El Hilo de Ariadna

IV. POR GALARZA Y CANTARITOS

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El 28 de septiembre de 1810, cuando los insurgentes atacaban la Alhóndiga de Granaditas, donde se habían refugiado los españoles que habitaban Guanajuato, un minero apodado el Pípila recibió la encomienda de quemar la puerta del edificio, lo que permitió a los rebeldes ganar su primera -y sangrienta- batalla, conforme narra Anastasio Bustamante.

En algún lado leí que la brea con que fue untada la antorcha que sirvió al Pípila para prender el portón del granero fue sacada de una tienda o bodega que se encontraba en Galarza, como se llama un callejón que desciende de la calle Pósitos hacia la plazuela de San Roque.

El peculiar nombre proviene, según una acepción, de un apellido de la provincia de Guipúzcoa. Por otra parte, etimológicamente significa “abundancia de árboles secos”. Sea que esa calleja haya sido nombrada así porque allí se asentó algún emigrado vasco, o debido a que en sus orígenes se levantaban allí árboles poco frondosos, lo cierto es que en nuestros tiempos es un pasaje muy transitado.

La razón es sencilla: se ubica cerca del corazón citadino y enlaza varios lugares de sumo interés. No es muy largo, pero en su breve trayecto se ramifica en dos callejones y conecta con otro, también amplio, con el que forma una especie de plano cartesiano en el que Galarza es la abscisa y Cantaritos la ordenada.

Vamos despacio. Apenas se entra a la calle Pósitos, partiendo de la Alhóndiga, se ve la cuña de la que se desprende Galarza, a un lado del inmueble conocido como “El Antiguo Vapor”. Unos metros adelante, y a la derecha desciende otro callejoncito, de nombre engañoso, Cañitos, pues en lugar de llevar a un albañal desemboca en el hermoso jardín de la Reforma, remanso de paz con su fuente y sendos bustos de Gandhi y José Martí.

Ranas y plazuelas

De vuelta a la ruta principal está otro callejón, San Roque, único que conserva el empedrado de antaño y que semeja un escenario colonial sin parangón, gracias a lo bien conservado de sus viviendas y a que recorre una de las fachadas laterales del templo del mismo nombre. Aquí, una construcción muestra una puerta artísticamente decorada con varias ranitas, que la mayoría de las veces pasan desapercibidas.

Por la parte trasera de la iglesia, Galarza da a Cantaritos, que sube desde la colonial plazuela de San Roque y termina, hacia arriba, en Pósitos, no sin antes abrirse en dos segmentos, uno angosto y retorcido, otro ancho y recto, llamados 2ª y 3ª de Cantaritos, respectivamente. Cualquiera de los dos nos deja en la amplia plaza de San Fernando, rodeada de antiguas viviendas que ahora son, en su mayoría, cafés y restaurantes.

El recorrido por la zona sería incompleto sin mencionar dos callejones más: uno junto a las gradas instaladas para presenciar los espectáculos que cotidianamente se presentan en San Roque, y otro atrás de las mismas, tan oculto que incluso mucha gente no sabe que existe. El primero se llama Ramillete, es muy corto y conecta con San Fernando. En el piso, muestra una pieza de cantera labrada como un emoji. El restante se llama Cervantes y lleva, luego de un tramo silencioso, al contrastante bullicio de la avenida Juárez. En suma, es un paseo poco extenso, sumamente agradable y seguro de caminar, en una de las áreas peatonales más concurridas de la ciudad.