El Laberinto

Motín

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Hay cosas que no te dicen sobre la vida adulta, como que quedarse dormido es demasiado fácil o demasiado difícil, que los impuestos son inexorables, que lo dulce no es tan rico como parecía o que el golpe más insignificante dura como un rastro de dolor por más tiempo del que desearíamos. Tampoco no enseñan a trabajar o si esto sucede no nos enseñan sobre las pequeñas miserias y aventuras de la vida laboral, que con el tamaño de jornadas que existen en casi todos lados, pues es la mitad de nuestra vida.

Hay un tema con los equipos que me intriga, me indigesta y que en ocasiones me beneficia, pero que inevitablemente me hace sentir en “La isla del tesoro” (1883) de Robert Louis Stephenson, no por los mareos que causa la mar, que también podría ser, sino por esa sensación de peligro y desconfianza que se siente entre la tripulación.

Imagina que te embarcas, aunque suene a la metáfora más desgastada de las juntas laborales de “todos estamos en el mismo barco”, y supones que todos van para el mismo sitio y que por lo tanto van a hacer su labor por seguridad de todos, porque están interconectados. Crees que todos son desconocidos con buenas intenciones y que están en igualdad de circunstancias para relacionarse, luego vas descubriendo tal vez demasiada familiaridad o intimidad para recién conocerse, empiezas a desconocer secretos, van excluyéndote de la diversión, no reman al parejo contigo y si alguien de la agrupación está al mando de pronto brinca la distribución desigual del trabajo, los favores, las preferencias. Finalmente aceptas que aunque todos están navegando juntos, la mitad son piratas y o te unes o acabas siendo cena de tiburones o el valiente que vuela cabezas. Comienzan ocultando información, infiltrando en posiciones clave a su propia gente y cuando te das cuenta, ya está la tripulación entera lidiando con ello sin importar el bando, mientras la nave corre peligro de estrellarse y el objetivo por el que están todos en ella no tiene visos de ser cumplido.

Yo, que siempre he creído en la comunidad, en la agrupación y en levantarse contra el patrón, de pronto me encuentro con una variable perniciosa de todo esto que creía un valor y que consiste en unirse por el mero hecho de sabotear, de cuestionar sin sentido, de envenenar el agua de la que todos beben, de no querer cambiar esa estructura que perciben como opresión, si no en perpetuarla simplemente cambiando a la posición ventajosa.

Y podríamos pensar que esto pasa en la política, donde se toman decisiones trascendentales,  en las grandes empresas donde se mueven los muchos millones, en los puestos con sueldos altos o de mucho prestigio, lo cierto es que ocurre en casi todos lados, solo que en los extremos es mucho más encarnizado por que o se tiene mucho que ganar o nada que perder.

Con los años, acabamos siendo por momentos el pirata que conspira, el leal que hacen caminar por la plancha y que tiran al océano y también aquel valiente que se les revela y acaba cortando sus cabezas aunque esté en franca desventaja. No queda más que apretar fuerte el cuchillo y seguir navegando, sin dejar de pensar que la verdadera vida está en lo que hacemos con el tesoro cuando lo obtenemos, no en como lo buscamos.