Reanudar e inaugurar una tradición poética en Guanajuato

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Jorge Olmos Fuentes

Guanajuato, Gto. 17 de julio de 2011.- En 2005 el poeta Juan Manuel Ramírez Palomares emprendió la tarea de recopilar muestras del quehacer poético de varios autores de Guanajuato, con el fin de integrar un libro. Vozquemadura. Retrato de una generación iba a ser el título del volumen, cuya edición y publicación acabó por no realizarse. No obstante, la compilación quedó realizada y el antologador me solicitó escribiera una nota introductoria para el libro que incluye poemas de Herminio Martínez (1949), Eugenio Mancera (1956), Juan Manuel Ramírez Palomares (1957), Edgard Cardoza Bravo (Nicaragua, 1958), Graciela Guzmán (1957), Benjamín Valdivia (1959), Gerardo Sánchez (1959), Rolando Álvarez (1962) y Jorge Olmos Fuentes (1963). Dado que el volumen no vio la luz pública, me ha parecido pertinente publicar los comentarios que al respecto pude pergeñar, sometidos a edición para el propósito de estas páginas. En tal sentido, no debe perderse de vista que corresponden al contexto circunstancial del año 2005.

Juan Manuel Ramírez Palomares (Foto: Especial)

Concerniente a este retrato, el de “generación” es un concepto complejo dadas sus implicaciones. Al parecer, unidad de grupo y participación común de los poetas en determinados acontecimientos constituyen sus coordenadas, a resultas de lo cual se establece un vínculo de relación y contradicción entre historia y poesía. La casi decena de poetas reunidos nació entre 1949 y 1963, y coinciden sobre la superficie de Guanajuato, entidad en la que, aparte de crear sus propios poemas, despliegan una tarea colectiva, aun sin proponérsela como tal, en favor de la literatura poética y de la creación de un ambiente social sensible y receptivo.

Además de la residencia, es de señalar que la mayor parte de esos poetas realizó estudios de nivel superior, y algunos más incluso de postgrado. Así y todo, no obstante, en general, su formación como escritores tiene en el autodidactismo literario una estación primordial. Son en todos los casos poetas documentados, no sólo informados acerca de los incidentes de su oficio, adscritos a filiaciones estéticas no siempre coincidentes, apercibidos de la posición social del poeta y claros en su idea de la trascendencia de la poesía. Al mismo tiempo, en no pocos de ellos el “Taller de creación literaria” constituye una referencia notable, bien sea porque participaron en ellos como aprendices, bien sea que llegaron ya a fungir como coordinadores del mismo. En todo caso, lo contrario también vale: hay quienes se han formado como escritores siguiendo sus propias intuiciones o arrancando frutos de amistades virtuosas, sin pasar por especializaciones estéticas o filosóficas.

Si quisiera buscarse un hecho histórico sobresaliente, por obra de cuyo influjo se hubiese creado un estado de conciencia casi generalizado entre estos poetas, a lo mejor éste tendría que ver con la confianza en que no hace falta emigrar a la ciudad de México, como sucedía antaño, para consagrarse al cultivo de la poesía. Este hecho es importante porque marca una inflexión no sólo en el devenir de la vida regional, sino en la vida nacional. En efecto, este conjunto de escritores ha asumido que esta entidad federativa posee una valía propia en sus inquietudes culturales. Es decir, estos poetas se comprometen con su entorno y se dedican, entonces, a sacar a la luz un discurso poético emergido de las propias entrañas de la tierra donde se habita.

Ciertamente, al comienzo de esta faena —que ya dura más de veinticinco años— el paisaje era bastante parecido al desierto, en cuestiones de orden literario. Por esa razón, casi es seguro, la generación anterior todavía tuvo que irse a buscar su fortuna literaria en la gran ciudad. Hacía falta, pues, fundar una especie de tradición poética contemporánea, sin dejar de enlazarla con la tradición histórica local y estatal, ni con lo mejor de la tradición mexicana y mundial.

