ADIÓS A BECKY CASTRO

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Ver asomarse un vocho rojo siempre impecable equivalía a enterarse que Becky Castro había llegado al sitio de las fiestas: las casas de Vero, Roberto, Pepe, alguna vez la nuestra; la Loma de los memorables asados donde reciben desde hace años Montse y Carlos.

Con el vocho llegaba algo más que otra invitada: la mesa se poblaba de media decena de buenos vinos tintos y la conversación de noticias nuevas y chismes candentes sobre la actualidad política del municipio, el estado y el país.

Eran los tiempos —y fueron largos— en que Becky trabajó como reportera de las fuentes “políticas” (la del gobernador en turno y sobre todo la del congreso); los tiempos en que ascendió a coordinadora informativa y de redacción, y más tarde a jefa de oficina del periódico en que muchos la conocimos. Eran los tiempos —y fueron largos— en que magistrados, alcaldes, diputados y funcionarios de todo pelaje le hablaban al oído, le contaban versiones parciales y contradictorias, le daban pistas y, al fin, se empeñaban en modelar lo que sobre ellos se publicaría al día siguiente. Eran los tiempos —y fueron largos— en que el sentido y velocidad de las corrientes informativas en Guanajuato las marcaban las notas salidas de los teclados de Roberto Guerrero, Verónica Espinosa y Becky Castro. Luego vino otro tiempo largo de dedicación disciplinada a tareas informativas en la burocracia estatal, concluido —como antes en el periódico— por un acto de ingratitud de “el responsable en turno”, figura infaltable y siempre merecedora del olvido. 

Mientras todo eso ocurría, Becky se confirmaba como la amiga que conseguía dotar de un aura especial a los viernes y que inventaba verbos (“parupear”, el más célebre y practicado de todos). Estando en esas, el 24 de febrero de 1996 su andar vital tomó una dirección que marcaría el resto de su estancia en el mundo. En una de las mesas de celebración por el bautizo de una niña de dedos larguísimos, a Becky Castro le tocó sentarse junto a Paco Ortiz Pinchetti, el impecable cronista de Proceso, con quien de entrada estableció la charla clásica de asunto climático de los vecinos circunstanciales de fiesta. Al paso de una hora y dos cervezas el intercambio se rodeó de risas y de bromas, de adivinanzas y preguntas, y al paso de tres y cinco la conversación adquirió un ritmo y una imantación suficientes para no agotarse durante los siguientes veintiséis años, lapso exacto que aquel encuentro subsistió.

Haber sido testigo del instante en que ese flechazo tuvo lugar, a la vez me autoriza y me obliga a declarar mi fe absoluta en el poder de transformación del amor. Luego de ese día, Paco y Becky, Becky y Paco se dedicaron a estar juntos en vivo o con un teléfono de por medio; a pueblear México y a recorrer Europa; a toparse a medio camino entre Guanajuato y el De-efe; a beber bien y a reír mejor; a caminar por las arenas de playas incontables o por los senderos sombreados e insólitos del Parque Hundido.

Mirada en todos esos tiempos de cerca y a la distancia, siempre me sorprendió de Becky Castro la manera en que sorteó, con saldo favorable para ella, las herencias siempre problemáticas de la educación religiosa; la orientación social hacia el matrimonio mientras más pronto mejor; la condición femenina antes del feminismo; y la incursión en un medio profesional dominado por machos. Y todo eso sin perder jamás la ternura.

A su vocho rojo le llamaba “Bebé” y lo mimaba como si en efecto lo hubiera parido; y en su casa habitaban varios monos de peluche de tres o cuatro de sus personajes favoritos, entre los creados por Charles Schulz: Snoopy, Charlie Brown, Lucy, Linus y su infaltable cobija.

Nunca le pregunté, pero intuyo que, por encima del perro beisbolista y dormilón y de Charlie Brown, Becky debió de identificarse con Lucy, considerando varios rasgos que comparten. Su criterio independiente; su búsqueda pareja de la cercanía amistosa y la soledad; la fusión tan lograda que en su carácter se cumplía entre sequedad y sensualidad, ocasional indiferencia y coquetería naturalísima. Y claro, el oficio de periodista.

Hay una tira que reafirma mi intuición. Lucy le dice a Carlitos: “Cuando sea grande seré mala y caprichosa. ¡Me sentaré en mi casa y gritaré a los niños que entren a mi patio!”. “¿Y te olvidarás de que fuiste una niña”, le pregunta pasmado Charlie Brown. Tras un cuadro de silencio, Lucy responde: “No, eso es aparte”.

Como Lucy Van Pelt, Rebeca Castro Villalobos no cejó un solo minuto en su empeño de ser hasta el final la niña preguntona, tierna y de ojos grandes que siempre fue.