El Laberinto

Me ahogo

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Esa horrenda sensación, la vista nublada por la sal que arde en los ojos, los golpes repetitivos de las olas, sintiendo que te arrastra la corriente, el sol  sobre la cabeza y el frío en el resto del cuerpo, que se siente cansado y lastimado de tanto tratar de mantenerse a flote. 

No se divisan naves en la cercanía, solo se percibe un peligro latente más allá de nuestros pies, ahí donde acechan criaturas que, en el mejor de los casos, podemos imaginar ciegas y con dientes afilados a punto de encajarse en nosotros y que en el peor representan a lo desconocido, siempre tan indeseable cuando uno se siente vulnerable. 

Piensas que no sirve de nada gritar, más que para ahogarse de manera aún más dolorosa, que si a alguien le importara lo que te está pasando, que para ti es lo único que puedes ver, ya habría acudido en tu ayuda o mínimamente llamado a alguien para que lo hiciera. Pero nadie viene y la sed crece y crece a pesar de estar rodeado de agua, te sientes tonto, se supone que sabias nadar, que en este momento ya tendrías recursos para tener un barco, piensas,¿cómo demonios me metí en esto? y concluyes que todo te pasa por inútil y que tal vez hasta te lo mereces. 

Y de pronto, el milagro, una ola te arrastra a la orilla y cuando volteas desde ahí ves que estabas rodeado de barcos, que bastaba con gritar, con nadar un poco.

«¡Estuve a punto de ahogarme!» les dices a tus seres cercanos cuando ya estás a salvo, y te miran con caras tristes, nunca pediste ayuda y no tenían manera de saberlo. 

Esta rara salada y mojada historia trata justo de lo difícil que es notar cuando alguien necesita ayuda y peor aún, de lo increíblemente doloroso que es pedirla, más cuando se supone que todo tendría que estar bien, queda de lección, el miedo y la desesperación no dejan ver. Hablar no cuesta nada, lo recomiendo.