El Laberinto

Aguijón

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A veces me sorprende el daño que puede hacer una sola persona, como esa que en 2019 según la cuestionable versión oficial, decidió que era buenísima idea comerse una rica sopita de murciélago para mal de (casi) todos, el que tira algún objeto insignificante  en las vías del metro y hace que aproximadamente 1220 personas lleguen tarde a su destino, eso siendo amables y pensando que solo retrasa un tren, el inconsciente que roba en un salón y provoca que los castiguen a todos o aquel inútil, que puede ser cualquiera, que se niega a aceptar cuando todo se terminó, sea esto una relación, un partido de fútbol o  una reunión.

Supongo yo, con toda la humildad del mundo, que todos hemos llegado a afectar a los demás con nuestras acciones, es tan inevitable como pegarle a alguien sin querer al tratar de rascarse en un apretado tumulto, finalmente estamos conectados. Lo que me llega a alarmar son dos cuestiones después de que el daño ya está hecho: una por parte de quienes lo provocan  y otro por parte de quienes lo reciben.

La reacción más sana o deseable es que si ya sabes que tiraste el panal, no lo patees, si no que si el buen corazón o las condiciones  lo permiten hasta se debe intentar subsanar el daño, no podemos “desromper” un vaso o “desgolpear” a alguien, pero si es posible comprar uno nuevo o pagar los gastos médicos, mínimo toca pedir una disculpa y retirarse con la cabeza baja y por la puerta trasera como los inconscientes que fuimos, pero todavía hay quienes intentan responsabilizar a los demás de sus errores y tomarlos como si fueran papel higiénico para limpiar sus culpas y esto es a veces mucho más dañino que el problema original. Simplemente no se trata de flagelarse o exiliarse en las montañas a llorar por el resto de la vida, solo de tener un poco de vergüenza y valor para reconocer lo que sucedió.

Ahora que por el lado de los afectados, existe un sútil punto medio entre poner la otra mejilla, a veces en repetidas ocasiones hasta terminar con la cara enrojecida, o buscar la desmedida venganza matando moscas a escopetazos, pues ambas terminan generando peligrosas bolas de nieve que suelen arrasar. Perdonar esta bien, pues nada ganamos con vivir furiosos, pero abrir la puerta al ladrón de nuevo o volver a acariciar al perro mal agradecido que te mordió es comprar un boleto seguro a repetir el dolor, los límites de la tolerancia a las acciones los establecemos con base a nuestros valores y experiencias  y creo que  deberíamos tener un punto de no retorno, aunque no sea el mismo para todos.

A veces solo me gustaría, cuando el daño es deliberado pues a veces es cuestión de accidente o de defensa, que pensáramos en nuestra capacidad de afectar al resto como el aguijón de una abeja, es decir algo capaz de inyectar veneno, pero a costa de destriparnos, seguro que viviríamos en un mundo años luz más armónico.