Brevísimos apuntes históricos de las sequías en Guanajuato 2

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Guanajuato por Daniel Thomas Egertón (Fragmento).

Esta segunda entrega de los apuntes históricos sobre las sequías en Guanajuato aborda lo referente al siglo XIX. El interés por dar a conocer estas escuetas noticias, parte de la circunstancia actual que coloca a México y a Guanajuato en un alto grado de padecer situaciones recurrentes de estrés hídrico. Se impone, en conciencia, fortalecer nuestra cultura del agua, orientar nuestro consumo de forma más racional e inteligente y de invertir nuestra creatividad en encontrar una nueva relación con el vital líquido.

Referimos en la primera entrega que no contamos con información de los siglos XVI y XVII. Reunimos las breves noticias sobre las sequías en el siglo XVIII y anotábamos entonces, una terrible que se vivió entre 1712 y 1713, otra de 1741, una más en 1775, otra de 1782 y una última en 1790. Cinco sequías que provocaron escasez de alimentos, carestía, desesperación, hambre y la muerte de muchas personas y animales.

Seguimos ahora con las sequías identificadas durante el siglo XIX, un periodo en el que atravesamos circunstancias complejas como la guerra por la Independencia Nacional que se prolongó por once años, los conflictos internos relacionados con los ajustes de nuestra política interna, invasiones extranjeras y una intermitente confrontación entre los diferentes proyectos de los mexicanos.

Ocasionalmente referiremos alguna noticia importante, no relacionada con las sequías, para contextualizar un poco sobre cómo iba transformándose nuestro Guanajuato.

1808 fue un año terrible para los guanajuatenses ya que el día 24 de febrero alrededor de las 11:45 de la mañana se desplomó la cúpula del templo de la Compañía de Jesús. Lucio Marmolejo en sus efemérides recuperó parte de los testimonios vertidos por antiguos vecinos de la ciudad quienes narraron cómo fue que el sacerdote Manuel Leal y Araujo observó y atendió, como una señal, la caída de arena y el crujir de la madera, por lo que de inmediato dio la voz de alerta para que las personas que estaban en el templo corrieran fuera para salvar su vida.

Placa localizada en el interior del templo de la Compañía que refiere la fecha en que se desplomó la cúpula. Foto: E.V.A.

Luego del terrible derrumbe y cuando la nube de polvo se había disuelto, los sacerdotes ingresaron con cautela para salvar la custodia y el sagrado depósito que, por fortuna, resultaron ilesos, los tomaron y los trasladaron a la pequeña casa de ejercicios, el viejo hospital de los indios otomíes. Se cuenta también que una imagen de Jesús el Nazareno resultó libre de cualquier tipo de daño.

Pero la vida en la ciudad se tornaría más complicada ese año ya que desde 1807 las lluvias habían sido escasas y, pasado el mes de mayo de 1808 no se había presentado precipitación alguna. Fue entonces que el 6 de junio comenzó un solemne novenario dedicado a Nuestra Señora de Guanajuato para solicitarle socorro por la falta de lluvia.

Las condiciones no mejoraban, por lo que el día 22 de junio los guanajuatenses sacaron en procesión la imagen del Virgen de Guanajuato y, prodigiosamente refiere la crónica, se hizo presente la anhelada lluvia.

El año siguiente, el 27 de agosto 1809, los fieles llevaron en solemne procesión por las calles principales la imagen del Señor de Burgos, cuya fiesta anual habían instaurado pocos días antes los españoles montañeses residentes en la ciudad, el propósito fue pedir la intercesión del venerado cristo para tener un buen temporal, lo que nos remite a pensar que las cosas no andaban bien en materia de disposición de agua para las necesidades básicas de la población.

Pocos meses después, a inicios del mes de noviembre de 1809, quedó concluido el magnífico edificio del Palacio del Maíz, la Alhóndiga de Granaditas. Luego en 1810 vino la guerra y no localizamos información sobre las sequías en Guanajuato por un periodo de veinte años.

