Disfruto de cocinar, incluso lo encuentro relajante en sus procesos como picar, pelar o guisar a fuego lento, el ver cómo se transforman y fusionan los ingredientes es satisfactorio, pero hay una actividad en especifico (además de lavar trastes, aunque ésta la considero derivada) que me estresa y que evito a toda costa: hervir leche.
Con la leche todo puede salir mal, más mal que con otros ingredientes, porque al calentarse se eleva exageradamente y al elevarse exageradamente se desborda sin control y al desbordarse sin control se quema (a veces apagando la flama para posibilitar una explosión) y una vez que esto sucede no queda más que soportar la peste y limpiar el lácteo desastre, después de esperar a que se enfríe… que tampoco se trata de conseguir ampollas nuevas, y para llegar a tal punto de caos y desgracia, sólo es necesario distraerse un segundo, equivocarse de perilla, confiarse demasiado.
Parece que el líquido traidor sigue puntillosamente la teoría del “efecto observador” y que se quedará en aparente calma hasta que nos confiemos, hasta que dejemos de verla, ni siquiera estoy segura de que el truco de la cuchara de madera atravesada sobre el borde funcione, nunca he querido probar, así como no quiero probar las bolsas de aire de un auto o las rampas de emergencia de los aviones. Están ahí por si ya no hay remedio, pero lo ideal es no llegar a tal punto.
Cotidianamente hay muchas situaciones que brindan experiencias similares a la de hervir leche: no se puede estar tranquilo ya que el caos asecha; botones colocados estratégicamente cerca, pero con funciones contrarias, suelos disparejos, climas cambiantes, animales volubles o faltos de control, ante estos no nos queda más que sortear las dificultades y esperar tener suerte.
Pero también existen personas que, independientemente de las razones detrás de su comportamiento, parecen leche en una estufa por ser peligrosas e impredecibles, como aquellas a las que no se les puede decir nada sin desatar una tormenta, las que pierden el control bajo presión o en momentos “mala copa” o aquellas desleales que sólo están esperando una distracción ajena para desbordarse y causar problemas.
Si bien toda acción y toda interacción requieren de atención para salir de la mejor manera posible, el nivel de estrés que puede generar tener un margen tan pequeño de previsibilidad o de error no siempre es equiparable al beneficio y si se tiene elección creo que lo más saludable será evitarlas.
No sé qué tanto valga la pena tener un trabajo en el que todo el tiempo sientas que te van a correr, un amigo al que no le puedes ser tan franco o una pareja a la que sientas que debes vigilar todo el tiempo. Si lo debes cuidar como a leche hirviendo, ahí no es.