos da la oportunidad de cuadrar nuestros afectos y de echarle un vistazo a nuestra situación, aprovechemos mejor esta crisis para ello en vez de estar en la total paranoia.

El supuesto desabasto de papel higiénico (ahí vamos de nuevo, disculpen ustedes) y digo supuesto porque por lo menos en mi tiendita local tienen suficiente para alejarme del periódico viejo, me ha hecho pensar en aquello que en algún momento nos hizo humanos, ya sé que está rara la conexión y que en lo último que pensarían al ver un esponjoso rollo en es nuestro paso de mono a hombre, pero bueno, ya conocen los viajes que suele tener mi cerebro en condiciones normales, ahora imagínenlo en el ocio y la cuarentena.

Resulta que una de las capacidades que nos distinguen del reino animal, es que aunque ellos pueden habilitar herramientas sencillas para necesidades concretas presentes, como utilizar un ramita para sacar hormigas de un agujero o abrir un coco con una piedra, no piensan más allá del presente, viven al día, nosotros, en cambio, fabricamos herramientas que no usaremos en ese momento específico, sembramos y cuidamos plantas que comeremos hasta que se dé la estación o ahorramos, si la precariedad nos lo permite, para sobrellevar la vejez.

Todos los productos de nuestra civilización son fruto de nuestra inquietud y nuestra certeza del futuro, las relaciones que establecemos, el arte que creamos, las instituciones que formamos y a su vez, en ella se encuentra la que será en algún momento la causa de nuestra desaparición, más allá de cualquier epidemia.

Porque también pensando en el futuro es que acaparamos el papel de baño de los estantes, y eso en el más inocuo de los casos pues también de manera habitual  sobre explotamos los recursos y a las personas fabricando más de lo que podemos usar,  acumulamos dinero a lo bestia, que nunca podremos gastar y en resumen obramos como si fuésemos vidas infinitas, en un mundo tremendamente finito.

Sírvanse de esta extraña reflexión mientras estén en sus casas y recuerden lavarse las manos. Yo acabo de descubrir que me es imposible hacer un cambio de tema en estos días.