El tercer idioma

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LAS COSAS COMO SON (columna de asuntos terapéuticos)
Jorge Olmos Fuentes

En el curso de un taller, uno de los participantes preguntó si podría hacer algo por mejorar su comunicación con su pareja. De acuerdo con sus palabras, tenía la impresión de que, al hablar ambos, uno parecía hablar en italiano y la otra en francés, lo que dificultaba llegar a acuerdos o simplemente establecer un buen flujo comunicativo. Su interrogante nos dio la ocasión de mirar varios asuntos a la vez.

El primero de ellos fue constatar las diferencias que hay entre el hombre y la mujer, diferencias reales y visibles en todos sentidos, desde la constitución física hasta la manera de relacionarse con el mundo pasando por lo que dice cada uno y cómo lo dice. Esta realidad, en efecto, da pie a que uno de los cónyuges parezca hablar en italiano y la otra en francés. Pero además gracias a esta dificultad de la persona fue posible percatarse de que hay algo más en el fondo.

Como ya hemos comentado en otras ocasiones, cada persona nace, crece y se desarrolla en el interior de su propia familia, como hijo y como hija, hasta que toma en sus manos las riendas de su vivir. Este tomar las riendas pasa, entre otras opciones, por tomar pareja, por ingresar a la vida conyugal y la paternidad-maternidad. Pero antes de llegar a esta condición, la persona aprende de sus parientes una manera de ver el mundo y de actuar en él, constituye sus lealtades que rigen hasta cierto punto su personal destino, se compromete a mirar y a dejar de ver ciertos hechos, personas, frases y situaciones, en una palabra: se entrega amorosamente a vivir según ciertas características. ¿Qué hace entonces cuando forma parte de una pareja?

Como es previsible, nadie puede hacer a un lado su historia así no más de repente ni olvidarla ni dejar de estar sujeto a sus efectos, benéficos y perjudiciales. La diferencia estriba en que ahora, en la vida de pareja y conyugal, ya no se está con la familia de origen, sino con una persona cuya forma de mirar el mundo y de actuar en él, por decirlo de algún modo, opera con otro código. La historia personal, a resultas de lo vivido con la familia, hace en efecto que en la pareja uno de ellos parezca hablar en italiano y la otra en francés. De ahí que se diga, y esto no resulta fácil para todos, que es necesario reconocer y honrar la historia de nuestra pareja, ya que es tan importante, decisiva y acertada como la nuestra. Y además fue la que propició y permitió nuestro encuentro amoroso. A la familia de nuestra pareja le debemos esta oportunidad de consumar nuestro destino. Y esta no es una deuda menor.

Así que para suprimir esa especie de diferencia de idiomas en una pareja tiene que mirarse a la familia de nuestra o nuestro cónyuge y honrarla. Tal vez de este modo, ambas familias consientan en hacer transparente y comprensible su idioma o en retraer sus restricciones. Finalmente, puestos los miembros de la pareja frente a frente, y reconocido el anhelo de mejor comunicación, en el caso que comento, la mujer se acercó a su marido como buscando una cierta posición conocida de ambos en el abrazo, justo cuando él le pedía a ella que construyeran juntos el idioma de su relación, una especie de italcés o franliano (que por cierto los hijos consuman a la perfección).

Esta pareja nos mostró entonces que la elaboración de este tercer idioma familiar comenzaba precisamente donde los dos se encontraban, donde ambos se sentía cómodos y necesarios el uno para la otra. Allí, en ese abrazo, los dos fuertes y suaves a la vez, empezaban su comprensión conyugal, cada uno con su historia, y comprometidos con la historia de ambos dos; ahora podían comenzar quizá a entender su propio idioma, a encontrar su manera de nombrar el mundo y de actuar en él. Esto constituye desde luego una renuncia básica, una gran pérdida, que sin embargo trae consigo una riqueza enorme, un sinfín de posibilidades: hablamos con nuestro propio código. Una comprensión de verdad honda y palpable.