El Laberinto

Sigue

Compartir

Siempre ha habido días de miseria, en los que las cosas más simples como responder el teléfono o arreglarse se vuelven un verdadero reto, y lo vemos con pesar pero finalmente sabemos que son cosas que se hacen por necesidad para seguir estando en el mundo simplemente las hacemos. La situación se complica mucho cuando el desgano nos aleja de hacer aquello que nos apasiona, eso que nos define y normalmente nos causa gran placer, porque objetivamente no es algo utilitario en el sentido de producir o de ser necesario para la subsistencia, pero sí lo es para darnos sentido, y perderlo, o sentir que lo pierdes duele y mucho.

El dolor aquel nace de sentirse insuficiente, incapaz, de pensar que no somos apropiados para seguir nuestras pasiones o nuestros sueños. Vienen las comparaciones, vemos a la gente triunfar en las redes que son ese escaparate por el que pasamos sabiendo que no nos alcanza para comprar lo que ahí anuncian.

Y entonces de pronto sientes que todos son felices menos tú, que hay algo que no está funcionando, algo que te fue negado mientras se lo daban al resto y a manos llenas.

Llega entonces la tentación de mandarlo todo al demonio, de claudicar sin más, ya sea tocar la guitarra, luchar por alguna causa, escribir, bailar, o incluso cocinar arroz o ser un buen pariente, amigo o pareja. Finalmente, llega ese momento de sentirse una insignificante pulga, sin significado en el universo, sin propósito y esa sensación pulga es interesante cuando a uno le vence la presión porque sabemos que el mundo no se va a acabar si no nos movemos un tiempo, pero da bastante desazón cuando se le quiere buscar el sentido a lo que  se hace.

Lo cierto es que lo que vemos del resto, lo que trasciende de aquellos que admiramos, es simplemente la punta, el intento un millón de la canción que no salía, el cuadro que funcionó después de raspar y raspar lienzos o a cavarse gomas intentando, la pareja feliz después de haber trabajo en sus diferencias, el luchador social consagrado a base de mantenerse, de seguir aunque todos le digan que así ha sido siempre. Y que sus resultados fueron de lo pequeño a lo grande o solo se quedaron en lo pequeño pero para nosotros son importantes y transformaron nuestro mundo.

 En pocas palabras, y de modo bastante irónico lo que vemos de ellos, eso que nos da ganas de dejarlo todo es el  justo lo que resulta cuando no lo dejas.

Todos pasamos por baches, todos nos sentimos poco, nos atoramos, nos cansamos  y nos frustramos, algunos con más facilidad o ventajas, pero por dentro todos somos unas bolitas de nervios bastante asustadas buscando afecto, reconocimiento o transformación, si se pueden todas juntas mejor. Saber esto y darse la oportunidad de respirar, recordárselo a aquellos que veamos flaquear, debería estar incluido en cualquier misión. Yo por eso, por saberlo y para que lo sepan, es que he escrito este laberinto.