¿Sucedió?

Los profesores, los profesores…

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(Foto: Especial)

Ayer nos desayunamos con la noticia de que la Comisión Nacional de Seguridad, al mando de Manuel Mondragón y Kalb, después de conminarlos a desalojar la Autopista del Sol, sin respuesta de los maestros que se manifestaban, había despejado la vía carretera en un limpio operativo consistente en avanzar a sus elementos hombro con hombro, en líneas sucesivas, desarmados, únicamente en posesión de su tolete, su escudo y gases lacrimógenos. Bastaron unos minutos para que unos tres mil mentores se replegaran a la orilla de la carretera.

Fue una decisión que se tomó en consulta con el gobierno de Guerrero y con la Secretaría de Gobernación, después de que ya en otras dos ocasiones en el lapso menor a un mes, los mismos quejosos habían obstruido durante horas dicha arteria, con las consecuentes pérdidas en todos los órdenes de la vida política, económica y social de nuestro país.

Pero en esta ocasión quiero referirme a un tipo de pérdida que tiene que ver más con el alma nacional, con su dignidad, con su respeto por sí y sus valores. ¿Qué pierde México, qué pierden los profesores, qué la sociedad con este tipo de numeritos?

Por principio de cuentas retrotraigámonos un medio siglo, digamos los altos años cincuenta de la pasada centuria: el magisterio, por cierto, peor pagado que en la actualidad, merecía un respeto y un lugar en la sociedad que agradecía su dedicación y reconocía sus aportaciones, fue la época del llamado movimiento “othonista”, jefaturado, ni más ni menos por el mentor guerrerense Othón Salazar, eran otros tiempos, 1958, las reivindicaciones de los profesores contaban con el beneplácito de la clase media, ayudaban al movimiento económicamente, los manifestantes tomaron las instalaciones de la SEP y dormían en los patios del edificio central, no hacían estropicios.

Hoy con los desmanes de los maestros inconformes, el magisterio ha perdido una imagen pública de decoro y dignidad, la sociedad ha sido despojada de la confianza en un futuro mejor, la niñez cada vez duda más de la utilidad de los estudios para su vida y el gobierno pierde credibilidad ante los gobernados porque estas situaciones y sus efectos se les van de las manos. Estamos en un juego macabro de perder-perder. Nadie gana, nadie acierta a desarrollar un liderazgo eficaz que construya puentes de entendimiento que nos acerquen a alguna solución plausible, las negociaciones se basan en aferrarse a posiciones en vez de privilegiar los intereses verdaderos (desvelarlos), para que sean los faros que encaminen los escarceos entre las partes.

La vestimenta es un factor que nos puede ayudar a dimensionar los grandes cambios que separan las dos etapas que estamos comparando. Pongamos algunos ejemplos en el terreno deportivo, que es gustado por millones de personas alrededor del planeta, tal el caso del tenis, al que se le conocía como “el deporte blanco”, todos los jugadores acudían a los torneos, impecablemente vestidos de blanco, ahora es colorido y fuente de creatividad y diseño, incluso en Wimbledon, el más tradicionalista de los llamados Gran Slam, se permite que alrededor del 15% de la superficie de la indumentaria de los competidores no sea blanca; en el futbol, por otro lado, no se estilaba más que el número del jugador en la espalda y el escudo del club en el pecho, claro, sobre los colores del club, y no es que esté mal que se hayan operado estas evoluciones, sino que simplemente se han ido proscribiendo los códigos de vestir que son una manera de comunicación que todavía se usan en las transacciones comerciales y de negociaciones, como son el traje y la corbata; o el traje sastre en las damas.

Los profesores eran el ejemplo que modelaba estas conductas en el vestir, aunque fuera con trajes lustrosos de terlenka, se presentaban a sus labores docentes con la mejor a su alcance; ahora vemos que van a las aulas, ya no sólo de manera informal, sino desaliñada y sucia, modelando una conducta de desprecio por el cuidado personal que aunado a malos hábitos alimenticios, notorios en los vientres abultados que dejan al descubierto el ombligo, mandan una pésima señal a las generaciones que “están formando”.

No es que sea yo antañón o esté “chocheando”, sino que simplemente aprendí que en la vida “a donde fueres haz lo que vieres” y por tanto es magnífico poder portar ropa acorde con la situación, pues así como sería absurdo presentarse a una boda con calzaletas, bermudas, camiseta sin mangas y una gorra con la visera hacia atrás, lo es acudir a la playa, como algunos capitalinos se dejan ver en Acapulco: con traje de baño al que no le quitaron la etiqueta, zapatos de vestir y calcetines.

Ciertamente el hábito no hace al monje, pero mucho ganaría nuestra sociedad, si nuestros maestros dieran el ejemplo a sus alumnos de preocuparse por su aliño y presentación personal, limpieza incluida, corte de cabello, porte de bigote y/ o barba, en su caso y hasta la prestancia en la manera de caminar, sentarse y pararse, como en el programa semanal de honores a los símbolos patrios que fomentan la pertenencia a nuestra nación, donde es frecuente ver a los niños distraídos, platicando, sin guardar una formación, con un saludo a la bandera desganado y carente de precisión técnica, y cuando uno se pregunta el porqué de todo esto, encuentra la respuesta al ver a los maestros en la misma ceremonia, con un comportamiento similar al de sus alumnos, sin tener argumentos para pedir lo que no hacen ellos mismos.

El ejemplo arrastra.