Los primeros pasos de la patria independiente, querer ser república y los héroes

Compartir

Luego de la consumación de la independencia nacional, en septiembre de 1821, fue necesario definir el modelo de organización que asumiría el nuevo país para constituirse como un Estado. Para ello se nombró a una Junta Provisional Gubernativa que eligió a cinco integrantes que formaron una Regencia integrada por Juan O´Donojú que, luego de su muerte ocurrida el 8 octubre de 1821, fue sustituido por Antonio Joaquín Pérez Martínez, Manuel de la Bárcena, José Isidro Yáñez, Manuel Velázquez de León y presidida por Agustín de Iturbide.

Retablo de la independencia. (Fragmento). Juan O`Gorman.

Los problemas eran muchos y muy serios, la guerra que se prolongó por once años con once días dejó unos 600 mil muertos, la economía y la administración estaban desarticuladas, la minería en crisis, los caminos abandonados y los bandidos más activos que nunca, así que sin duda había temas urgentes que atender como la redacción de una constitución y la reactivación ordenada de la economía.

Los integrantes de la Regencia convocaron a elecciones para la conformación de un Congreso que se encargaría de crear las leyes del nuevo Imperio Mexicano. Al interior del Congreso se conformaron algunos proto-partidos, uno iturbidista integrado por los militares incondicionales de Agustín de Iturbide; otro borbonista que reunió a los simpatizantes del rey Fernando VII, que detestaban a Iturbide y otro republicano, integrado por militares insurgentes y personajes entusiasmados con el espíritu revolucionario de la Ilustración.

Los acontecimientos se precipitaron, el Congreso se inclinaba por la república y Agustín de Iturbide actuaba de forma despótica, sus partidarios militares encabezados por Pío Marcha protagonizaron la noche del 18 de mayo de 1822 un motín en el que proclamaban a Agustín de Iturbide como emperador; luego Iturbide acudió a la sede del Congreso en donde los diputados, en medio de una fuerte presión y amenazas, lo proclamaron emperador y fue coronado el 21 de julio.

Coronación de Iturbide. Oleo. S.XIX.

No todos vieron con agrado la proclamación de Iturbide, para algunos era una especie de César en decadencia. En la ciudad de Guanajuato había también una importante inclinación en favor de la república y repudio al imperio.

Lucio Marmolejo refiere en sus Efemérides Guanajuatenses, o datos para formar la historia de la ciudad de Guanajuato, que el 7 de agosto de 1822:

“…amaneció fijado en el exterior de la casa del jefe político D. Domingo Chico, un papel de octavo, con estas precisas palabras en grandes caracteres “¡Viva la República mexicana! El Ayuntamiento se alarma por este suceso que califica de sedición, se reúne en sesión extraordinaria, y recomienda muy especialmente la vigilancia para procurar la aprehensión de los culpables, a los regidores, guardias y rondas…”

Las expresiones a favor de la república se incrementaban notablemente, aunque en Guanajuato se celebró en noviembre, de ese mismo año, con viva alegría la proclamación de Iturbide; al grado que el coronel y comandante de la Provincia de Guanajuato, Pedro Otero, alquiló y dispuso la colocación de una plaza de toros en la plazuela de San Diego (actual Jardín Unión), donde hubo corridas de toros por varios días.  

El Ayuntamiento había dispuesto otras acciones como la destrucción una pirámide que estaba en la Plaza Mayor que contenía elementos alusivos a la dominación española. También se acordó la acuñación de unas medallas conmemorativas: 1200 de cobre, 600 de plata y 6 de oro, las de cobre se arrojarían al pueblo y las otras se distribuirían entre las autoridades y los personajes notables de la época.

Pero todo cambió en diciembre, ya que en medio del disgusto generalizado por las pretensiosas actitudes y la desmedida ambición del emperador y su corte; Antonio López de Santa Anna se pronunció en Veracruz el 2 de diciembre de 1822 en favor de la república, desconociendo al emperador y solicitando la instalación de un nuevo Congreso Constituyente.