Tres libros de la autoría de Eugenio Mancera

Por lo tanto, al tiempo que dan forma a su obra, estos poetas consuman una tarea fundacional y otra de reanudamiento (traducida en múltiples formas de rescate). De este modo: participan en revistas, en la creación y permanencia de suplementos literario-culturales; inauguran esfuerzos editoriales, institucionales o independientes; mantienen una relación ambigua con la administración gubernamental de asuntos relacionados con este oficio; recuperan en trabajos académicos la evolución histórica de la literatura poética guanajuatense; se apoyan en el lanzamiento público de sus proyectos editoriales, escriben prólogos o presentaciones para sus contemporáneos; critican las veleidades gubernamentales en materia literaria así como sus perniciosos efectos; intercambian puntos de vista con artistas de otras áreas, participan en aventuras interdisciplinarias y traducen a texto las virtudes de la obra plástica de sus coterráneos; ejercen la docencia, coordinan talleres de creación literaria, organizan encuentros de escritores, escriben columnas periodísticas sobre asuntos poéticos, entre muchas otras actividades que han quedado ya integradas en el flujo cotidiano de lo literario en Guanajuato.

El intento consiste en plantar en territorio guanajuatense la presencia de la poesía, del quehacer poético, de la edición de poemarios, con una dignidad correspondiente a su descifrar los signos de la vida cotidiana, en pocas palabras, con las mismas opciones y posibilidades que se merecen los habitantes de una genuina república federal de las letras. En los poetas de esta antología, pues, es posible reconocer al mismo tiempo a todos cuantos han intervenido en este empeño. Y sería necesario mencionar a poetas como Demetrio Vázquez Apolinar y Gabriel Márquez de Anda, cuya obra ha de contarse entre las primeras de sus coterráneos (no incluida en este recuento).

De lo antedicho no debe colegirse, sin embargo, que se ha incurrido en la falta de diálogo con los homólogos del país. Atestiguan lo contrario la cantidad de premios recibidos en lo individual, por varios de estos poetas, en certámenes literarios nacionales e internacionales, así como la publicación de su obra o parte de la misma en editoriales extranjeras, del Distrito Federal o de otros estados. Ello no hace sino exhibir que se percibe una valoración favorable en este discurso poético, que le posibilita trasponer las fronteras estatales.

Benjamín Valdivia (Foto: Especial)

De regreso en el discurso poético emergido de las propias entrañas de la tierra donde se habita, no cuesta trabajo afirmar que nos hallamos ante un conjunto de creadores de poesía consumados hasta cierto punto. La suya es obra ya elaborada, puesta en trance de maduración, ahora mismo ya madura en varios casos. Como se sabe, el nivel constante de valor, la coherencia conceptual o teórica y la unidad estilística, enmarcados en un momento histórico definido y dentro de preocupaciones temáticas específicas de tan personales, son indicios a través de cuya presencia se detecta a un autor. Dado que se trata de poetas no primerizos, salta a la vista que dominan la técnica, que se dan cuenta cabal de lo que significa ser escritor, que cifran su voluntad creativa en una poética individual, y que militan con sus mismos poemas en una modalidad expresiva.

Es decir, estos poetas reconocen la poesía y logran convertirla en poemas; indagan en la realidad contemporánea (íntima, social, estética, histórica) para reflejarla en sus versos, no como un espejo, dijera Marina Tsvietaieva, sino como un escudo. De ahí, pues, la variedad y riqueza de los poemas de los autores aquí convocados; los rasgos de las múltiples voces ahora registradas, varias de las cuales pueden preciarse de contar con un público leal, pendiente de sus nuevas formulaciones. En todo caso, el mérito de estos poetas radica, primero, en haberse apropiado de la necesidad de expresión poética como algo natural, y, segundo, en mantener su vigencia, componiendo textos que satisfacen aquella necesidad básica tanto como producen sentido entre los congéneres, sin falsa modestia ni autosuficiencia soberbia.

Los poemas así reunidos corroboran la legitimidad de la visión expresada en cada obra personal y quizá sus mejores cualidades sean su carácter de “voz que madura” aunado a su belleza cierta. Ojalá sea posible pronunciar, de este retrato de una generación, una exclamación semejante a la que emitió John Berger acerca de los retratos de El Faiyum: “¡Imágenes de hombres y mujeres que no hacen ningún llamamiento, que no piden nada, pero que declaran que tanto ellas como quienes los miran son seres vivos!”.