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MI NIÑO DE ATOCHA

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En Guanajuato siempre, siempre, se reza. Los santos son parte de la religión católica y parte de los hogares, tanto así que muchas de las casas y callejones, tienen capillas o espacios santos para adorarlos. San Miguelito, la Virgen de Guadalupe, San Juditas Tadeo y el Santo Niño de Atocha son los más requeridos. Yo no estoy exenta al fervor religioso, desde mi episodio de cáncer que tuve, dicho sentir se acentuó mucho más pues creo que las plegarias que uno de los grupos de oración de la Basílica de aquí, a la que pertenecía mi amigo Juan -quien me informó de oraron por mi recuperación- es la buena vibra que me ayudó a seguir viva. Pues bien, en mi casa yo tengo un espacio para mis santos: el Santo Niño de Atocha, San Juditas Tadeo, la Niña Blanca, la Virgen del Carmen, la Virgen de Regla, la Divina Providencia, San Charbel, Santa Bárbara. La mayoría son de bulto (esto quiere decir que son estatuillas de yeso o cartón) algunos otros son imágenes, fotos impresas en papel. Antier estaba acomodando unos muebles que encerraron en cierta manera la mesita de mis santos. Mi casa es pequeña, por ello el espacio es mínimo, y el mueble que los encerraba, aunque sí lo protegía de mis gatos, y al parecer a mi Niño de Atocha no le gustó permanecer en el anonimato, pese a que lo protegía una sirena que representa la fuerza del mar de la Virgen de Regla.

La imagen de bulto que tengo la conseguí en Durango hace años cuando fui a un curso sobre competencias docentes en el Nivel Medio Superior auspiciado por la Universidad de Guanajuato, en uno de los descansos fui al mercado cercano y vi esta imagen que de inmediato me vendió un muchacho. El asunto es que, ya comprado, vi que el chico lo había bajado de un altar que estaba en ese negocio. Yo el pregunté si era permitido que me lo vendiera, él dijo que sí, y pues mi Santo Niño de Atocha está aquí, conmigo.

Pero volviendo al punto, el asunto es que cuando moví el mueble que lo aprisionaba, me di cuenta de algo increíble: el rostro del santo estaba serio, me atrevería a decir que con un dejo de ira, como nunca lo había visto; quien conoce al Niño de Atocha, sabe que se le representa esbozando apenas una sonrisa, pues nada, la sonrisa desapareció, lo juro. Y lo increíble y más sorprendente es que su cabeza estaba ligeramente volteando hacia el lado derecho, hacia la pared. De inmediato le pedí disculpas por el encierro, le dije que le pondría ofrenda de chocolates, una veladora, luz para que se encontentara. En mi fe y agradecimiento eso hice.

Increíblemente su rostro cambió, pero no de inmediato. Hasta ahorita, en este momento su rostro se ve más dulce y ha volteado su cabeza hacia la luz de la veladora que está en su altar. Pienso que sí le ha gustado su regalo, su mirada ya ha cambiado, es más apacible, menos iracunda. Sólo espero que con este testimonio de su cambio para mí, mi Niño de Atocha sí me abra los caminos, sí nos otorgue la protección y prosperidad, prosperidad que en conjunto trabajamos, pues él bien sabe que siempre he trabajado casi hasta desfallecer, y también sé que al interceder por nosotros ante Dios, nada es imposible, y nos dará las fuerzas para seguir adelante, pese a seguir convaleciente de lo que me ha enfermado a lo largo de estos años. ¿Quieres conocer mi altar? Ven, lee y anda Guanajuato.