El Laberinto

¡Que comience la función!

Compartir

Para Mike, por ser ese brazo travieso

He estado pensando que los años se parecen mucho a las visitas al cine, aprovechemos para esponjar la alegoría aprovechando que ya estamos entrando en los créditos de esta película.

Empezamos entre alegrías, con las mejores promesas y propósitos, con hambre engullendo algo inconscientemente medio cubo de palomitas en los primeros veinte minutos de la película, pasándolas con la mayoría del refresco, explotamos de alegría, pensando que pasaremos un buen rato, gastando tiempo y energía en ello, le tenemos fe al elenco, al director, a las reseñas, en el mejor de los escenarios, por  que también podemos haber llegado a ciegas sólo por que nos acomoda el horario, alguien nos llevó o no hay nada mejor qué hacer. Es probable que ni siquiera hayamos tenido dinero o tiempo para la dulcería pero ahí estamos buscando un buen rato como un acto de fe.

En lo que nos vamos figurando cómo es que se va a desarrollar la trama y ponemos atención a los personajes, estamos sintiendo un montón de cosas que ya traíamos desde afuera de la sala, porque nadie entra como nuevo al cine ni sale igual que como entró, por mas mala o aburrida que esté la película, algo tendrá de rescatable, aunque sea el placer de quejarnos de ella con nuestros cercanos.

Y ahora que lo mencionamos, la gente en la sala es tan importante como lo que se proyecta en la pantalla, puede que la estemos pasando muy bien hasta que un cretino al que no conoces, o peor aún uno al que invitaste, empieza a toser incontrolablemente u otro no deja de decir cosas inoportunas, tal vez se atraviesen en tu campo visual en el mejor momento, cabe la posibilidad de que ni siquiera nos enteremos de nada de lo que sucede por culpa de un niño llorón y es más que probable que esa insufrible criatura seamos en algún momento nosotros mismos.

También existe la buena compañía, claro está, la que comenta cosas interesantes y le da dimensión al filme, la amiga que nos pasa los pañuelos si traicionan las emociones, el que comparte de sus palomitas si se acaban o si nunca las tuvimos y con algo de suerte un brazo travieso y deseado cruzará sobre nuestros hombros para robar un beso furtivo que se convierta en muchos y que haga que absolutamente todo el resto se vuelva especial aunque sea la peor película con la peor audiencia de la historia, aunque se nos haya caído el refresco en las piernas justo al sentarnos.

Personas entrarán o saldrán de la función, causando alivio o estrés, algunas estarán por muchas películas más aunque no queramos o se irán aunque las sigamos invitando, como destello a veces sucede que algún héroe desconocido te salve del tedio o del pasmo, como el sujeto que en la película de 300 dijo en el momento en que (spoiler alert) llovían las flechas: ¡van a dejarlos como alfileteros! provocándome tal risa que sigo recordándolo dieciocho años después, aunque nunca le vi siquiera la cara.

Al final estaremos muy ocupados, revisando bajo los asientos por si se nos cayó la billetera, comiendo esas palomitas que habíamos guardado por si teníamos apetito más tarde, tal vez hasta medio ahogarnos porque no las consumimos a la par que el refresco, solo  para no regresar a casa con esa chatarra sobrevalorada que sin el contexto inicial pierde un poco de su sentido y en los últimos minutos de película todos corren a descansar, a festejar o a llorar, según como haya estado la función, menos quienes tienen que limpiar el tiradero. 

Vamos alistándonos para la próxima película, cuidando lo que esté en nuestras manos y sobrellevando lo que no, eligiendo y disfrutando a nuestras compañías y ojalá que todos disfrutemos la función.