1830 fue otro año extraordinario para la ciudad. Hubo sequía y grandes obras. En enero se habían iniciado los trabajos de construcción del gran puente de Tepetapa que comunicaría, cómoda y fácilmente, a ese barrio con el centro de la ciudad. Para mayo las obras iban muy avanzadas, especialmente el pilar central que soportaría parte de la estructura, pero por desgracia se le detectó una gravísima fractura que obligó a derribar lo construido.

El 10 de julio comenzó un novenario y procesión con la Virgen de Guanajuato, los pobladores pedían de nueva cuenta, su mediación para tener un buen temporal en vista de que las lluvias no se presentaban. Mientras ocurría la procesión, cuentan que cayó un tremendo aguacero que obligó a los fieles a resguardar la venerada imagen de la virgen en el templo de la Compañía desde donde se imploró, con otro novenario, la petición por el buen temporal. La lluvia fue buena y las cosechas abundantes, la sequía menguó.

En lo correspondiente al puente de Tepetapa se tomó la decisión de llamar al arquitecto Juan de Dios Pérez que vino desde Lagos de Moreno y fue él quien diseñó y construyó ese magnífico puente de un solo arco que fue concluido en diciembre de 1835.

En 1837 se volvió a celebrar un novenario para pedir otra vez por un buen temporal. Las rogativas a la virgen de Guanajuato comenzaron después del día de San Juan Bautista, el 25 de junio. Las lluvias no llegaban por lo que se reforzaron las oraciones y, el 17 de julio, se celebró un novenario más pidiéndole a la milagrosa imagen del Señor de Villaseca, con misa y procesión, que eliminara el mal de la sequía.

En 1840 se retrasó demasiado la temporada de lluvias, por tal razón el 23 de agosto, desesperados, los guanajuatenses salieron en procesión con la virgen de Guanajuato y comenzaron un novenario para suplicar las lluvias. Refiere la breve noticia que existe al respecto que, al concluir el novenario, llegó la tan anhelada lluvia a estas tierras. Una situación similar ocurrió el 17 de julio de 1841 lo que fue haciendo de la procesión y el novenario un ritual ya que se repetía anualmente con los mismos propósitos. Igual circunstancia se registro en 1843 aunque en ese año las lluvias llegaron en julio.

La fuente dedicada a Nuestra Señora de Guanajuato en la Plaza Mayor (Actual plaza de la Paz).

El 2 de junio de 1852 fue una fecha memorable para la población guanajuatense ya que ese día brotó, por primera vez, el agua en la fuente dedicada a Nuestra Señora de Guanajuato que se ubicó originalmente en la Plaza Mayor (Plaza de La Paz), posteriormente fue cambiada a la plazuela de San Diego (Jardín de la Unión) y finalmente se ubicó en la plazuela del Baratillo, donde permanece hasta nuestros días. También brotó el agua en otras fuentes ubicadas en diversos puntos de la ciudad que complementaban una nueva estrategia de distribución del vital líquido que logró reducir el costo del agua.

La tregua de la sequía duró poco ya que, en 1857, se volvieron a sentir los efectos de una sequía que no fue tan grave como otras que hemos referido, pero que despertó, de nueva cuenta, la preocupación de los habitantes de Guanajuato.

La sorpresiva presencia de lo que los guanajuatenses llamaron un “huracán” en los primeros días del mes de mayo de 1872 causó temor entre la población, el fenómeno meteorológico dejó algunos destrozos: se cayeron algunos árboles y se volaron algunos tejados, pero lo más significativo fue que destruyó 27 arcos tipo gótico que estaban siendo construidos en el panteón municipal. La presencia de ese huracán parecía el augurio de una buena temporada, pero no fue así. La lluvia fue más bien escasa y de nueva cuenta los guanajuatenses imploraron con procesión en el atrio de la parroquia a Nuestra Señora de Guanajuato que les mandara la lluvia suficiente para no sufrir.

