El Hilo de Ariadna

V. BAJO EL MURO DEL PANTEÓN

Compartir

Guanajuato, ciudad profundamente tradicionalista, posee dos cementerios principales, sin contar los de comunidades aledañas. Sin embargo, los habitantes, cuando se refieren al “panteón” a secas, siempre saben de cuál se trata: Santa Paula, hogar de las conocidas momias y sitio de reposo de la mayoría de los personajes ilustres del terruño. Aún hoy, cuando un muerto tiene el privilegio de contar con una tumba en ese atestado camposanto (la mayoría de los difuntos recientes van a parar a uno más reciente), se le sube en su ataúd a hombros de familiares y amigos, a lo largo de la empinada cuesta que conduce al antiguo cementerio. Ese ritual hacía, antiguamente, una excepción con los niños.

Conforme a la fe católica, los infantes que mueren van sin escalas al limbo, en espera de la redención de la humanidad, cuando se convertirán en ángeles. Dado que están libres de pecado mortal, se les ahorraba el trayecto largo y se les conducía por uno más corto, aunque también más empinado: el callejón por eso nombrado, precisamente, de “Los Angelitos”.

Esta ruta, ancha desde la calle de inicio hasta donde termina, casi frente a la puerta del panteón, actualmente ve pasar más turistas que niños difuntos… afortunadamente. Ha variado muy poco su aspecto; si acaso, lo único distinto es un barandal de hierro colocado hace poco para ayudar a subir la empinada cuesta a vecinos y visitantes, agobiados por un esfuerzo que se ve compensado, una vez arriba, por una hermosa vista de la ciudad.

Con sus deteriorados adoquines de cantera, Los Angelitos constituye, además, el eje de una serie de trayectos que lo enlazan, por el occidente, con otras zonas. Desde ahí parte el callejón del Espejo, que se ramifica y conecta con los de Cañada Honda, Rivera y el barrio del Nejayote, ya en el área de la ex estación del ferrocarril.

El rumbo del Espejo

Este callejón parte casi desde el mismo inicio de los Angelitos, a mano izquierda. Apenas unos pocos metros adelante se divide en dos: sigue siendo Espejo a la derecha y hacia arriba, pero del otro lado se llama Peñasco, un camino que solo da vuelta para reencontrarse otra vez con el anterior.

Desconozco por qué se llama Espejo, pero ha de tener algo que ver con que da vuelta, sube, vuelve a bajar y se reencuentra consigo mismo, como si fuera un reflejo, aunque a la mitad se desprenden dos rutas más que forman, por un lado, el callejón de Rivera, del que escribiremos en otra ocasión, y por el otro el de Cañada Honda, donde nos detendremos un momento, para mencionar un sitio peculiar, pintoresco… o tenebroso.

Cañada Honda no es muy largo, pero muy cerca de la calle se divide. Justo en la bifurcación, llaman poderosamente la atención un muro y un árbol saturados de muñecos, máscaras y otros objetos que le dan un llamativo aspecto, aunque también algo tétrico, sobre todo por la noche. La singular atracción está en el patio de una vivienda, pero es perfectamente visible desde el exterior.

Los dos ramales de Cañada Honda desembocan en la antigua zona del “cambio”, así llamado porque allí se cruzaban los rieles del tren para hacer el cambio de vías y separar las locomotoras. Hoy es un atestado paradero de autobuses. Desde esa área parten las sendas de Rivera y el Nejayote, que rodean el cerro a espaldas del panteón hasta el Pueblito de Rocha. Pronto iremos hacia ese rumbo.