El Laberinto

Las estrellas

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¿Qué me impide ver las estrellas? Me estaba preguntando el fin de semana pasado mientras observaba, bien guiada y abrazada, las más brillantes y luego, ya que mis ojos se fueron ajustando, a las que junto con ellas forman constelaciones. No recuerdo, antes de ese día, la última vez que lo hice, tal vez nunca, así que me puse a recapitular y aquí les traigo algunas razones.

Primero, por muy paradójico que suene esto, está la luna que siempre me ha causado fascinación, llegando al grado de haber colocado mi cama cerca de la ventana, atentando contra las leyes del buen gusto y hasta del feng shui, tan solo para mirarla hasta quedarme dormida.

Esto me hace pensar en todas las veces en que por estar ocupada en lo grande se me escapa lo pequeño aunque se encuentre en el mismo campo visual, tomemos nota al respecto y no solo pensando en el cielo.

La ciudad, mi amada captora, es la segunda razón, en su artificialidad los edificios tapan la vista y si vives dentro de uno, sin vista a la calle o demasiado abajo, la ventana nunca será una opción para intentarlo, solo vas a encontrar ladrillos o tal vez otras ventanas, bueno para el voyeurismo, pero malo para la astronomía además es extremadamente brillante, con su alumbrado público, sus anuncios y casas y opaca los cuerpos celestes, aunque sea por pura proximidad, sin contar que luego tenemos una capa de smog y que ir volteando al cielo desde la calle nos puede mandar a visitarlo sin escalas al caer por una coladera, ser atropellado o atacado por el crimen… con suerte tan solo te estrellas contra una farola o te da tortícolis.

La modernidad nos aleja de la naturaleza pero las estrellas son un recordatorio de que no importa cuantas capas de cemento y vidrio pongamos encima somos parte de ella y vivimos en ella.

Pegado a la ciudad pero en su propio apartado caótico se encuentra la vida de adulto funcional, mantenerse vivo, limpio, preocupado por lo que viene y ocupado por la que ya está deja poco tiempo para estos románticos instantes y además cuando tenemos  el tiempo mejor se lo damos a las pantallas, a los amigos si tenemos la suerte de contar con ellos, a  la familia, a las mascotas y todo esto se encuentra normalmente a nivel del piso.

No deja de ser curioso lo cíclico que esto puede ser, nuestra más primitiva cuando tuvo cubierto lo básico y tomo consciencia volteó al cielo y a su vez al voltear pudo medir el tiempo tomando un punto de referencia  y con esto pudo  cultivar y resolver lo básico mejor y entonces resulta que esto se fue complicando al punto que de nuevo no miramos al cielo.

Ya recordé cuando las miraba de niña junto a mi hermano mayor en la azotea del edificio donde crecí, como me señaló el Cinturón de Orión y me dijo que eran los  reyes magos y como me hizo esto soñar, creo que de vez en cuando, nos conviene volver a mirar hacia arriba.