Los generales José Antonio de Echavarri, Luis Cortázar y Rábago y José María Lobato fueron comisionados por Iturbide para sofocar el levantamiento, pero lejos de ello se sumaron y firmaron el 1 de febrero de 1823 el Plan de Casa Mata que pedía la convocatoria a un nuevo Congreso y la anulación del Imperio mexicano.

Iturbide comprendió que su lucha era causa perdida, entonces abdicó el 19 de marzo y fue condenado al destierro. Por su parte, el Congreso reinstalado eligió a tres personas para que se encargaran del poder ejecutivo, un triunvirato integrado por Pedro Celestino Negrete, Nicolás Bravo y Guadalupe Victoria, aunque en la práctica los dos últimos fueron sustituidos por Mariano Michelena y Miguel Domínguez respectivamente.

Razonablemente, el descontento se vivía en toda la nación independiente y fue entonces que las diputaciones provinciales cobraron una importancia fundamental para convertirse en el germen del federalismo que apuntaló de verdad la creación de la República mexicana.

En la provincia de Guanajuato, antigua intendencia, la Diputación Provincial se había instalado apenas en febrero de 1822 en la sede de las Casas Consistoriales (actual presidencia municipal de Guanajuato), las razones de ello las comentaremos en otra ocasión, pero comenzó su trabajo con mucho entusiasmo, tratando de coordinarse con los diversos ayuntamientos que entonces existían y atendiendo la correspondencia y proposiciones emanadas del Congreso Nacional.

Un año después, en febrero de 1823, la Diputación Provincial de Guanajuato se adhirió al Plan de Casa Mata y sugirió de alguna manera al Jefe Político que lo hiciera en bien de la Provincia. Ese gesto de adhesión hizo que la Diputación Provincial se convirtiera en la verdadera autoridad de la provincia y en la depositaria de la soberanía de los guanajuatenses, en tanto se definía el rumbo a seguir para establecer la república.

Pintura anónima del S. XIX. Hidalgo e Iturbide con la Patria.

Dejaremos aquí, por ahora, el devenir político para atender lo relativo a los primeros héroes, un asunto que resulta revelador de los albores de la creación del panteón de la patria. El Congreso Nacional, por encargo de la Junta Suprema, determinó en su sesión de fecha 28 de febrero de 1822 la creación de una Comisión que definiera como festividades nacionales los días 24 de febrero para conmemorar la publicación del Plan de Iguala, el 2 de marzo para recordar la fecha en la que el ejército Trigarante juró el referido Plan y, el 27 de septiembre para celebrar la entrada del ejército Trigarante a la Ciudad de México, consumándose así la independencia.

En la misma sesión se acordó que sería mejor, además de definir las fechas, definir quienes tenían los méritos para ser considerados héroes de la Patria para honrar a los primeros defensores de ella. Más adelante, el 1 de marzo de 1822, se hicieron algunas precisiones y se definió que se perpetuara la memoria de Hidalgo, Allende, Morelos y Matamoros y, por supuesto, Agustín de Iturbide, con la colocación de sus bustos en el salón de sesiones del soberano Congreso.

En la sesión del día 30 de junio de 1823 se definió el asunto de los premios y pensiones que se otorgarían a los héroes o a sus familiares. La lista de los héroes creció y se determinó que sus nombres se escribirían con letras de oro. 

De especial importancia para los guanajuatenses fue la sesión del 19 de julio de 1823 donde se declara beneméritos de la patria en grado heroico a Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, Juan Aldama, Mariano Abasolo, José María Morelos, Mariano Matamoros, Leonardo y Miguel Bravo, Hermenegildo Galeana, José Mariano Jiménez, Francisco Xavier Mina, Pedro Moreno y Víctor Rosales. En la misma sesión se acordó el desagravio de las cenizas de los héroes, se aprobó la exhumación de sus restos y su colocación en una caja en la que se conducirían al Congreso para ser custodiadas en el archivo.

