El Laberinto

Recalentedio

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Me intriga la capacidad extrema de rendimiento de la comida festiva  por lo que trataremos de esclarecer el misterio  descartando la opción más lógica que es, obviamente, que Jesús, después de nacer en navidad se hospeda por unos días en  nuestro refrigerador con el propósito claro de multiplicar ensaladas de manzana  y piernas al horno para que no tengamos que trabajar durante estas fechas  y para llevarnos al tedio que es la mejor vacuna para la nostalgia que suele conllevar el fin de las fiestas. Cabe aquí dejar mi queja de que el alcohol no corra con la misma suerte que los romeritos de durar extremamente.

Ahora pasemos entonces a las teorías para que elijan su preferida o preferidas.

De la laboriosidad: La comida festiva es mucho más complicada de preparar que la de todos los días y si ya vamos a pasar tantas horas en la cocina, que valga la pena.

Del cansancio y posible resaca del día siguiente: Por tratarse de celebraciones nocturnas y sumando la paliza que es hacer esta comida, lo último que uno desearía sería pararse a guisar por la mañana (o mediodía).

De la cantidad de ingredientes: Esto aunado a que no son platillos que se preparen regularmente, deja un poco descalibrado el cálculo de porciones. Uno ya le mide al fideo y al bistec, pero queda un tanto desconcertado ante el pavo o el lomo.

De la posibilidad de compartir: Siempre esperamos visitas, le dan “sabor” a la fiesta pues nos sacan de la cotidianeidad y además es tiempo de dar y recibir y qué mejor que dar generosas porciones de bacalao y ponche. Aquí también puede caber la posibilidad de no desear quedar como codos o pobretones con los parientes y amigos, pero me gusta inclinarme por la opción más positiva.

De la ofrenda para llamar a la abundancia: En diciembre el dinero circula a la par que la cantidad de personas que abarrotan los puntos comerciales donde corren a gastarlo como si quemara, y una buena forma de manifestar nuestro deseo de que así sea siempre es despilfarrando (es extraña la lógica de la atracción, pero ese tema daría para otro laberinto).

Razones clímaticas: Sobrevivimos al invierno gracias a esa capita extra de grasa que le otorgamos a nuestros cuerpos con los atracones decembrinos.

Lo ideal sería entonces tener lo suficiente no para que se junte con la rosca de reyes y ponga a prueba la capacidad de conservación de la cantidad extra de sal que suelen llevar estos platillos, pero sí para al día siguiente tener algo rico que meter dentro del, normalmente, también excedente pan. Y no olvidarnos de tratar de desperdiciar lo menos posible y  de que las fiestas son para conmemorar el paso del tiempo a través de lo memorable y la excepción, que siempre ayuda disfrutar de nuevo la rutina, como cuando uno se alegra de saber que por fin, después de cuatro días de recalentedio, hoy vamos a comer frijolitos.