Histomagia

DESDE EL SUELO

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Recientemente he ido a visitar a mi amiga Bety. Ella vive en los suburbios de Guanajuato, “casi casi es el rancho”, dice. La verdad sí. Ahí los vecinos aún tienen caballos, corrales con gallinas, y eso sí, las vistas de los cerros de enfrente son espectaculares. Algunas de las casas están construidas con cemento y ladrillos, pero las más están con madera, bolsas de plástico y láminas, porque la urbanización y el dinero aún no llega, son especie de cinturones de miseria que muchas de las veces las ciudades niegan que en gran parte así surgieron. Ese día, ahí en su casa, como visita, sentí mucho frío que se cuela por todos lados, la verdad no sé cómo le irán a hacer en diciembre y enero que el invierno es implacable.

Bety me cuenta que ser y vivir en Guanajuato es un privilegio porque la ciudad es parte del Patrimonio de la Humanidad, pese a todos los problemas de transporte que existen. Para llegar a su casa se puede llegar en auto, el asunto es que ella no tiene carro, por lo que el camión la deja bastante alejada de su casa y hay que caminar un buen tramo para llegar a ella.

Pues bien, me cuenta mi amiga que en estos días de frío es más común ver a seres que transitan por todo el campo, libres como si las almas que no han sido aceptadas en el cielo o que no han querido entrar a él sintieran una plena libertad, la verdad envidiable, pues no los limita un cuerpo ni ninguna religión. Bety me cuenta que la semana pasada, cuando regresaba del centro, ya muy entrada la tarde, caminaba por la ruta a su casa y sí ahí el viento frío se mete hasta los huesos. Caminaba cabizbaja, no quería perder el calor de su rostro, el camino ya se lo sabe de memoria: cada piedra, cada surco, cada volado de caída libre, cada arbusto y árbol. Cansada ya, la respiración se le dificultaba, aún así siguió su camino hasta que algo o alguien que salió del piso, sí del piso, la hizo detenerse abruptamente. Una figura surgió de los suelos y de espaldas a ella, era un ser vaporoso, como humo color blanco de alguna fogata. Bety se quedó inmóvil, ni siquiera quiso emitir su respirar…conforme ese ser salía del suelo ella fue levantando lentamente el rostro y vio que ese ser de humo era una figura enorme de casi tres metros que la sentir el viento levantó los brazos y se fue volando hacia el cerro de enfrente, mi amiga volteó y vio ya con las últimas luces parduzcas del día, como en el paisaje figuras iguales salían de la tierra y volaban como dementores, pero esta vez buscando sentirse entre dos mundos: el de estar purgando algo aquí y el de mundo de los humanos.

Al principio mi amiga sintió miedo, pero poco a poco fue reflexionando cómo esos seres viajan a otras dimensiones y viajan en otro tiempo y otro espacio, quizás no los ven, están en dos tiempos simultáneos, pero nosotros con nuestro pensamiento judeocristiano los vemos como fantasmas o espectros. Sintiendo el consuelo de la razón, Bety siguió su camino ya ahora sí con la cara levantada y la poca luz que quedaba de la tarde muriendo, pudo ver a más de diez seres como jugando entre ellos, espantando a los animales de corral, volando entre ellos. Al poco rato, mi amiga ya no pudo verlos, las sombras de la noche les dieron, tal vez, la pauta de irse a volar incluso a otras galaxias, dice, porque no creo que solo estén aquí en la tierra.

Yo le digo a Bety que es una mujer afortunada, que vivir lejos de la urbanidad es lo mejor, sobre todo esa soledad que le permite ver las estrellas y ver cosas tan increíbles como esos seres que yo pienso que son almas libres de los límites del universo conocido por nosotros. Llámale magia, pero es lo que nos hace comprender la vida de otras maneras. Vivir en esta ciudad hace que la magia se manifieste de muchas formas y estas, a nuestros ojos, es una. ¿Quieres conocer a mi amiga Bety? Tal vez te cuente a ti más historias de su vivir lejos del centro histórico. Ven, lee y anda Guanajuato.