Literaria

“El viejo y el mar”, la crónica del detalle en Ernest Hemingway

Compartir

Ernest Hemingway es sin duda uno de los más grandes escritores del siglo XX. Ganador del Premio Pulitzer en 1953 por su novela corta El viejo y el mar y al año siguiente el Premio Nobel de Literatura por su obra completa.

Portada de una de las ediciones de "El viejo y el mar" (Foto: Especial)

Nació en Estados Unidos en 1899, participó en las dos guerras mundiales y vivió los 20 últimos años de su vida en Cuba, lugar que lo inspiró para desarrollar la novela El Viejo y el mar, una de las mejores piezas narrativas que se han escrito en la historia.

La novela narra la historia de un viejo experto pescador, quien desde hace mucho, por cuestiones de suerte no pesca nada en comparación con lo que logran otros pescadores. El viejo tuvo un joven aprendiz, quien fue obligado por sus padres a alejarse del viejo y a pescar junto a otros pescadores en otro bote, pues al ver que el viejo ya no pescaba nada creyeron que su mala suerte del viejo podía afectar a su hijo también.

Sin embargo el muchacho seguía siendo fiel a su afecto por el viejo, todos los días después de volver de pesca iba a su choza a visitarlo y llevarle un poco de café, comida y el periódico del día para que el viejo pudiera enterarse de los resultados del base ball, ambos charlaban un poco, comían juntos y luego se el muchacho regresaba a su casa para dormir y el viejo también se disponía a dormir.

Un día el muchacho se decide a regresar a pescar con el viejo, por lo que salen muy temprano en la mañana dispuestos a pescar algo grande, el muchacho le lleva carnadas frescas y así se preparan para su largo día de trabajo, luego de un rato de no pescar nada, más que un par de peces dorados, el sol iba ya cayendo y nada picaba el anzuelo pronto deciden regresar a la playa y el viejo le dice al muchacho que ya no debe pescar con él, sino en un bote que aún conserve la suerte.

Al día siguiente el viejo se decide a romper con su mala racha y a no regresar sin un pez verdaderamente grande que pueda vender a un buen precio.

Con todo lo necesario el viejo se embarca solo y comienza un día de trabajo, al principio consigue pescar un pez llamado por él como “bonito”, el cual le serviría para alimentarse, luego un pez dorado que tenía dos peces voladores en su interior, de igual manera esos peces sólo servirían para su subsistencia personal.

Casi por anochecer, logra sentir que algo grande ha picado el anzuelo y hace todo lo posible por adivinar el tamaño del pez y sus condiciones con tal de poder hacer el trabajo al ritmo justo para no dañarlo, cansarlo para que poco a poco se acercara a la superficie y fuera más fácil matarlo para llevarlo a la playa, poco a poco se va haciendo tarde y el pez aún enganchado sólo lleva el bote, lo desliza a través del agua llevándolo cada vez más dentro del mar y alejándolo de la costa, el viejo se hace consiente de los riesgos que implica esta situación y sin embargo no le importa, teniendo comida y agua está seguro de que su fortaleza le ayudará a resistir una noche en el mar.

Hemingway, alrededor de 1950, en su yate (Foto: Especial)

Se alimenta y dosifica el agua que llevaba para prever cualquier cosa. Amanece y aún ni siquiera puede ver al pez, éste sigue adentrando al bote cada vez más en el mar y así pasan tres largos días en los que el viejo duerme, come y bebe lo mínimo, sufre de graves heridas en las manos debido a la fuerza del pez y la fricción del cordón de pesca.

Lo que hace a esta historia digna de leerse, es la destreza con la que Hemingway describe cada detalle de lo que pasa en el cuerpo y en la mente del viejo con el paso de los días, cómo aparecen las heridas, como duelen en sus manos, cómo su espalda se siente cansada por el exceso de trabajo, cómo sus ojos le producen alteraciones en su vista por aquél sol tan brillante.

Es sorprendente cómo el autor logra transmitir la angustia, el cansancio, el dolor y la desesperación de un individuo que yace sólo en el mar tratando de subsistir con las últimas fuerzas que quedan en su cuerpo. Cómo es que tiene la necesidad de hablar consigo mismo para no sentirse tan desesperado en su soledad y cómo cada vez añora más la compañía de su aprendiz.

El día que al fin el viejo puede matar al pez, clavarle el arpón en el corazón, el viejo lo ve como un digno rival, como un hermano que fue capaz de darle una justa batalla, con las manos heridas y la espalda lastimada debido a la falta de descanso, logra atarlo a un costado del bote, ya que no puede llevarlo a bordo porque es aún más grande que éste.

Los primeros momentos de trayecto no hubo ningún problema, sin embargo luego se enfrenta a los inevitables ataques de los tiburones, contra quienes el viejo lucha pero no consigue ganarles, las bestias del mar acaban por comerse a su pez entero dejándole sólo la cabeza y el esqueleto, el viejo regresa triste a casa, de noche cuando no hay nadie despierto en la playa que pueda ayudarle y remolca el bote sólo hasta la costa.

El final del cuento narra cómo los pescadores estuvieron buscando durante esos cuatro largos días al viejo en sus botes e incluso con los helicópteros de la guardias costera, cuando éste despierta de su largo sueño se da cuenta de aquello y también de que su aprendiz, como de costumbre ya le había llevado café y estaba por conseguirle la comida.

Finalmente el viejo no ha conseguido una victoria completa, pues perdió a su pez en el camino, sin embargo se da cuenta de que sigue siendo digno de la fidelidad, la lealtad, el apoyo y el respeto tanto del muchacho aprendiz como de los otros pescadores del puerto.

El libro termina de una manera muy sencilla, el muchacho y el viejo en una choza, el viejo durmiendo y soñando con los leones marinos y el muchacho contemplándolo.

Sin duda es una historia que vale la pena leer, pues es impresionante cómo Ernest Hemingway logra crear la atmósfera perfecta, situacional, sensacional y sentimentalmente, tanto que logra transportarnos y hacernos vivir a los lectores lo que su personaje principal experimenta directamente. Este trabajo lo hace una pieza ampliamente recomendable para recobrar la conciencia de la sensibilidad humana.