¿Sucedió?

Medalla de oro

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Con algunos sustos, México se coronó campeón en el futbol varonil olímpico, por primera vez en la historia, al ganarle al combinado brasileño con un marcador de 2 a 1; la afición, feliz, se volcó a las calles, atrás quedaba una serie de historias de lágrimas y tristeza, más que una de victorias y alegrías, en el deporte más popular del país.

Qué bien que así haya sucedido, que el equipo se haya visto competitivo en todo momento y con posibilidades de coronarse, superando, por ejemplo el sobresalto que provocó el match contra Senegal: en menos de 12 minutos cayó el segundo gol de México y los senegaleses anotaron sus dos tantos, fue en tiempos extras que el equipo nacional logró imponerse al rival por 4 a 2.

Recordé vagamente cómo en México 68 nos cortó las alas el equipo japonés en el estadio Azteca; repito, todo ello queda atrás y lo que corresponde ahora es disfrutar plenamente de la felicidad del triunfo y avanzar un poco en el análisis del mismo, para —entre otras cosas— dar pie a repetir la suerte en otros deportes y giros sociales y económicos en donde nos desempeñamos como conglomerado humano.

Lo primero es dejarnos invadir por la alegría, sustraernos de la vocación de agoreros del fracaso, que tan bien viste en reuniones sociales y creérnosla; sí, saber que merecemos el triunfo y que trabajó arduamente toda la estructura del futbol, haciéndolo en equipo, de manera concertada, desde los directivos hasta los asistentes en la cancha, colaboraron para cosechar ese fruto. Echemos porras y demos reconocimiento a quienes estuvieron en la justa y echémonos porras a nosotros mismos como parte de la inspiración.

Aquí es bueno resaltar la política apoyadora versus la política descalificadora. Si le hacemos caso a Octavio Paz, quien dice que una manera en que maneja el mexicano su frustración y sus derrotas es a través de la risa y de hacer —a veces cínicamente— mofa de sí mismo; asunto que se reafirma con la multitud de chistes, paliques y cabeceos de que está plagada la convivencia social cotidiana acerca de los acontecimientos importantes del momento; caeremos en la cuenta de que se nos ha convertido en una máscara, de alguna manera, protectora, la ironía y el festinar los errores de nuestro compatriotas; es común el caso de connacionales que apuestan consuetudinariamente a la derrota, pese a desear, en lo más profundo, que el equipo triunfe.

Los expertos en desarrollo organizacional y del trabajo en equipo postulan que la política descalificadora (frases como: “ya lo sabía”, “te lo dije”, “nunca se puede”, etc) hacen mucho daño, no solamente a aquel contra quien son proferidas, sino, lo que es más demoledor aún, contra el que las asesta y también contra los que conviven en el entorno; en cambio, mutatis mutandi, la política apoyadora beneficia a todos por igual, a quien la recibe, a quien la ejecuta y a todos los que se encuentran en ese grupo social.

La gran pregunta entonces es por qué no practicar más frecuentemente, si no es que siempre, la conducta apoyadora y descartar la mutilante descalificadora.

La próxima semana intentaré algunas respuestas a este tema que se genera en nuestro pasado remoto y que tiene que ver con las grandes deudas que como nación tiene México para consigo mismo.

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O.A. Morales. Esforzado nadador y ciclista ocasional, muy temprano dejó su natal Guanajuato para avecindarse en la delegación Gustavo A. Madero del DF. Su experiencia de más de cuatro décadas, ha girado alrededor de temas de calidad, comunicación y educación,   abarcando los sectores público, privado y social.  Comunicólogo y maestro en Ingeniería de la Calidad, es locutor, periodista y docente en licenciatura, maestría y extensión universitaria. Amante del arte, disfruta particularmente de las artes escénicas y la literatura. Vive enamorado de las palabras y las imágenes.