El Laberinto

Disciplina

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Debido al regreso a clases se ha suscitado tremenda polémica porque a raíz de la pandemia, y tal vez a que ya no estamos en 1950, las reglas disciplinarias en las escuelas han cambiado, aunque sea en papel, para ser un poco menos cuadradas y más tolerantes, por lo menos  en lo que respecta a la imagen personal de los alumnos.

Mucho hay de prejuicio y de resentimiento (como esos que se ufanan de que los molían a chanclazos y por eso ahora son personas de bien) en los que defienden que en realidad las buenas personas se forman trayendo el cabello corto y la falda debajo de la rodillas, porque si se tratara solo de piojos, las niñas también tendrían que andar con un odioso casquete corto y si quisieran recato, sería mil veces mejor que todos llevasen pantalón, pero no, se trata de mantener los roles y no solo para que los jóvenes sufran lo mismo que sus antecesores, sino para que el mundo en el que crecieron los más mayores no cambie tanto como para que ya no encajen.

Más allá del debate moral tan ambiguo, o generacional tan espinoso, yo quisiera humildemente poner otro punto sobre la mesa, el de todo el esfuerzo que implica mantener un sistema disciplinario y cómo esto puede afectar a las relaciones entre alumnos y personal escolar y aún peor, a la calidad de educación recibida. Y aquí no se trata de elucubraciones o juicios de valor, mi tesis de licenciatura trató de ello y para eso pasé mucho tiempo en una secundaria, observando y entrevistando a todos los involucrados en el proceso.

Diré primero que existen por lo menos dos tipos de normas:  las que ayudan a que no nos hagamos daño a nosotros mismos o a los demás o que uniforman conductas para llegar a un fin común, como que no puedes andar soltando golpes a diestra y siniestra o hablar cuando están dando clase, pues en el primero se lastima a los otros y en el segundo se interfiere con el objetivo mismo de estar en un salón que es aprender algo; el segundo tipo tiene más una función de uniformidad y obediencia.

Con respecto a la uniformidad, estoy de acuerdo en que ayuda a disminuir las diferencias sociales y a crear cohesión en un grupo, el uniforme sirve para que no se note tanto quién es más privilegiado y además hace que seas reconocible como parte de un algo y personalmente me hacía muy feliz no tener que pensar que ponerme cada día. Pero también reproduce roles de género y además, si se es demasiado estricto, se puede sufrir el clima, por los complejos sobre el físico o por la misma cuestión económica. Y nadie debería ser castigado por no querer ser acosado, por tener frío o porque solo hay dinero para una camisa.

Lo que sí llegué a observar es que todo el personal,  tiene una doble función, por un lado su trabajo como tal y por el otro vigilar al alumnado, es decir, un director no solo tiene que mediar entre maestros y autoridades, hacer planeaciones y demás cuestiones directivas, sino que además diario tiene que recibir a montones de estudiantes que se niegan a cortarse el pelo o ponerse calcetas blancas, lo cual no creo que sea lo más conveniente.

Y si ustedes creen que esta obediencia les hará personas respetuosas, tengo algo que decirles, a más injusta o inútil una regla crea mayor rechazo y romperla a pesar de las represalias se convierte en un acto honorable, por lo menos entre los que la padecen igual. Es decir, que pensando inversamente quitar este tipo de reglas puede posibilitar que disminuya la rebeldía y mejore la educación.