Recuerdan grandeza de Beethoven

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Benjamín Pacheco López

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Guanajuato, Gto. 5 de noviembre de 2010.- La Orquesta Sinfónica de la Universidad de Guanajuato (OSUG), el Coro de la Orquesta Sinfónica del Estado de México, una pianista prodigio y seis cantantes de talla internacional, unieron fuerzas para el deleite del público en la edición 38 del Festival Internacional Cervantino (FIC).

Con una grandiosa arquitectura musical llena de escalas y variaciones trepidantes, pasajes contundentes y veloces, así como la ejecución plena de un desenlace coral que ha pasado a la historia, se realizó el concierto de obras emblemáticas de Ludwing van Beethoven.

La presentación se realizó en el Teatro Juárez, donde los asistentes escucharon Fantasía para piano, coro y orquesta, Op. 80, y la Sinfonía no.9 en re menor, Op. 125, del conocido compositor alemán considerado el último gran representante del clasicismo vienés.

El director Enrique Bátiz compartió el escenario con la pianista Irina Chistiakova, las sopranos Wioletta Chadowicz y Alejandra Sandoval, la mezzosoprano Grace Echauri, los tenores Dante Alcalá y Eduardo Ortiz, y el barítono Guillermo Ruiz, quienes tuvieron la difícil encomienda de interpretar las impresionantes obras del también llamado «Sordo de Bonn».

Chistiakova desarrolló con facilidad pasajes finos y temperamentales, y fundió con precisión las partes correspondientes a las flautas, oboes, clarinetes y cuerdas.

Los cantantes, por su parte, enfrentaron partes consideradas «muy pesadas» por los expertos musicales.

Tras el intermedio, Bátiz se perfiló por la grandeza de la Sinfonía no. 9, pieza trascendental en la historia de la música clásica debido al último movimiento que implica un final vocal.

El inicio es poderoso al tener escalas y variaciones trepidantes, seguidas por momentos líricos que matizó la OSUG. De esta manera, la audiencia disfrutó movimientos que algunos cronistas han descrito como «un infierno», debido a la contundencia y velocidad de los mismos.

Y después el momento esperado durante toda la noche: la melodía del himno de la alegría, llevada primero por la orquesta y después el coro. La atmósfera se robusteció por los violonchelos, las flautas y los oboes, así como las impresionantes voces masculinas y femeninas alternando el texto escrito originalmente por el poeta alemán Friedrich Schiller.

La sinfonía avanzó y se elevó sobre sí misma, mientras los coros llegaron a niveles atronadores, para reflejar el sentir de una pieza con propósitos de fraternidad universal, llena de belleza y alegría en total movimiento.

La ovación para Enrique Bátiz, cantantes y músicos duró alrededor de 5 minutos. El público se mostró satisfecho. Deberían de estarlo, pues presenciaron la ejecución de una obra que, según los historiadores, Beethoven dirigió totalmente sordo en 1824. Aquella noche, el maestro nada más pudo observar, entre lágrimas, a una audiencia enardecida que celebraba su triunfo musical.