El Laberinto

ROBOT

Compartir

Cuando el trabajo mental me agota o los problemas me agobian, aplico la saludable técnica de evasión de dedicar mi tiempo y concentración en alguna tarea manual que me permita mantener la mente en blanco, ya sea doblar ropa, lavar trastes, romper papeles o colorear. Otros se aficionan por el bordado, el cuidado de las plantas o la elaboración de manualidades. Se convierte en un remanso de paz donde la mente está en blanco y permite tener la mente más clara, siempre pensé que el utilizar las manos, o las piernas porque también puede ayudar una buena caminata, es una manera de recuperar el equilibrio y salir adelante. Y lo sostengo pero ahora le estoy encontrando sus contrastes. Y es que no es lo mismo hacerlo como escape que como obligación.

El trabajo manual ya como fuente de ingresos,  a menos que seas un notable artesano o un increíble profesional, esta terriblemente mal pagado, las jornadas son extenuantes, las funciones repetitivas, denigrantes o al estilo Sísifo, subiendo una piedra por una pendiente para que vuelvan a pasar, trapeando un pasillo para que lo pisen de inmediato, todo esto nos transforma en autómatas sin voluntad. El no controlar las condiciones en las que se labora, como la postura, la ropa  la luz o la música empeoran todo, te quitan la individualidad y entonces ya no te sientes tú mismo o peor aún, no sientes nada en absoluto. Así me vi pasando los días si ver ni oír, sin percibir el paso del tiempo o el estrés, solo un modo automático. Un robot que al final del día estaba tan cansado que no tenía tiempo para ser.

Pero hay una salvación, lo descubrí hace poco y consiste en apelar a aquello en lo que basamos nuestra identidad, la plática entre compañeros, siempre y cuando se trate de cuestiones constructivas o no tan banales, es como un bálsamo sobador porque nos recuerda que nos gusta, permite usar nuestro propio lenguaje y aunque la actividad pesada o repetitiva  siga, pasa a un segundo plano. Lo malo es que no todos los diálogos son interesantes y a veces uno tiene que tolerar además de todo lo anterior una charla tediosa, quejumbrosa o de aquellas con demasiada información que llamaremos incomodas.

Aún existe un remedio mejor, la música elegida, que marca un ritmo novedoso de trabajo, que igualmente genera una sensación armonía compartida y acordada y que además tiene la posibilidad de encontrar entre los que la están escuchando una chispa de complicidad y un tema de plática. Y hay quien dice que el arte no sirve para nada, si es, como vimos en este ejemplo, lo que nos mantiene humanos.