Desde el Faro

¡Adiós, Maestro!

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“Soy Pedro Jiménez Alvarado, vengo de una familia humilde, como muchos; en este templo, ahí arriba, en ese coro, fueron mis primeros estudios musicales, esta iglesia yo la barrí muchas veces, toqué todas las campanas, aquí aprendí la misa en latín y canté. Por circunstancias de la vida, ya huérfano, aquí trabajé y aprendí, luego me fui y muchos años después, regreso a mi pueblo; ahora me presento ante ustedes, no sé labrar la tierra, pero por suerte pude seguir la carrera musical”.

Ante una multitud que abarrotaba el templo de la Virgen de los Milagros, en Ojocaliente, Zacatecas, el músico de 84 años, casi no podía hablar porque las palabras se le agolpaban en la garganta, y con ellas, los recuerdos de su infancia y adolescencia; era el 22 de marzo del 2010, y la gente del pueblo y la Orquesta Sinfónica de Zacatecas se habían reunido para rendirle homenaje al hijo pródigo por los éxitos de su carrera musical.

Cinco años después, un 19 de diciembre, en una librería situada en el Jardín Reforma, de Guanajuato, don Pedro recordaba con gusto ese y muchos momentos más de su azarosa vida entre Zacatecas, San Luis Potosí, Aguascalientes y Guanajuato, siempre cargando su violonchelo, instrumento del que dijo estar acostumbrado a percibir su olor a madera fina; lo cargó tanto que hasta le dolía el hombro izquierdo y por las noches, al buscar acomodo en el colchón, se lastimaba la espalda.

En esa charla, que recordamos con motivo de su partida, dijo que cuando era niño, el sacerdote de su pueblo le dijo que la música no era para él, que mejor buscara otro camino, pero ya había decidido su futuro; en ese tiempo, su instrumento favorito era la trompeta, sin embargo, alguien le dijo que estaba muy flaco para tocarla y necesitaba mucha fuerza para soplar y le dieron oportunidad de tocar la tambora en la banda de su comunidad, instrumento que también le quedaba muy grande.

Luego vinieron los tiempos de estudio en el Instituto de Ciencias de Zacatecas donde aprendió a tocar la guitarra y el chelo, y de vez en cuando se escapaba al vecino Aguascalientes a tocar en bailes; después, emigró a la Ciudad de México para cumplir el servicio militar porque en aquellos años – 1944 – esa obligación se cumplía en los cuarteles militares, sin embargo, durante los días que descansaba acudía a los salones de baile, donde se familiarizó con el danzón, cha cha chá, el bolero y el mambo. Regresó a Zacatecas, pero estuvo poco tiempo y se fue a San Luis Potosí.

Ya en Guanajuato, en 1953, comenzó a trabajar en la Banda Sinfónica del Estado, poco después, en la OSUG, de este periodo, el maestro tenía muchos recuerdos porque le tocó vivir gratos momentos en San Miguel de Allende y en la capital del estado; en San Miguel, por ejemplo, daba clases en el Centro Cultural El Nigromante, y una tarde, junto con Rodolfo Ponce Montero, fue al rincón bohemio del compositor Roque Carbajo, el bar llevaba el nombre de su más famosa canción: “Hoja Seca”, ahí, Ponce Montero se echó “un palomazo” en el piano, la gente aplaudió mucho, y el mismo público le envió más copas de vino al par de amigos.

También inolvidable fue la aventura que la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Guanajuato vivió en Mazatlán, durante el Festival de Sinaloa, la orquesta tocó en un gimnasio, comenzó a llover, todos pensaban que la tormenta pronto pasaría y en medio del agua, los músicos siguieron tocando, sin desprenderse de sus instrumentos, subieron al estrado, la música continuó, mientras abajo el nivel del agua subía hasta que el concierto fue suspendido; en el camino al hotel, don Pedro se cubrió la cabeza con el chelo que estaba envuelto en una funda, se cayó, por fortuna, salió ileso, también el instrumento; no tuvo la misma suerte el trompetista, Benjamín Mata: se hundió en una alcantarilla con el agua hasta el pecho, a jalones pudieron sacarlo.

Esos eran algunos de los recuerdos del músico que siempre dijo: “el violonchelo es el instrumento que más se parece a la voz humana”.
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PD.- La imagen que ilustra estas palabras, fue tomada del libro “Tan Cerca de la Voz Humana”, escrito por el maestro A. J. Aragón.