Los días terrenales

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El socialismo bajo la atmósfera católica mexicana

Yunuen Alvarado Rodríguez

Las teorías sociológicas de la literatura tienen como objeto de estudio dos ámbitos posibles: la crítica sociológica, la cual se encarga del estudio de la sociedad en la literatura; y la sociología de la literatura que estudia la literatura en la sociedad.

Dentro de las sociologías de la literatura surge la crítica marxista, que tiene por objeto sostener que la única literatura válida es aquella que refleja la realidad social, por tanto los escritores, quienes pregonaban ideologías socialistas, debían apegarse con la mayor fidelidad posible a las circunstancias que los rodeaban. Esto podía lograrse mediante el estilo realista.

José Revueltas, quien además de un destacado escritor fue también un reconocido activista político mexicano, fundador del Partido Comunista Mexicano (PCM) y la Liga Espartaquista; siguiendo los planteamientos de la crítica marxista, su obra debería reflejar con toda fidelidad el movimiento socialista en México.

El Partido Comunista Mexicano (PCM), el contexto inmediato de la obra de Revueltas, fue fundado en noviembre de 1919, motivado por el triunfo de la revolución rusa en 1917. Tras ser declarado ilegal en 1929 fue necesario que pasaran más de 15 años en la clandestinidad para nuevamente recuperar su registro en 1935, bajo el gobierno de Lázaro Cárdenas. Según registros, se estima que operó desde su fundación en 1919 hasta 1982.

Los ideales característicos de dicha organización consistían primordialmente en no participar en política electoral, pues esto chocaba con las concepciones marxistas; en apoyar la colectivización de la tierra y la organización de los trabajadores agrícolas en sindicatos; en promover una campaña contra los altos precios de alquileres y viviendas, etc. La organización adoptó el nombre de Partido Comunista de México como sólo una parte de la Internacional Comunista, pues según la ideología de ésta formaban parte de un solo partido que por cuestiones prácticas se dividía en secciones.

Todo lo antedicho es fácil de identificar a lo largo de la obra Los días terrenales, de José Revueltas. Allí figura una fuente principal que emite y defiende una gran mayoría de los ideales: Fidel, personaje que funciona al interior de la novela como líder de un partido sin una denominación específica, pero quien opera efectivamente con tendencia marxista-leninista, desde la clandestinidad, y cuyos principales objetivos son justamente los del PCM. Fidel funciona como fuente principal porque es, al interior del texto, quien emite con mayor fuerza dichos ideales, y quien incluso, en ciertos momentos de la historia, es responsable del comportamiento de otros personajes, quienes se encargan de seguir sus disposiciones o de reaccionar respecto a ellas negativa o positivamente.

La novela comienza desde la perspectiva de uno de los personajes principales, Gregorio Saldivar, quien se encuentra en Acayucan, Veracruz, en un campamento revolucionario, por órdenes de Fidel, y acompañado por quien se convertirá en la primera figura de poder: El tuerto Ventura. Figura de poder y autoridad (y esto resulta curioso) que va transformándose poco a poco, no en su actuar como personaje, sino en la perspectiva específica de Gregorio. Al iniciar la historia, en la percepción de este personaje, se identifican marcas de respeto (incluso de temor), de compañerismo y de una admiración basada en el ímpetu que Gregorio aprecia de su compañero de lucha.

Todo esto sucede en el primer capítulo de la novela: pero conforme va avanzándose en ella, es posible distinguir que la perspectiva de Gregorio se amplifica respecto a esta figura. Un claro ejemplo de ese hecho se encuentra en el capítulo cuarto de Los días terrenales: “Gregorio se daba cuenta de que todos sus puntos de vista morales, habían naufragado dentro de esa atmósfera y que su propio espíritu comenzaba a no ser ya distinto del de esos seres, e iba a quedarse ciego también. Aquello era como un alud que barriera su conciencia, transformándola en su sentido más elemental […] Con todo aún no era claro el fenómeno que se producía en su corazón. ¿En qué podría consistir esta ceguera de su alma, este naufragio? ¿En qué parte concreta de los hechos o de la conducta de los individuos o de la atmósfera era posible encontrar el secreto del alucinante laberinto en que sus puntos de vista se perdían, en que sus concepciones e ideas se trastocaban? ¿Acaso en Ventura y en sus abrumadoras, inaprensibles maquinaciones de zahori, de brujo, de impávido tlacatecuhtli? ¿En dónde?” (pp. 74 y 75).

Esta cita corresponde a un momento clave de la obra y también de la “vida” del personaje Gregorio, pues sucede en una atmósfera tétrica, justo cuando el grupo revolucionario se encuentra alrededor de un río sacando un cadáver. Éste cobrará muchísima importancia pocos momentos después en el texto, pues se dará a conocer que de no haber muerto ese hombre, hubiera muerto Gregorio.

