Ecos de Mi Onda

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El futuro está oculto detrás de los hombres que lo hacen.

Anatole France

Lo vi de reojo entre las sombras del parque, apareció en la oscuridad con su figura delgada y una anormal estatura. Le calculé fácilmente más de dos metros, casi dos metros y medio para no exagerar. Con su abrigo negro o gris oscuro, una capucha cubriéndole la cabeza, más no así el rostro violáceo y unos ojos extrañamente luminosos que, a mi parecer, me miraron igualmente sorprendidos. En él, o en esa criatura, la sorpresa dibujada no fue debido a lo diferente o raro que yo le hubiera parecido sino, creo, a una desatención involuntaria en sus precauciones para evitar ser descubierto, en este caso eventual, por mi persona.

Su mirada me dio la impresión de una profunda tristeza, si bien la visión fue fugaz, tal vez apenas un segundo y en mí quedó la sensación de incertidumbre, sobre si esa aparición habría sido real o producto del cansancio, de la imaginación, o qué sé yo. Asustado, aceleré los pasos hacia la salida del parque y caminé presuroso rumbo a mi casa, pero con esa insólita imagen fija en el cerebro.

La vida siguió su rutina cotidiana, normal, por decir algo. Sintetizando y dadas las condiciones de mi vida, pues sencillamente gastando el tiempo en el ir y venir de mi departamento al cubículo de instrucciones y viceversa, nada trascendental en esta gris existencia que soporto con toda la paciencia y tolerancia de la que soy capaz. Casi ochenta años y lo que falta, pues la ley no es retroactiva, pero no cabe duda de que me sometería voluntariamente para que esa ley de caducidad se me aplicara.

Hubo un tiempo en el que los seres humanos soñaban con un futuro mejor que el presente que vivían y ese concepto se nombraba esperanza, escribí en el procesador, pero lo borré de inmediato pensando, sin entenderlo completamente, que no era una frase éticamente correcta y que la conciencia no tardaría en llamarme la atención y me haría entrar a la cabina, para cuestionarme sobre el origen de tal pensamiento perturbador, porque lo era ¿Por qué tenía yo que pensar en el pasado? Es más, ¿por qué tenía yo que estar pensando? El pasado no existe, sólo existe la bitácora que registra los acontecimientos del momento. Tampoco existe el futuro, pues es el presente que se manifiesta a cada impulso infinitesimal de tiempo que transcurre, en esta existencia plana. El mundo es plano, el universo es plano, es bidimensional al infinito inminente. Entonces me pregunté ¿Por qué escribí esa frase?

Millones de años transcurrieron y los seres humanos convivían con la naturaleza, sólo bastó poco más de un siglo para que la curva del conocimiento se hiciera asintótica. La frase resonaba en ese sueño misterioso, en el que un grupo de hombres y mujeres desnudos danzaban alrededor de una hoguera, emitiendo frases incomprensibles. Luego vi que un hombre tomaba de la mano a una mujer y caminaban juntos por una vereda, el hombre cortaba una flor y se la colocaba en el pelo, ella sonreía y él sonreía, se veían felices y de esa secuencia de imágenes que me parecieron enigmáticas y a la vez hermosas, supuse que estando en el presente, para tener conciencia del futuro, debería necesariamente conocer el pasado. Esto me puso nuevamente en alerta, porque me atrapé en primer lugar pensando, lo cual se considera inconveniente, pero además algo desafortunado si es intencional, sobre todo en dos conceptos descartados por la instrucción nacional, es decir, la ficción del pasado y la ficción del presente, utilizados por el gran sistema sólo como referencia estadística de la unicidad indiscutible e inmejorable del presente.

Al despertar me di cuenta de que todo había sido un sueño. Sin embargo, sucumbí involuntariamente a recapacitar que en realidad pertenezco a la generación de los que conocimos lo que significaba el pasado y el presente, lo que nos proporciona un trato relativamente especial, no sé si para bien o para mal, pues no tengo con quien reflexionar sobre este asunto y la instrucción ha provocado que tenga sólo esa especie de flashazos, que se mantienen como una especie muy limitada de lo que pueden ser recuerdos. Afanoso, me puse a revisar las directrices señaladas en el Libro del Talento y entre sus hojas encontré la nota que acompañaba mi diploma de Liberado: Hemos logrado liberarte de las preocupaciones del mañana construyendo las condiciones de un feliz presente. Cada día que pasa eres más feliz que el día anterior gracias al Bendito Reduccionismo. Te felicitamos por tu libre y absoluta disposición participativa ¡Eres un hombre bueno! Sinceramente, esto me liberó un tanto de las tensiones.

Salgo periódicamente al parque, dos días a la semana, para reportar los datos de los instrumentos de mediciones ambientales, lo que es crucial para el hoy, siempre me lo enfatizan en la visita mensual de la oficina ambiental, pero sin ofrecerme ninguna explicación sobre esta actividad que realizo con gusto porque, además, aún con desasosiego, siento que me hace bien salir del confort de mi departamento para respirar aire fresco, apreciar la sensación agradable de pisar y escuchar el crujir de hojas secas en otoño, aspirar el aroma de la vegetación, pero también percibir ese íntimo algo, que no deja de causarme desasosiego, una sensación de libertad, lo cual es una locura puesto que para sentir libertad sería necesario pensar, sí, en efecto, peligrosamente pensar, que estoy viviendo en un estado de enajenación, lo cual es absurdo, ya que estoy convencido de que vivo como quiero, como realmente me gusta. 

