Histomagia

CAMINO ANTIGUO

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Los caminos de Guanajuato son los que nos llevan a conocer lugares y tener experiencias sublimes ante la belleza de los paisajes, casas, plazas, callejones, cerros, incluso el cielo de la ciudad es una estampa bella que nos cubre y protege de lo que fuera que camina con nosotros a cada paso que vamos en sus calles coloniales.

Guanajuato tiene caminos sinuosos que nos llevan a lo largo de arroyuelos y ríos que dan fe de los primeros asentamientos españoles que nos dieron la identidad como raza de bronce, mestizos que logramos sobrevivir a las luchas de los diferentes movimientos históricos que han sucedido aquí. Pues bien, en esos caminos, entre árboles y ríos, Laura ha tenido, sí de disfrutar la naturaleza, pero también aquellas experiencias extrañas que desde que le sucedieron no la han dejado dormir como antes.

Me cuenta Laura que, hace muchos años, cada fin de semana, solía caminar por la ribera del río de Marfil que en tiempos de lluvia logra limpiarse y el cauce permite escuchar el agua saltarina entre las piedras acompañada por el sonido del vaivén de las hojas que provoca el viento que baja de la sierra por la cañada, esa vez, su caminata la hizo un poco tarde, el cielo ya estaba parduzco, a unos minutos de anochecer, eso no le preocupó pues ya estaba a punto de salir a la calle principal de marfil, sólo faltaba pasar la antigua iglesia, algunas ruinas que ahora forman parte  del Nepomuceno, y estaría en casa en unos cinco minutos. Todo iba bien,  pero al llegar a esas ruinas y dar la vuelta para tomar el final de ese camino antiguo, vio a lo lejos a un hombre vestido de charro, caminando, llevaba a su caballo tomado de la brida acompañándolo, ambos tenían un caminar pesado como que venían de tierras muy lejanas, y pese a que eran días lluviosos y el camino mojado, ellos estaban cubiertos de polvo, el traje que en otrora tiempo era negro, ahora se veía gris; su caballo se veía cansado, su color también ya no era negro azabache, el tono parduzco lo iluminaban los últimos rayos de sol que como cada día se niegan a morir en la oscuridad. Laura decidió ayudar a ese pobre hombre, no sé, darle agua, preguntarle si estaba perdido, o si necesitaba que llamara a alguien. Se acercó rápidamente diciéndole: “Oiga, oiga, ¿necesita ayuda?”, al escucharla ambos seres pararon su andar, se quedaron quietos al tiempo que ella llegaba a su lado un poco agitada por el tramo que tuvo que correr para alcanzarlos. Laura preguntó otra vez esperando ahora sí una respuesta, ellos inmóviles miraban al frente, paralizados, ella comenzó a sentir un frío helado en sus cuerpo, el aire comenzó a tornarse más fuerte, y una pertinaz llovizna caía en sus hombros, y fue cuando se dio cuenta que increíblemente con la lluvia ellos no se mojaban, Laura, en ese momento, supo que estaba ante algo extraño que físicamente es imposible, asustada dio unos pasos hacia atrás y en ese mismo instante, el hombre comenzó a hablar en un español tan irreconocible, tan antiguo que a la vez rompió el hechizo en ese momento, con parsimonia los fantasmas siguieron caminando dando vuelta hacia la izquierda y ante sus ojos Laura vio cómo traspasaron el muro de piedra antiguo, atravesándolo y desapareciendo. Laura lanzó un grito de horror y corrió tan veloz como le daban sus piernas llegando a la calle principal, donde las luces ya estaban en su esplendor iluminando un camino solitario y tranquilo.

Laura nunca quiso contar su historia, hasta el día de hoy; ella piensa que son almas en pena que así siguieron su camino cansado hacia el mismo lugar, insiste en que seguro era un alma perdida acompañado por el alma de su fiel corcel, dos almas que seguirán por toda la eternidad buscando quién sabe qué, tal vez a alguien o algo que se les perdió aquí en ese río, o en ese viejo camino que Dios sabe cuántos misterios guarda desde siempre. ¿Quieres conocerlo? Ven, lee y anda Guanajuato.