En esta antigua fotografía del panteón de Santa Paula se pueden observar, atrás de  la tumba de Manuel Doblado, los arcos que derribó el huracán de 1872.

Durante los años de 1886 y 1887 la población de Guanajuato experimentó los efectos de una terrible sequía que provocó que las presas que abastecían del vital liquido se quedaran completamente vacías. Ante tan crítica situación el gobernador de la entidad Manuel González ordenó que se hiciera una exhaustiva investigación para identificar posibles fuentes de abasto de agua para Guanajuato.

En la exploración de esos posibles yacimientos surgió la idea de conducir agua desde una comunidad del municipio de Dolores Hidalgo, luego se pensó en el potencial de la Cañada de la Esperanza para captar agua y la ventaja que ofrecía por su cercanía a la población, así que se comenzaron los estudios del terreno y de las vertientes que llegaban a esa cañada.

Luego de verificar la viabilidad del proyecto se comenzó el proceso para la adquisición de los predios en donde convergían las aguas conducidas por los arroyos de Santa Ana, Esperanza y Melchores. De igual forma se gestionaron los permisos para poder utilizar los terrenos por donde se conduciría la tubería.

Las obras de la nueva presa comenzaron el 5 de mayo de 1887 (en el marco de la conmemoración del triunfo del ejército mexicano sobre las tropas francesas en Puebla en aquel legendario 1862).  La ceremonia del arranque de la construcción consistió en la detonación de los primeros barrenos ante la curiosa mirada de miles de guanajuatenses que se desplazaron hasta allá para presenciar el inicio de la construcción de la presa Manuel González, que luego comenzó a ser llamada Presa de La Esperanza.

La obra se prolongaría por varios años y, entre tanto, revisamos en otra importante fuente de información, las Efemérides Guanajuatenses recopiladas por Crispín Espinoza y adicionadas por el editor Manuel Sánchez Almaguer y encontramos algunas noticias sobre las sequías en la última parte del siglo XIX.

1891 fue un año escaso de lluvia y 1892 tampoco reportaba un buen temporal, las noticias que llegaban desde distintos puntos del estado informaban sobre la muerte del ganado y la escasez de alimentos. La miseria era tan visible en nuestra ciudad que se convirtió en el refugio de personas que llegaban de otras poblaciones en busca de pan y agua para calmar su hambre y su sed, muchos llegaban en harapos por lo que fue necesario establecer una junta provisional de caridad y un comedor público en el mesón de San Pedro.

Finalmente, referiremos que en 1894 fueron clausurados los locales en donde se despachaba el agua de la presa de la Olla y comenzaron a funcionar los hidrantes colocados en muchas calles, callejones y plazas de la ciudad, que se surtían agua proveniente de la presa de la Esperanza.

Mujeres de Guanajuato en un hidrante.

La nueva presa de la Esperanza vino a complementar el abasto que proporcionaban la presa de la Olla desde 1749 y, la de San Renovato desde 1791 y, destacó por la elegante estructura y los materiales utilizados en su construcción.

La Presa de la Esperanza y el filtro tinaco de San Antonio fueron inaugurados el 16 de septiembre de 1894 por el gobernador Joaquín Obregón González acompañado de las señoritas María Fernández, Ángela Palacios, Josefina Glennie, Virginia Chico, Concepción Orozco y Sara Reynoso. Para facilitar el traslado de la población a la celebración, hubo 530 burros que subían y bajan a la gente de manera gratuita.

La presa de La Esperanza y las obras complementarias que incluyeron el Tinaco de San Antonio, el Tinado del Venado, 125 hidrantes y tubería tuvieron un costo total de $363,728.94.

Comenzó así una nueva etapa en la historia de la ciudad, que ahora contaba con un nuevo embalse que garantizaría el abasto de agua por algunos años más, se cerraba el siglo XIX y se iniciaba una era de esperanza. En la tercera y última parte de estos brevísimos apuntes abordaremos las sequías del siglo XX.

La presa de la Esperanza en Guanajuato.

© J.E.V.A. Junio 4 de 2021