Pero la importancia de citar el fragmento anterior reside en identificar cómo es que Gregorio ha empezado a mimetizar su pensamiento con el de los compañeros que lo rodean, viendo a Ventura, prácticamente, como un ídolo. Esto se reafirma más claramente en el texto sólo unas líneas más adelante: “A cada momento Ventura le parecía más inquietante a causa de su omnividencia, pues ninguna cosa se le ocultaba y sin duda, adivinaría paso a paso, sin posible equívoco, cada uno de sus pensamientos. Siempre Ventura. Siempre su tenebroso humus de enigmas y profecías que era como la fuente nutricia de ese poder ante cuyo imperio Gregorio comenzaba a doblegarse sin remedio.” (p. 75).

En la cita textual anterior podemos distinguir claramente que en la percepción de Gregorio, Ventura ya no es sólo una figura de autoridad y compañerismo, sino que aparece amplificado como una figura de poder superior y, de hecho, divino. El pensamiento de Gregorio en este punto se asemeja mucho al pensamiento religioso, con más precisión, al pensamiento católico, pues lo que lo rige es el temor a la omnividencia de su líder, de su ídolo, quizá convenga o no decirlo, de su dios.

Otra figura de poder que resulta fácil observar en el texto es Fidel, pero su funcionamiento es distinto, ya que en un principio actúa como rector de las actividades de los personajes principales. Es en el capítulo tercero de la novela cuando hacen su primera aparición Rosendo y Bautista, quienes demuestran respeto por Fidel ejerciendo la actividad que éste dispuso para ellos (entregar propaganda del partido en las fábricas), pero conforme la anécdota fluye, la autoridad de Fidel es cuestionada, más notablemente por Bautista en el capítulo sexto.

Sobre esto cabría citar algunos fragmentos del texto para esclarecer la proposición: “En Rosendo se adivinaba una especie de alegre y desmesurada efervescencia romántica, pues al igual de lo que ocurre con los jóvenes que se sienten llenos de orgullo cuando creen haber dicho algo que los hace aparecer buenos, audaces o valientes, estaba seguro de haber ganado una jerarquía moral reconfortante, saludable y enaltecedora por su forma de entusiasmarse y admirar la entereza de los camaradas, como en el caso de Fidel, y así, no podría sino atribuir a cierta reserva afectuosa de militante más experimentado el taciturno silencio de Bautista y su caminar sobrio e impenetrable, en absoluto, sin palabras en medio de la oscuridad, que le parecían de todos modos una forma del reconocimiento de dicha jerarquía.” (pp. 120 y 121)

De lo anterior sobresale un aspecto importante, y ya mencionado: la figura de Fidel como una autoridad a quien, parece, da gusto obedecer, pues para Rosendo seguir el dictado de Fidel es demostrar lealtad a sí mismo y a sus propios ideales. También es posible divisar otra micro-figura de poder dentro de la percepción del mismo Rosendo, identificada mediante el silencio de Bautista, que él atribuye a su experiencia. Pero esta proyección queda disuelta casi por completo cuando el desarrollo del capítulo sexto se centra ahora en la perspectiva de Bautista, quien cuestiona de una manera muy emotiva la autoridad de Fidel; para ejemplificar dicha afirmación conviene citar el fragmento del texto:“Mas Bautista guarda silencio tan sólo porque no le era posible apartarse de la mente aquella desconsiderada frase que Fidel dijo sobre Bandera, frase que, por otra parte, para Rosendo había sido de tal modo admirable, ‘La que puede esperar es ella porque está muerta.’ Ella, la propia hija de Fidel. Palabras de su padre.” (p. 121)

Aquí puede notarse cómo la perspectiva de ambos personajes se bifurca y toma sentidos distintos sobre el mismo objeto, pero si se ve el funcionamiento de ambos al interior del texto, como un actante colectivo, es posible distinguir la atenuación de una figura de poder, desde la perspectiva de Rosendo a la de Bautista. Cabe referirse en este punto a la perspectiva emotiva que toma Bautista con respecto a Fidel, pues con base en ésta, la autoridad de un líder es cuestionada y puesta en duda por poner en juego las emociones humanas más delicadas (el luto y el dolor).

Es esa atmósfera emotiva la que regirá posteriormente toda la novela, aproximadamente desde el capítulo séptimo, pues los ideales que los personajes inician promoviendo, van difuminándose para dar lugar a un discurso amoroso que desplazará casi en su totalidad al discurso político.