El día 21 B regresaba de mis labores. Era una tarde fría, las densas nubes grises casi se tocaban alzando la mano y me moría por una taza de té caliente. La puerta automática me dio el pase y entré raudo para cambiar mi ropa húmeda. No tenía por qué fijarme si había alguien en el recibidor, ya que en realidad nunca nadie me había visitado desde mi ingreso a la estación, pero al entrar sentí una presencia, la que traté de verificar una vez que cambié de ropa y al asomarme al recibidor casi me desplomo. Era eso, ese, el extraño ser que había visto en días pasados, quien estaba acomodado plácidamente en el sillón para nada perturbado, a diferencia mía que no encontraba explicación lógica para esta especie de aparición inquietante. Después de unos instantes de parálisis física, además de mental, me atreví a preguntarle balbuceando quién era, qué quería. Miré su cara inexpresiva y sin ver que moviera los labios escuché su respuesta en mi cerebro, una respuesta intrigante, pues me contestó con las mismas preguntas que le había hecho ¿Quién eres? ¿Qué quieres?, igualmente cuestionó. Sin atinar a iniciar una conversación, quedamos en silencio por no sé cuánto tiempo, hasta que expresó, no puedo decir que habló, porque no eran palabras lo que percibía, sino como una especie de onda mental que me transmitía una idea mediante una serie de enunciados lógicamente construidos, que yo entendía de inmediato.

Capté una inusual emisión de energía mental en esta zona y tenía que averiguar el origen y los propósitos de este fenómeno. Encontré que la fuente anómala proviene de tu cerebro. Haz estado pensando, afirmó. Sentí que recibía un cubetazo de agua helada, sospechando que era un policía androide del buró de la conciencia. No, no temas, no soy del buró de la conciencia, respondió a mi pensamiento, pero ¿por qué crees que soy un androide?, refutó. Bueno, por tu extraña constitución, esa apariencia metálica de tu rostro violáceo…, no, no he estado pensando, pero… ¿Pudiste leer mi pensamiento?, le pregunté aún más sorprendido. Te repito que no temas. Soy un viajero en el tiempo y hoy vengo del futuro ¿Eres del futuro? Cuestioné. No, soy del pasado, de hace millones de años ¿Cómo puede ser eso, de qué pasado hablas? Debes saber que este planeta tiene una antigüedad de más de 4 mil millones de años y que tus ancestros homínidos aparecieron hace unos 4 millones de años, y que los humanos como tú, los llamados Homo sapiens sapiens, apenas tienen unos 300 mil años de andar echando a perder este hermoso planeta ¿Supones que en más de 4 mil millones de años no pudo haber una civilización mucho más avanzada que la tuya? Bueno, no sé, pero no tenemos evidencias, vestigios de una civilización así. Pero ¿de qué evidencias hablas, de qué vestigios?, ¿de ollitas y huesos, de pinturas rupestres? Tu percepción es entonces muy limitada, pues tienes en el entorno muchas evidencias de una civilización anterior, que incluso pudo viajar hacia el futuro y regresar, pero sin poder trasponer la barrera de nuestra desgraciada extinción, para reparar las causas y evitar los efectos de esa dolorosa decadencia y desaparición. Sólo quedamos los pocos viajeros en el tiempo que circunstancialmente nos salvamos de la conflagración. Entonces ¿eres un terrestre, una especie de ser humano? Sí, si así lo quieres ver. Pero ¿a qué evidencias te refieres? Creo que no lo entenderías, pero gracias a ellas existes, están en el aire que respiras, en las raíces de la vegetación exuberante que ustedes destruyeron, en el agua que incluso circula por tu propio cuerpo.

Era él quien se expresaba y yo aturdido trataba de seguir su narrativa. Somos realmente la metáfora de Adán y Eva, nosotros fuimos los expulsados del Paraíso y que, después del dolor por esa desventura, acondicionamos el mundo para sobrevivir, pero nos volvió a ganar la arrogancia y causamos nuestra propia destrucción. Pero en nuestra decadencia física y espiritual, no destruimos la naturaleza que acondicionamos y fue el legado para las futuras generaciones de seres vivos, solo para ver con tristeza, los que quedamos, que ustedes la arrasaron. Hoy tratan de reponerla, pero a costa de la verdad y de la libertad. Tú mismo eres reo enajenado, temeroso de pensar, aplastado como un insecto, sólo porque eventualmente has sobrevivido, pero aislado del resto de la humanidad porque conociste el pasado y porque a pesar de las purgas de las que has sido víctima, no han podido extraer por completo de tu cerebro anciano, los recuerdo de algo que fue y ya no es, de haber podido sentir el placer de moverte a voluntad, de haber sentido amor por padres, hermanos, de todo ese regocijo de conversar con los amigos, del leve roce incidental con la mujer amada que eriza la piel. Eso al parecer, hoy parece un camino sin retorno.

¿A qué he venido? Pues sólo a tratar de brindarte una muerte digna, amparada en una breve libertad para que recuperes tu completa capacidad de reflexión, para que vuelvas por última vez a ser tú mismo, para que sientas que eres único e irrepetible, valioso, un hijo de Dios. Un privilegio que, desafortunadamente en la actualidad, a muy pocos humanos les importa.