¿Sucedió?

A las personas comunes y corrientes, ¿qué nos dejan las olimpiadas?

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Ceremonia inaugural México 68 (Foto: Especial)

Después de haberle dado un vistazo a los juegos olímpicos de México 68, reflexionemos acerca de lo que les pasa a las “personas de a pie”, con la celebración de las olimpiadas.

Aparte de ver el lado deportivo de los juegos, insertémoslos en la vida cotidiana de una comunidad y analicemos cómo se relacionan sus integrantes con las competencias. Veremos que hay varios aspectos que considerar.

Para empezar, tenemos el tema de la competencia, en sus dos acepciones: la de concursar, luchar, batirse por conseguir algo, y la de ser capaz, poder algo, que comportan el común corolario de reconocer que la práctica deportiva es inherente al ser humano, tan es así que se han acuñado frases como: Citius, Altius, Fortius (más rápido, más alto, más fuerte), que constituye el ideal olímpico; o bien: Mente sana en cuerpo sano, que equipara la salud con un cuerpo sano que dé acogida a una mente del mismo orden. Y en verdad todos queremos ser capaces, competentes en lo que hacemos.

Al decir que los deportes son inherentes al género humano, nos referimos a que están presentes en todas las esferas de la vida de las sociedades; lo mismo en la economía que en lo social y la política, de ahí el apotegma, por ejemplo, de Al pueblo pan y circo.

La historia da cuenta de cómo las competencias en cuanto espectáculo para las masas, desde muy temprano dieron muestras de su rentabilidad: mientras la gente medio coma y esté entretenida, todo seguirá igual. Se colige que para los intereses de nuestra clase gobernante es muy conveniente que sea cosa de días para que inicien los juegos de Londres, pues la diversión hará que la mucha o poca importancia que la población otorgaba a los asuntos políticos, prácticamente desaparezca (nulidad de la elección, conteo voto por voto, etc.), cuando menos durante un mes, después del cual, otros circos iniciarán su temporada.

Para la mayoría de la población, las olimpiadas son interesantes en la medida en la que participen compatriotas, sobre todo si llegan a las fases finales de los certámenes, o bien, que se trate de deportes sumamente populares en el país, que casi se circunscribe al futbol, o bien a algunos deportes que gozan de aceptación entre determinadas capas de la sociedad, como el tenis. Es natural que parte del orgullo nacional se dirima en los lances de los atletas en sus campos de batalla, ocurre en todo el mundo.

La semana pasada hablamos de Mark Spitz, el nadador que en Munich 72 cimbró al mundo con sus 7 medallas de oro. Rescato una máxima que él repetía: para ser un campeón, hay que ser implacable, no importaba que ya hubiera demolido a sus contrincantes, finalmente, siempre estaba el cronómetro, aunque ya hubiera ganado, no bastaba, había que ser devastador en la piscina, había que detener el cronómetro tan pronto como fuera posible.

Esto que dice Spitz es tremendamente difícil de practicar por nosotros, pues cuando vamos ganando, sentimos compasión o lástima por los que vamos venciendo y aflojamos, perdemos el paso, de forma tal que no sólo comprometemos el triunfo, sino que a veces hasta lo logramos. Spitz postula que si somos competidores de verdad, no podemos ser así, recordemos algún partido de fut contra Brasil, que ganábamos 2 a 0 en el primer tiempo y que terminamos perdiendo 3 a 2 ó bien cómo sentimos pena por el equipo que va perdiendo, en el deporte del que se trate y acabamos por irle a ese equipo.

Entonces una veta de los deportes olímpicos es dirimir el ser esencial de la patria en las palestras y ocasiona euforia y enorme placer cuando se gana, pero una gran depresión y desilusión cuando se pierde. Y el estar pendiente de los resultados ocasiona una emoción y un desasosiego que colman esa pasión por el peligro y por la incertidumbre que a todos los humanos nos conmueve.

Por ello, el aficionado común y corriente discute todos los días en los cafés, centros de trabajo, encuentros familiares, plazas públicas, etc. acerca de la pertinencia de la manera en que se maneja la política deportiva y los resultados obtenidos, sobre todo cuando no han sido los que el público deseaba.

Con ironía, Germán Dehesa contaba que uno de sus sueños era que al morir, alguno de sus nietos, que aún no tenía, le llevara a la tumba la buena nueva de que finalmente había dejado de existir “esa fuente de desventuras llamada selección nacional”, extrapolando ese dicho nos percatamos de que efectivamente nuestros competidores son más una fuente de desventuras que de alegrías.

Muchos aficionados desean que dejen de existir esos equipos que no nos traen ninguna satisfacción y sí muchos gastos, que dejen de existir el turismo deportivo, igual que el legislativo, judicial y sindical .

O bien, que se pusieran remedios para que los que administran el deporte, de verdad lo hicieran anteponiendo el interés común al personal.

Recuerdo con vergüenza cómo, cuando trabajé en la Cámara de la Industria de Radio y Televisión, uno de los directivos era también vicepresidente del Club América, de fuerzas básicas, para ser más específico, y con desánimo me decía: “Mira Oscar, es muy difícil que los equipos estén integrados por los mejores, pues como hay mucho homosexualismo entre los ejecutivos, anteponen “otros” intereses al deportivo”.

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O.A. Morales. Esforzado nadador y ciclista ocasional, muy temprano dejó su natal Guanajuato para avecindarse en la delegación Gustavo A. Madero del DF. Su experiencia de más de cuatro décadas, ha girado alrededor de temas de calidad, comunicación y educación,   abarcando los sectores público, privado y social.  Comunicólogo y maestro en Ingeniería de la Calidad, es locutor, periodista y docente en licenciatura, maestría y extensión universitaria. Amante del arte, disfruta particularmente de las artes escénicas y la literatura. Vive enamorado de las palabras y las imágenes.