El Laberinto

El amor triunfante

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(Foto: Especial)

Margarita Silvestre, después de un baño, un cambio intensivo en su desgarbado guardarropa, de ser reconocida entre lágrimas por su verdadera madre y de una serie de intrigas, humillaciones y enfermedades, finalmente se casa con el adinerado Pedro Rodolfo y viven felices para siempre. ¿Cómo explicamos todo esto? Unos podrán decir que la perseverancia y el dinero obraron los primeros milagros, que con su madre fue el llamado de la sangre y que el final feliz se lo debemos a un amor a prueba de todo; pero yo tengo una mejor explicación, se trata tan solo de una telenovela.

Además de que nuestra dulce protagonista y todos los estereotipados personajes de su historia nos muestran comportamientos correctos e incorrectos sin darnos un espacio de interpretación mientras nos venden los productos de sus patrocinadores —que ya serian motivos suficientes para no creerles nada—, la mayoría de estas historias juegan con el parentesco como si de plastilina se tratara y aunque este error nos suene perdonable realmente en él recae el mayor peso del porqué estos melodramas son imposibles y va en dos sentidos: los hijos y los matrimonios.

Que se pierdan o regalen los hijos en la vida real ya pondría en graves aprietos a los hospitales donde nacen o mandaría a sus progenitores a la cárcel, solo basta ver toda la clase de filtros que una mujer tiene que pasar para sacar a su propio retoño de la clínica donde lo tuvo, pero aun pasando por alto este detalle el grupo familiar donde crece nuestro protagonista perdido determinará, independientemente de su sangre, la manera en que se adaptará a su entorno, el punto de partida que tendrá para su ascenso o descenso social y pondrá la pauta para en un futuro buscar pareja. Eso nos lleva en automático al segundo tema: las personas, a menos que decidan dejar detrás a su familia, amigos y lugar de origen, no se casan solamente entre dos sino que las familias se alían, esto traducido a nuestra telenovela nos daría una Margarita Silvestre muy ingrata o a la familia de Pedro Rodolfo increíblemente tolerante.

Pero no suframos tanto, el amor existe y por suerte para nosotros casi siempre nace de una afinidad que evita ponernos en estos extremos; y si no funciona, aún queda el consuelo de: “no eres tú ni soy yo, es el maldito parentesco”.