El Laberinto

Dulce azar

Compartir

He estado pensando en todos aquellos objetos, situaciones o personas que llegan a nuestras cotidianidades cuando no lo estamos buscando y cómo estos son verdaderos regalos que pueden transformarnos porque abren nuestro panorama al no haber tenido incidencia sobre los mismos.

Los regalos tienen ese encanto, está el papel que los envuelven y adentro la decisión que otra persona tomó por ti, con cariño en el mejor de los casos, sobre algo que consideró que podría quedarte, gustarte o que necesitabas. Lo mismo sucede cuando te enseñan una canción que les hizo pensar en ti o una persona con la que también ven coincidencia. En este caso juega la voluntad meditada del otro y nuestra propia receptividad.

Luego están aquellos objetos que llegan de segunda mano, esos por lo que pudimos pagar aunque no fueran necesariamente lo que estábamos buscando o aquellos que llegan a nuestras manos de manera gratuita a tener una nueva oportunidad. Aquí sí juega la voluntad, sí pagamos por ellos, y es una voluntad flexible que igual nos puede dar sorpresas y en el caso de las cosas previamente usadas, pero después donadas tienen un sesgo interesante por ser algo que el primer usuario había considerado para sí mismo, lo curioso con estos cambios de dueño es que la relación nunca es igual, puede ser que la chamarra que regalaste porque te venía justa sea la favorita de quien la recibe. En el caso de las personas y haciendo mucho hincapié en que no tenemos dueño, también la forma de relacionarnos y la importancia que tenemos siempre es distinta y eso lo hace muy interesante.

La tercera vía, mi favorita, es cuando participa más activamente el azar como cuando te encuentras unos anteojos en el asiento del metro y casualmente te encantan aunque nunca lo hubieras pensado ni tú ni tus amigos, cuando en un sorteo te toca un premio insospechado o cuando, después de varios procesos de teñido el cabello presenta resultados aleatorios que acabas abrazando. Alguna vez patee un objeto por la calle y al levantarlo resultó ser un anillo de mi talla, con una piedra de un color que me encanta, pero de un tamaño que tal vez no me habría comprado, un regalo de alguien sin rostro, igual que cuando en el aleatorio te aparece una canción que te acaba gustando. Con las personas sucede cuando estás donde no debías estar y te encuentras con quien sí deberías encontrarte, o cuando alguien se sienta junto a ti por ser el único asiento vacío y termina siendo tu mejor amigo.

La vida adulta, se parece a veces a los servicios de streaming de video, lo pagamos y creemos que sabemos que queremos y luego pasamos horas escogiendo que ver y siempre está la opción de que ni siquiera nos guste. Es un constante pagar y tomar decisiones y, por lo tanto, yo agradezco mucho lo inesperado, lo improbable, las recomendaciones y los regalos, porque enriquecen, convierten y le ponen emoción a lo cotidiano.