La responsabilidad de tales acciones recaería en los ayuntamientos en donde reposaran los restos de los héroes. En Guanajuato, el enlace natural, la Diputación Provincial, tomó conocimiento del asunto en la sesión celebrada en las Casas Consistoriales el 9 de agosto donde estaba reunidos los señores Posadillo, Montes de Oca, Bezanilla, Ayala, Bustamante y García de León. Leyeron el decreto publicado el 21 de julio toda vez que en nuestra ciudad reposaban en el panteón de San Sebastián las cabezas de Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez.

Se acordó que se diseñara un protocolo para que los restos fueran exhumados y trasladados con el mayor decoro al templo parroquial para ser honrados con la mayor solemnidad y respeto. Se refirió también la Diputación Provincial a los restos de Francisco Xavier Mina que seguramente se encontrarían en las inmediaciones del cerro de San Gregorio del Partido de Pénjamo.

En la sesión del 12 de agosto se retomó el tema para atender el asunto de los restos del insurgente Pedro Moreno que, de acuerdo con las noticias que tenían, se encontraba sepultado en la hacienda de La Tlachiquera perteneciente al Partido de San Felipe, para que igual que con los restos de Mina fuera exhumado respetuosamente y conducidos a la ciudad de Guanajuato para luego remitirlos a la Ciudad de México.

Túmulo funerario y urna para depositar los restos de los héroes de la patria.  Dibujo del siglo XIX.

La exhumación de los cráneos de los héroes del panteón de San Sebastián en la ciudad de Guanajuato ocurrió el domingo 31 de agosto de 1823, siguiendo con puntualidad un protocolo preparado por el Ayuntamiento y la Diputación Provincial. Los restos fueron depositados en una urna elaborada por Ignacio Rocha del Río.

A las 5 de la tarde en punto salieron de las Casas Consistoriales los integrantes de la Diputación Provincial, el Ayuntamiento y el jefe político Manuel Cortázar que fueron acompañados por una gran cantidad de guanajuatenses a excepción de los españoles radicados en la ciudad.

Las calles, los balcones y las azoteas lucían repletas de personas que presenciaron el caminar que comenzó en la Plaza Mayor, siguió por San Diego, Sopeña, San Francisco, Campanero, San Pedro, Sangre de Cristo, Desterrados, El Puertecito, para así llegar al Panteón de San Sebastián en los arrabales de la ciudad, luego sonaron algunos cañonazos en honor de los héroes.

Recuerdo del Ayuntamiento de México en la solemne traslación y depósito de las cenizas de los héroes beneméritos de la patria. Grabado de 1823.

El regreso fue en extremo lento y se distinguió por la presencia de muchos mineros y mujeres que portando cirios encendidos seguían la marcha de los restos y las autoridades, la música fúnebre fue interpretada por la banda del Regimiento de Infantería de León, dirigida por Ignacio Trueje, fue notable también el sonido de las campanas tocando a muerto.

Se hizo de noche, cientos de antorchas iluminaban la Plaza Mayor, arribaron los restos de los héroes al templo parroquial, donde ya estaban los restos de Francisco Xavier Mina y el tronco sin cabeza de Pedro Moreno. En el templo se juntaron los restos en una misma urna y se colocaron en un túmulo diseñado para la ocasión y se celebró una emotiva ceremonia religiosa.

El 1 de septiembre de nueva cuenta salieron de las Casas Consistoriales las autoridades para cruzar la calle y llegar al templo parroquial donde el padre Narciso Mendrocaveitia celebró una misa y al concluir hubo un repique general de campanas y los restos fueron conducidos en una solemne comitiva hasta la garita de Pardo. Se abrió la urna para dar fe del contenido y se entregó la urna al teniente Carlos Luna, quien los condujo hasta la Ciudad de México.

Así fue como se vivieron los primeros años de nuestra nación independiente y como se proclamaron los primeros héroes de la patria, los restos llegaron a la Villa de Guadalupe el 13 de septiembre donde fueron recibidos con honores.

El trajinar de los restos luego de ese 1823 y hasta nuestros días lo comentaremos en otra ocasión.