De este modo podemos encontrar dos grandes momentos en Los días terrenales de Revueltas: el primero, de exposición de una atmósfera socialista en la que los personajes pretenden ver por los intereses de la clase obrera; impregnada de un pensamiento ateo en contenido pero religioso o más propiamente católico, en continente. Esto, es posible sustentarlo, si se refieren las citas realizadas anteriormente, pues aunque los personajes tengan un pensamiento político que promueve el ateísmo, están sujetos a una estructura de pensamiento que requiere casi forzosamente de una figura de idolatría, un canal para encausar su necesidad de fe. Lo anterior es posible reafirmarlo en otra de las figuras principales de este análisis, sin duda en Fidel, cuya primera función en el texto es la de ser un ídolo de otros, que poco a poco se deconstruye en la perspectiva de sus seguidores.

Pero es interesante lo que Revueltas logra, luego de situar el texto bajo la perspectiva del propio Fidel. Este mismo, sujeto a sus ideales marxista-leninistas (que en un momento del texto regían su perspectiva) como sus únicos ídolos, es proyectado luego en forma de icono de fortaleza inquebrantable. No obstante, se desmorona a sí mismo al grado de olvidar en un momento del texto dichos ideales, por la pérdida del amor, representado en la novela con el personaje de Julia.

El momento más significativo de estos hechos en el texto lo constituye un fragmento del capítulo octavo: “La última reunión del comité central en casa del arquitecto Ramos se grabó muy precisa y desventuradamente en el recuerdo de Fidel. Significaba en su vida un cambio, una transformación inesperada. Significaba en suma, la pérdida de Julia. Aquello fue bochornoso e infame. Después de que se trataron los asuntos comprendidos dentro de la orden del día, Fidel tuvo que informar acerca del asunto. Había sentido odio contra todos los presentes, pues adivinaba que bajo su apariencia de naturalidad y ese aspecto puritano y desenfadado oían sus palabras con una suerte de delectación irónica y maligna.” (p. 179)

En las líneas anteriores, la inseguridad de Fidel se resume y se proyecta como consecuencia de su separación de Julia, lo que resulta un tanto irónico viniendo de una figura de poder que en un primer momento apareció como inquebrantable; sin embargo no es el único personaje que se desmorona por su lado emotivo, sino sólo una pieza en el rompecabezas que conforma Los días terrenales.

Vemos también, ya al final, cómo es que Gregorio muere: él acepta haber buscado la muerte al realizar un acto de amor y agradecimiento. Gregorio le regala su vida a quien en un primer momento lo salvó de la muerte. Y eso queda perfectamente claro en el final de la novela.

Luego, el segundo gran momento perceptible es un momento emotivo que invade por igual a todos los personajes. Estos lloran sus pérdidas y sacrificios, convirtiéndose de “fanáticos socialistas” en seres desgraciados, con la fe hecha añicos, incapaces de sujetarse de esas figuras de poder expuestas en un principio, pues todas y cada una de ellas son reemplazadas por una desgracia particular que disuelve a estas representaciones de poder hasta dispersarlas por completo y reemplazarlas en su atención.

De todo esto, podemos concluir que, efectivamente, los ideales del socialismo se exponen en Los días terrenales mediante las figuras de poder en sus primeros momentos. Desde este punto de vista, en estricto sentido, José Revueltas cumple con los parámetros del realismo socialista y este cumplimiento lo acrecienta presentando la necesidad de fe existente en el entorno en el que la obra nace y se desarrolla.

Esto está combinado, a la vez, con una profunda propuesta reflexiva sobre la decadencia del género humano, presente en ese segundo momento de las figuras de poder en el que se desmoronan. Sin embargo, el autor consigue, desde un primer momento, exponer desde la primera frase de la novela una visión específica: “En el principio había sido el Caos, mas de pronto aquel lacerante sortilegio se disipó y la vida se hizo. La atroz vida humana” (p. 9).

Referencias Completas:

Aguirre Quezada, Juan Pablo, El Partido Comunista mexicano (1919-1982),
http://www.accessmylibrary.com/coms2/summary_0286-32017739_ITM?email=&library=

Fontanille, Jaques, Semiótica del discurso, Universidad de Lima-FCE, 2001

Fuentes Morúa, Jorge, Revueltas y el joven Marx. La filosofía de la enajenación
http://www.juridicas.unam.mx/publica/librev/rev/polis/cont/20001/pr/pr9.pdf

Revueltas, José, Los días terrenales, ERA, México D.F., 2004.

Valenzuela, Andrea, Los días terrenales del PCM y José Revueltas: Polémica, poética y papel del intelectual, Universidad de Princeton.

http://132.248.101.214/html-docs/lit-mex/15-2/valenzuela.pdf

Viñas Piquer, David, Historia de La crítica literaria, Ariel, Barcelona, 2002.

Fotografía: José Revueltas (1967), Archivo Ricardo Salazar, UNAM.