El Laberinto

El rastro de tu sangre sobre la nieve

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Llevaba dos semanas enterándome de que mis conocidos iban cayendo enfermos, nada grave afortunadamente, es enero y se suman a la cuesta económica y el desgaste pachanguero un frío terrible y un virus que muta y que se resiste a irse, que ha transformado nuestra manera de convivir y de andar por el mundo.

La mañana del sábado, me alcanzó la enfermedad, lo sentí al abrir los ojos y encontrarme con la piel de gallina a pesar de las tres cobijas y la pijama de franela, era una sensación similar a tener una bolsa de hielos pegada en la espalda, pero con un dolor muscular de tales dimensiones que sumado al escalofrío febril, más bien daba la impresión de haber sido pateado en conjunto para luego ser abandonado sobre la nieve.

Aunque toda esta descripción es un mero producto de mi imaginación, pues afortunadamente nunca me han pateado en equipo (solo metafóricamente) y desafortunadamente la nieve solo la conozco en videos y en cuentos, por cierto que  hablando de cuentos con nieve toda esta situación coincidió con la lectura del doceavo cuento peregrino y es de mi lectura covidosa que nace este laberinto.

Se ha escrito mucho sobre lo que trata el cuento, que si es sobre el amor y la sexualidad adolescente, que si va sobre las clases dominantes en América Latina y sus lujos extremos, o sobre las conveniencias y el qué dirán o sobre cómo es más placentero sentirse europeo en un país bananero que visitar el frío continente proviniendo de uno. Seguramente todos tengan razón, pero leerlo con un pedazo de papel higiénico en las manos, después de tomar la dosis recomendada de paracetamol, le dio un nuevo significado: se trata también de lo que debemos hacer cuando el otro lo está pasando mal.

La protagonista está lejos de ser una víctima, es una mujer preparada, joven, millonaria, inteligente, de buen carácter  y hermosa. Pero necesita ayuda, aunque no lo sepa en un principio, porque ante la enfermedad, la negación no logra nada, la sangre sigue escurriendo por su dedo y ensuciando todo y logra sacarla de la burbuja y preocuparla. Lo más razonable sería detener los planes y poner la salud por encima de todo, por que finalmente no podemos hacer ninguna cosa sin ella, pero ellos no lo hacen y antes de que los juzguemos muy duro, les quiero preguntar; ¿ustedes lo hacen? Estoy segura que no siempre, que no tanto.

Ahora bien, su acompañante que además es su flamante marido, se concentra en el camino, aprovecha que ella no pide ayuda con demasiado empeño para seguir de largo, se concentra en el auto nuevo, en el camino, en la  belleza de su esposa mientras duerme y además se descuida a sí mismo, ya que tampoco come nada ni descansa, solo conduce tratando de ignorar que en Paris su amada va a seguir sangrando.  Y aquí vamos de nuevo, no es necesario llamarlo pusilánime como lo hacia mi abuela, el confiaba en la autosuficiencia de su mujer, en lo solido de su situación, en lo diminuto de las gotas de sangre ¿Nosotros ponemos atención cuando alguien la está pasando mal? o lo vemos como cuestión de tiempo.

Si algo he aprendido de este proceso de enfermedad, y fue deseando que alguien viniese a hacerme un caldito de pollo, es que no importa quién seas o cuáles sean tus circunstancias, lo fuerte o solvente o feliz que parezcas, todos necesitamos una mano de vez en cuando, un poco de compañía, unos centavos de consideración. Llamen a sus enfermos, carguen un ratito con ellos sus bolsas, les juro que esto deja huella y no una efímera sobre la nieve.