Las cosas como son

Imagen interior en lo cotidiano

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Hace algún tiempo me referí a la importancia de la imagen interior para el planteamiento de un asunto que se quiere resolver, que se espera cambie o sea mejor. Lo mismo vale como punto de partida para los días siguientes a la consulta, después de encontrar una imagen nueva o diferente en la que priman los órdenes del amor. En los dos casos, confiamos en el poderío de la imagen que se mira interiormente para desencadenar una puesta en marcha.

¿Pero qué sucede con la imagen interior al calor de los días, con la que se genera como respuesta callada ante una adversidad o un reclamo, con la que uno arma como no queriendo alguna tarde de ocio? Igualmente, produce efectos. Y es que uno no para de armar imágenes, de acumularlas, de colocarlas en sitios especiales, de re-construir con ellas alguna versión de lo vivido. Un día, un niño de cinco años comentó que su mamá lo obligaba a fregar los trastos cuando no quería comer. Estaba convencido de ello a raíz de una fotografía en que aparece justo en el fregadero y con mandil. Una inocente imagen de un deseo cumplido, el deseo de mojarse, estaba convirtiéndose en el germen de un reclamo. Tan solo con cinco años y estaba en movimiento el quehacer interno que engarza y eslabona imágenes de los hechos vividos para dotar de algún sentido la existencia.

Pareciera como si hubiese un detonador que ordena, clasifica y presenta las imágenes en una cierta dirección. Y además incluye nuevas imágenes en ese esquema, para confirmar el derrotero. Y estas imágenes se generan día tras día, instante tras instante, conforme se vive, en una operación callada pero efectiva de lo inconsciente. Por eso se busca ir adonde la primera imagen y removerla, mirarla con atención o desactivar su poderío durante la consulta. Así puede cambiar de golpe la forma de considerarse dentro del mundo y la manera de encarar lo vivo.

Una persona que a sus treintaitantos años de edad se queja de mamá porque un día, cuando tenía cuatro o cinco años, lo tomó en brazos y quiso saltar con él desde un quinto piso para morir, no puede tomar el vivir concreto debido a la fuerza de una imagen poderosa que no cesa de ejercer su influencia. Algunos soldados que regresan del frente de combate se mantienen reservados o se exorbitan muchas de las veces porque mantienen en su mirada las escenas del instante en que la muerte acabó con sus compañeros y permanecer con vida trae consigo una culpa profunda, incluso la sensación de que también se está muerto.

Cosas parecidas pueden sucederle a cualquier persona en solo un instante, el lapso suficiente para mirar algo, experimentarlo, y convertirlo en imagen interior. Un niño pequeño que mira a sus padres en el éxtasis sexual, o que los mirar reñir sin consideraciones cualquier tarde, una pareja a quien se sabe junto a otra persona y se le concibe interesado en aquella, imágenes fugaces del éxito o del fracaso en un negocio padecido o conquistado por algún pariente cercano, relatos acerca del extravío de un pariente querido en algún país extraño, cuentos acerca de amores tomados a la ligera o no apreciados por los propios padres o los abuelos.

En fin, todo lo que se vive es susceptible de convertirse en una imagen interior, de alimentar una historia, de cambiar un derrotero, de convertirse en una especie de bomba de tiempo. Es que hay personas que de buenas a primeras un día deciden que todo cambia, que se acabó el matrimonio, que se terminó la brillantez intelectual, que no más de lo apacible, como si se activará un reloj que dice “ya es el tiempo”, en cuyo caso emulan a alguien a quien miran en su corazón, quien a esta edad cumplida vivió lo que ya se disponen a hacer.

Digamos entonces que en muchos sentidos estamos bajo la determinación de las imágenes interiores y que es por ello de suma importancia cuidar de qué imágenes se alimentan los niños pequeños, y aun nosotros, pues con ellas estaremos construyendo lo satisfactorio, la plenitud, la conquista de las metas, o lo que se quiera, que en este reino todo es válido, aun el fracaso, la enfermedad o la muerte, como pruebas de la poderosa fuerza del amor.

Por eso es igualmente esencial cuidar los propios pensamientos, pues son capaces de detonar (sea que adquieran o no la forma de las convicciones) los rasgos de un destino. Y un destino es una estación de llegada, que es también punto de partida. Y la ruta completa es justo lo que nos diferencia. Si es que vemos con cierto orden y jerarquía las imágenes consecuentes. Porque si las vemos desde otro cierto orden y jerarquía, es posible que nos igualen con todo y con todos. Lo cual hace visible aquello de que todos los hombres son iguales al nacer. Y son sus padres, y lo que viven, lo que hace de ellos cristianos, doctores, albañiles, alocohólicos, padres amantísmos, y lo que se quiera.