Una Colorada(vale más que cien Descoloridas)

Proyectar democráticamente

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Enrique Peña Nieto (Foto: Especial)

Ciertos atrevidos afirman que la diferencia entre el humano y los animales, es justamente la capacidad de visualizar dónde estoy y hacia qué meta, lugar o aspiración pretendo llegar. Cuando este ejercicio rebasa el ámbito de la reflexión personal, casi siempre en la soledad de estar con uno mismo, y se convierte en un trazo que puede afectar a varias personas o grupos, generalmente surge un equipo que, como tal, debiera compartir algo más que metas. Cualquier persona que fue electa para el desempeño de una función —jefe de departamento, gerente, representante ciudadano, legislador o presidente— debe empezar por reconocer la urgencia de integrar equipos que coincidan con su intención de estar en movimiento, hacerlo de manera ordenada y solo por excepción utilizar la improvisación que es justamente la antitesis de la proyección.

La historia nos ha dejado ejemplos de cómo es que un líder fracasa en su intención de crear el futuro, justo por la incapacidad de quienes le rodean para comunicarse verbal, corporal, psicológica y por supuesto eficientemente con el resto de aquellos convocados para las tareas que el líder ha planeado. ¿Cuántas veces las mejores intenciones se vienen abajo por un comentario inoportuno, la omisión en el cumplimiento de una instrucción, la exagerada iniciativa de los más cercanos[1] y hasta un consejo inadecuado? En la intención de presidentes mexicanos convencidos de utilizar nuevas dinámicas y sistemas organizativos, hubo quien privilegió aspectos técnicos sobre los políticos. La mercadotecnia avalada por los expertos en reclutamiento nos enfrentó a un sexenio en el cual crudamente se dejó en claro que la suma de talentos no necesariamente hace un buen equipo como nos ocurre con el futbol. Los líderes del Congreso, en las dos cámaras y al interior de las fracciones parlamentarias, ¿serán capaces de intuir o tener la información necesaria acerca de la intención, los valores, la identidad personal y hasta el carácter de la gente que pretenden invitar a ser parte de su equipo de trabajo?

Mucha tinta se ha gastado en señalar las consecuencias de integrar equipos más con sentido utilitario, de complicidades o de cumplimiento de las llamadas “facturas”. Sobre todo en política este ha sido quizá uno de los más frecuentes errores que ha producido grandes distancias entre clases sociales, corrupción, impunidad e incomodidad ciudadana, lo cual ha puesto en riego la paz social durante varios años. Más allá de decidir si los criterios para integrar el próximo gabinete de México, se basan en sistemas cerrados, abiertos o flexibles; la mayor responsabilidad del líder ya declarado electo, debiera ser proyectar su programa de gobierno escuchando a la gente. Estar cierto de lo que piensa el joven de Iztapalapa, la trabajadora de Ciudad Juárez o el músico de santa María Tahuilotepec, depende en buena medida de que el ciudadano Peña Nieto no permita a sus cercanos aislarlo de una realidad urgida de soluciones y harta de los discursos y la propagada engañosa.

Quienes hemos tenido el privilegio de haber sido invitados a proyectos empresariales, académicos e incluso del poder público, sabemos las grandes dificultades de integrar un buen equipo. Lograr el reconocimiento mutuo en vez de la competencia desleal, permanecer por convicción y no como resultado del miedo o el sometimiento sino por la eficacia de las acciones, garantiza la madurez del grupo y la satisfacción de la  gente, en este caso el pueblo, como resultado de un desarrollo obligado para todos.

En esto pensaron desde los años 80 los políticos de entonces, me refiero a muchos que hoy son llamados de manera despectiva “dinosaurios”. Esos[2] a los cuales se desacreditó usando propaganda que hoy podemos evaluar como negativa, avanzaron en lo que aun hoy está vigente: la ley de Planeación; y si no se hizo el reglamento a nivel nacional[3], se debe justamente a los inútiles intentos de jóvenes bisoños y aprendices de brujo para inventar el agua tibia o el hilo negro. A partir de una sociedad más madura, en esta tarea inconclusa están trabajando ya mexicanos sabios, comprometidos y capaces. Les mueve el deber de no llevar a la tumba su experiencia, el propósito de legar a sus hijos y nietos una sociedad segura cuyo entorno sea aliciente para la continuidad de los éxitos merecidos por cualquier ser humano. Una seguridad que va mas allá de lo físico, que rebasa el ámbito de lo punitivo abarcando la certeza en la propiedad privada, la protección a los esfuerzos productivos, el respeto a las voces diversas y la madurez de rectificar oportunamente cuando la evaluación ciudadana así lo reclame. El ciudadano del siglo XXI, aun el de tingüidin de las tunas, merece ser incluido, tiene el derecho a opinar sobre el presente y el futuro y espera que los programas de gobierno se redacten con los expertos de escritorio es verdad; pero con la experiencia diaria de quien vive la lluvia, la sequía, la expropiación injustificada, el abuso fiscal, la escalada de precios o la negativa a ser escuchado y respetado como ser humano.

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[1] Las llamadas guardias pretorianas —secretarios particulares, asesores, responsables de agenda y hasta miembros influyentes en el equipo—, en muchos caso terminan aislando al jefe de la gente con quien esperaba fueran sus beneficiarios.

[2] Políticos, viejos, priístas, etc.

[3] Sí tienen reglamento estados como: el de México, Aguas Calientes, Chiapas, Jalisco, Guanajuato, Quintana Roo y D.F.