Las cosas como son

El mayor servicio de ser docente

Compartir

Los maestros en la escuela no hacen sino servir a la vida. ¿Qué tan cierta es esa afirmación? Cuando la mirada se pone en los métodos, la eficiencia administrativa, las remuneraciones, la trascendencia política, o cualquier otro de estos factores, se deja de servir a la vida. La razón es muy sencilla: con su hacer, los maestros sirven a quienes dan la vida, como si fueran éstos representantes de lo más grande. En consecuencia, los docentes sirven a la vida a través del servicio que dan a los padres de sus alumnos, con quienes tienen trato diario.

Entre nosotros, procrear un hijo es algo en cierto sentido cotidiano, no obstante, la magnitud del alumbramiento hace de este hecho uno de los más asombrosos. Plantar un hijo en el mundo. Qué maravilla. Los padres entonces cumplen con lo que mandan los órdenes del amor: comienzan a dar a su hijo, a su hija, y le dan y dan y dan, lo más posible, hasta que puede bastarse por sí solo. Desde esta perspectiva, los maestros forman parte del plan de los padres para dar a sus hijos lo que consideran mejor. Por eso escogen una escuela sobre otra, o aun acceden a lo que el sistema determina, con tal de que sus hijos reciban educación.

Los padres, desde este punto de vista, hacen lo mejor que pueden, según el conocimiento, la comprensión, y los recursos a su alcance. En ese punto de vista, los maestros desempeñan un importante rol. A su vez, los maestros, al tiempo de servir a la vida, necesariamente le deben agradecimiento: solo gracias a los hijos procreados mantiene vigencia su trabajo. Otra manera de ver este hecho conduce a agradecer a los padres de familia que tengan hijos, que confíen en adultos ajenos la educación de sus hijos, que entreguen a sus pequeños (a veces muy pequeños) a instituciones maternales donde emprenden el camino del desenvolvimiento.

Es decir, la educación no se realiza en el vacío, sino que requiere la presencia física de personas para tener un sentido. Y es un trabajo por demás delicado, cuya materia humana, dócil y maleable, ha de ser respetada, considerada en todo momento como posibilidad. Es así cómo queda a la vista la inmensa responsabilidad magisterial y la enorme confianza de los padres de familia, en pro de la formación de personas integradas en su contexto social, útiles y felices, hábiles y creativas, analíticas o críticas, a fin de que la vida, así dicho: la vida, en general, en su amplísima consideración, sea preservada,  enriquecida, refinada, mejorada y todo lo que se quiera.

Pero esta es una tarea de dos instancias: de los enamorados que deciden, en su tránsito como pareja, hacerse padres, y de los maestros, quienes detentan una licencia para el ejercicio profesional de la docencia. Unos y otros, de esta manera, sirven a la vida, al conjuntarse como adultos para trabajar por el bienestar y el desarrollo de los pequeños, de los estudiantes. El amor, si miramos con cuidado lo recién señalado, está igualmente al servicio de la vida; como lo están el conocimiento científico, las habilidades plásticas o tecnológicas, los saberes que vienen desde tiempo atrás, enriqueciéndose y actualizándose con el paso de los años, de los siglos.

Como se ve, estamos ante un movimiento que se lanza imparable hacia delante, cuyos frutos nos ha tocado recibir y con los cuales nos beneficiamos, los mismos que habremos de legar, previa aportación de lo nuestro. Lo importante es, pues, que la vida continúe, que se enriquezca, que vaya a más. Y a eso nos abocamos prácticamente todos los adultos, queramos hacerlo o no. Nuestro lenguaje, nuestros gestos, nuestras maneras de vestir, lo que nos gusta y lo que nos disgusta, lo que necesitamos, nuestras satisfacciones, entre tantísimas cosas más, lo estamos enseñando a los menores de nuestro derredor, quienes así aprenden, por contacto directo, ideas claras acerca de la vida y del mundo.

Por lo tanto, fungimos también como docentes en todo momento, si bien no siempre nos damos cuenta, y enseñamos cómo consideramos la vida, qué tanto la respetamos, qué le damos o qué le quitamos. Por lo menos así se reduce la responsabilidad de los trabajadores de la escuela, ya que nuestros hijos aprenden a seguir el destino de nuestra familia, en cuyo caso a veces la escuela no puede hacer nada, o muchas otras interviene para determinar cambios decisivos. La vida honrada, la vida servida, es lo único que nos queda, como deber y como certidumbre. ¿Cómo miramos a los maestros, a nuestros maestros, a nosotros mismos como maestros? ¿Cómo miramos a los maestros de nuestros pequeños? ¿Somos afines como adultos que hacen un trabajo conjunto por los hijos-alumnos? Cualesquiera que sean las respuestas, todo esto tiene lugar por la causa de la vida.